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Opinión

22 de Octubre de 2012

El “buen morir”

Por Miguel Kottow* “Para vivir feliz, es preciso aprender a morir Para morir, es preciso aprender a vivir” Duplessis-Mornay, (1549-1623), teólogo reformista Para quien cree en otro mundo, la muerte es un pasaje que abandona el cuerpo mientras el alma emprende viaje a la trascendencia. El buen morir requiere llevar una vida de meditación, religiosidad […]

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Por Miguel Kottow*

“Para vivir feliz, es preciso aprender a morir
Para morir, es preciso aprender a vivir”
Duplessis-Mornay, (1549-1623),
teólogo reformista

Para quien cree en otro mundo, la muerte es un pasaje que abandona el cuerpo mientras el alma emprende viaje a la trascendencia. El buen morir requiere llevar una vida de meditación, religiosidad y virtuosismo. Los padecimientos del proceso de muerte se toleran porque señalan la pronta liberación del alma, lo que el teólogo M. Vidal llama “la apropiación ética del morir”, que no es cualquier cosa, pues exige equilibrar el “respeto a la vida humana” con el “derecho a morir dignamente”. Quienes lo creen hablan de ortotanasia, recurren a todos los medios de la ciencia médica “para aliviar el dolor y prolongar la vida”, pero también favorecen “el misterio humano-religioso”.

Los teólogos hablan de ortotanasia, pues el término eutanasia (del griego euzanasía = buen morir) se mancilló al aceptar acelerar o causar la muerte solicitada. Un enroque semántico que deja la reflexión sobre eutanasia a la intemperie, además de ser circense: los conceptos se enuncian sin explicitarlos, siendo imposibles de rebatir. Una perla (La Segunda del 12-08) ilustra la confusión: “lo que Mañalich calificó como un avance en la Ley 10584 (sobre Derechos y Deberes en Salud) es ‘el derecho de una persona al buen morir, sin ser una ley pro eutanasia’”. ¡Críptico!

La medicina paliativa declara la obsolescencia de la eutanasia médica, alegando poseer recursos para reducir los padecimientos. Apoyarse en la medicina paliativa para desechar la eutanasia médica es deshonesto: 1) porque la paliación muchas veces no logra aliviar los sufrimientos del paciente; 2) porque la medicina paliativa acepta paliar el dolor con tanta morfina que el paciente pierde la conciencia y se acelera su muerte por paro respiratorio iatrogénico; 3) porque estos procedimientos son de alto costo y por ende desigualmente accesibles.

En un ideario confuso y ambiguo, queda claro que el “bien morir” se refiere a una visión religiosa, muy fuertemente presente en la doctrina católica -Belarmino (1542-1621)- y en la antigua idea de que es preciso adoptar y cultivar una continuidad ética entre la vida y la muerte: nada de absoluciones a última hora esperando ser disculpado de una vida licenciosa –vana esperanza o avaritia–, nada de desesperarse tampoco, porque para eso uno tuvo toda la vida para prepararse a morir –apropiación ética–.

¿Qué sucede con los que no tienen fe religiosa, quedan perplejos ante lo que significa la idea del alma, y dudan que haya un destino más allá de la vida mundana? Lo que tienen en común es que también creen en una continuidad entre vida y muerte: es la continuidad de la voluntad autónoma que caracteriza la dignidad del ser humano en vida y en muerte.

Ahí incide la incongruencia de la Ley 10584: Art. 16. El paciente “en estado de salud terminal” puede negarse a tratamientos que “prolongu[en] artificialmente su vida”, pero este rechazo no “podrá implicar como objetivo la aceleración artificial del proceso de muerte”. Esta limitación de la autonomía se agrava porque queda a “juicio del médico tratante” determinar cuándo el paciente carece de suficiente competencia mental (Art.10).
El ejercicio de la autonomía individual para vivir queda cercenado en el trance de morir. La ortotanasia celebra la coherencia entre vida y muerte, al mismo tiempo que descalifica la eutanasia y condena la continuidad de la autonomía desde la vida hasta la muerte.

*Médico cirujano, oftalmólogo y director de la Unidad de Bioética y Pensamiento Biomédico de la Escuela de Salud Pública de la U. de Chile.

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