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Opinión

17 de Octubre de 2013

Fome

Da la impresión de que ya tuviéramos presidenta electa. Nadie niega que la más probable ganadora será Michelle Bachelet. Se discute si sucederá en primera o segunda vuelta. En la derecha, algunos preferirían que fuera en primera, porque el resultado en la segunda puede ser groseramente devastador. Debe ser deprimente para Evelyn Matthei estar peleando […]

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Da la impresión de que ya tuviéramos presidenta electa. Nadie niega que la más probable ganadora será Michelle Bachelet. Se discute si sucederá en primera o segunda vuelta. En la derecha, algunos preferirían que fuera en primera, porque el resultado en la segunda puede ser groseramente devastador. Debe ser deprimente para Evelyn Matthei estar peleando más una distancia de Parisi que llegar a La Moneda. Para qué ahondar en las ingratitudes de su sector. El foro de la ANP, al que ciertamente Bachelet debió ir más allá de cualquier estrategia electoral, se convirtió en “el foro de los vencidos”. Objetivamente, nada memorable. Sólo repercutió la pelea entre Parisi y la Evelyn, es decir, gol de Parisi. El resto, apenas un murmullo en medio de la convicción generalizada.

A los de La Nueva Mayoría, les gustaría resolver esto lo antes posible. Una segunda vuelta podría resultar muy desgastadora. No sólo una pérdida de tiempo y fuerzas, sino motivo de disputas, precisiones incómodas, y fuertes enfrentamientos al interior de la coalición. Es importante recordar que para entonces el Congreso ya habrá sido elegido, y los que fueron obedientes y cómplices candidatos –algunos, al menos- bien podrían convertirse en incontrolables parlamentarios. Sus críticas ya no les costarían el puesto de trabajo.

Los movimientos sociales están dormidos. El ambiente de discusión política, en el mejor sentido de la palabra, que cundió durante los años recién pasados, ha cedido su terreno a las estrategias administrativas. Bachelet se convirtió en la candidata del realismo. Los grandes grupos económicos ya trabajan con el dato de su triunfo, y es de suponer que también las coordinadoras sindicales y las organizaciones gremiales. El mundo cultural se acomodó a la idea de su regreso al gobierno. Los que no la aplauden, tampoco la pifian. Toda discusión en torno a sus planteamientos u omisiones, son mucho más que un pleito de campaña. Son el anuncio de lo que vendrá. Nadie comenta las propuestas de los otros postulantes. Cuando hablan, sus palabras se las lleva el viento.

Es paradojal, pero en la elección con más candidatos presidenciales desde la vuelta de la democracia, parece no haber espacio fuera de la hegemonía bacheletista. De las disputas en su interior sabemos poco. Quienes participan, habría que concluir, antes de ingresar juran guardar silencio. Las que aparecen suelen ser producto de la imaginación asustada de sus contrincantes. Para no abrir flancos, han sellado las puertas y las ventanas de su comando. Por el momento, la candidatura ganadora ha conseguido bajar el tono de las demandas que hasta meses atrás estremecían el ambiente. El triunfo de Bachelet ya no es una batalla altamente reivindicativa, no la mueve una épica fascinante y estremecedora; ante la “certeza” de ganar, sustituyó la pasión por el cálculo, la alegría de competir por la seriedad de conducir, y el entusiasmo de proponer por la tibieza de negociar. Ahí cunde la corrección. Nada muy estimulante para los que nos gusta el baile de las ideas enfrentadas. Pero quizás, quién sabe…

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