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Opinión

16 de Febrero de 2013

El video de la brevedad en la política

Fuente: revista El Malpensante Cuando al terminar la pasada campaña presidencial estadounidense cientos de diarios reprodujeron el muy mediático abrazo de celebración que se dieron Obama y su esposa, seguramente la frase más repetida en todo el mundo fue: “Una imagen vale más que mil palabras”. Pues no. Pruebe el lector a expresar esa idea […]

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Fuente: revista El Malpensante

Cuando al terminar la pasada campaña presidencial estadounidense cientos de diarios reprodujeron el muy mediático abrazo de celebración que se dieron Obama y su esposa, seguramente la frase más repetida en todo el mundo fue: “Una imagen vale más que mil palabras”. Pues no. Pruebe el lector a expresar esa idea –la de que una imagen vale más, etcétera– a través de una sucesión de fotos o dibujossin texto, a ver si se las arregla. Yo he hecho el experimento varias veces –con estudiantes y con públicos menos cautivos– y no me he encontrado todavía con ningún éxito.

Esto simplemente para resaltar la importancia que tienen el discurso articulado, el argumento, la reflexión, en la política. No creo guardar ninguna prevención conservadora contra la imagen o el video, ni me entusiasman los discursos al estilo de Sartori en su espantoso Homo videns. Por lo demás, paso la mayor parte del día enfrente de pantallas ubicuas (computador de consola, portátil, celular, televisor), con algunas de las cuales mantengo la misma relación de afecto que se puede tener con una mascota. Pero no se puede hacer política sin argumentar. Y aquí sí creo notar un deterioro cierto. La pasión por la plasticidad y la inmediatez ha ido corroyendo la capacidad del público de seguir con atención un argumento sostenido. La desgracia –y el peligro– reside en el hecho de que esto ocurre justo en el momento en que la función de gobierno toma la naturaleza intimidante y equívoca del laberinto. Es muy fácil perderse dentro de ella, incluso para los especialistas. El formato mismo en el que se desarrollan los debates políticos contemporáneos no admite, además, dar cuenta de esa complejidad.

Precisamente las elecciones gringas han sido un escenario para medir la profundidad del abismo que se ha ido abriendo entre gobierno e información. Escojo un ejemplo simple entre muchos posibles. Todo el mundo predecía que el choque entre Obama –quien es un formidable orador– y Romney –conocido por sus sucesivos y divertidos gaffes– sería abrumadoramente desigual, algo así como un combate cuerpo a cuerpo entre Godzilla y Bambi. Como se sabe, no resultó así. Romney pudo mantener a Obama a raya. El desenlace se puede explicar de muchas maneras. Obama estaba intimidado con su autoatribuido papel de estadista; Romney indudablemente creció, y al final resultóser mucho mejor candidato de lo que se esperaba. Y los debates son como los partidos de fútbol: no se pueden ganar sencillamente con la camiseta, hay que jugarlos. Hechas estas y otras salvedades, queda un residuo grande de perplejidad que se puede resolver acudiendo al formato mismo de las discusiones entre los candidatos. A estos les lanzan preguntas comprometedoras –a veces simplemente enredadas–, a las que deben responder en un minuto. Tienen después treinta segundos para contrarrestar las acusaciones que les ha hecho su rival. Y, mientras se defienden como pueden, han de ser conscientes de que le están respondiendo a un auditorio muy heterogéneo, que sabe nada o muy poco de la sustancia del asunto, y que se fija más bien en sus posibles chispazos de ingenio o su grado de simpatía.

Alguna vez Béla Bartók hizo la siguiente observación: si le dices al mejor cantante del mundo que produzca una sola nota (digamos un do), y después le pides lo mismo al taxista que te lleva al trabajo, apenas percibirás la diferencia. Casi todas las destrezas necesitan tiempo y espacio para poder desenvolverse. Y para casi todos los problemas de gobierno y políticos serios, un minuto no es tiempo suficiente para distinguir al analista reflexivo del palurdo, al estudioso del embustero, o –si estamos hablando de política práctica– para formar preferencias articuladas acerca de diferentes propuestas.

Se me ocurren dos contraargumentos a lo que estoy diciendo. El primero es que los monólogos ilimitados son síntoma de un grave debilitamiento de los pesos y contrapesos liberales, o simplemente de subdesarrollo (¡el tiempo es oro!). ¿Qué es mejor, la trivialidad disciplinada y amable de los candidatos gringos, o la cháchara sin medida ni estructura de un Hugo Chávez? La respuesta sencilla a esto es que entre los dos extremos hay un amplio espacio en el que se puede operar, precisamente el que resulta de quitarle un minuto a cinco horas. De más calado me parece la segunda objeción: el desarrollo tecnológico que está detrás de la pulsión por lo visual y por la inmediatez genera sus propias soluciones. La deliberación va saliendo de los medios establecidos, y se va desparramando de manera informe, pero genuinamente democrática, a través de redes y canales de comunicación capilares, altamente individualizados, que no pueden ser coordinados ni controlados centralmente. Cada quien puede escoger, como productor o consumidor, el estilo que le apetezca. Aquellos que crean, con el aforismo clásico, que “lo bueno si breve dos veces bueno” se irán por el Twitter y sus 140 caracteres.

Pero los blogueros cuentan con una cancha teóricamente infinita, en la que pueden desplegar todas las piruetas que les dicte su imaginación. No conozco ningún estudio que correlacione el éxito de un blog con la longitud de sus textos, pero visito con cierta frecuencia algunos de los más leídos, y veo que cuando tienen que extenderse lo hacen sin relatos. Hoy, en fin, tenemos más información, y más información política, que en todos los siglos anteriores sumados.

Sí, interesante, pero no quedo del todo convencido… Pues los problemas también son mucho mayores, y la cosa pública infinitamente más compleja. Y la descentralización comunicativa pura y dura en el límite es simple cacofonía. Sobre toso si se tiene en cuenta que para la abrumadora mayoría de los ciudadanos la política es, en el mejor de los casos, asunto de los tiempos libres, la comunicación democrática requiere de puntos focales y estructuras estables de información y señalización que nos permitan orientarnos en general, y en relación con la opinión de los otros. No quisiéramos  quedar atrapados entre la banalidad y el ruido.

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