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Cultura

26 de Marzo de 2015

El robo del siglo en la Recoleta Dominica

El 13 de febrero cinco personas, con pistola en mano, robaron la mitad de la colección de joyas de oro y piedras preciosas del Centro Patrimonial Recoleta Dominica. A pesar de que el recinto es uno de los más importantes del país y que difundir los robos es parte del protocolo de la DIBAM, esta vez el organismo y la PDI optaron por un pacto de silencio. Una de las razones: sospechas fundadas de un robo por encargo para la colección personal de un narcotraficante.

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A Paulina Reyes la apuntaron directamente al estómago. Fue exactamente a la una de la tarde del viernes 13 de febrero. La encargada de educación del Centro Patrimonial Recoleta Dominica había salido a comprar el almuerzo de su último día laboral. Primero escuchó gritos y luego vio un Toyota sedan con las puertas abiertas detenido frente de la recepción del museo con un hombre en su interior.

Otro hombre -ambos uniformados con overol azul, guantes y pasamontañas- esposó al guardia de seguridad y amarró sus pies con cinta de embalaje, dejándolo completamente inmovilizado.

Cuando los asaltantes vieron a Paulina, uno de ellos la amenazó con un arma y le quitó el celular que andaba trayendo en la mano. A pesar de la violencia del incidente, Reyes recuerda que el sujeto no la trató mal. “Incluso me dijo señorita”, detalla. Luego le exigieron que se alejara del lugar y corrió a refugiarse al comedor del museo.
Los ladrones, sin ningún escollo en el camino, se dirigieron directamente a la nave tres del Museo de Artes Decorativas, ubicado a un costado de la iglesia donde se casó la Bolocco, hicieron pedazos una vitrina y sacaron las 27 joyas de oro y piedras preciosas que se encontraban en su interior. Luego al Museo Histórico Dominico, golpearon cinco veces la vitrina con lámina antirrobo y sacaron, por un estrecho agujero, probablemente el ejemplar más caro del botín: una pieza de oro macizo de 65 centímetros de alto, llamada custodia, que se usaba para exhibir las hostias en el sagrario.

Las cámaras de seguridad registraron el robo. En menos de tres minutos cuatro sujetos, vestidos exactamente igual, volvieron al Toyota sedan donde un quinto sujeto los esperaba con el motor encendido.

La estrategia del silencio
En un día hábil de marzo, el interior del Centro Patrimonial Recoleta Dominica es fresco y sin ruido. El suelo de madera cruje a cada paso y el gran patio interior remite al lugar donde estamos: un convento. Entrar es como viajar al pasado.

Fue en 1558 cuando Rodrigo de Quiroga e Inés de Suárez donaron a la Orden Dominica la hacienda donde comenzó a construirse, dos siglos más tarde, el convento que hoy es patrimonio nacional. En su interior se hacen espacio el Museo Histórico Dominico, el Museo de Artes Decorativas, la Biblioteca Patrimonial Recoleta Dominica, la Subdirección Nacional de Museos, el Centro Nacional de Conservación y Restauración y el Centro de Documentación de Bienes Patrimoniales. La Recoleta Dominica, en rigor, se ha transformado en uno de los conjuntos patrimoniales más importantes del país.

A pesar de la relevancia del recinto, nada se supo del robo perpetrado a mediados de febrero. Hasta ahora no se ha publicado ninguna noticia sobre lo ocurrido y no existe rastro del saqueo en Google. Tampoco las piezas aparecen en la lista de obras de arte robadas publicada por la PDI. La única pista de que algo sucedió son tres avisos publicados en la página web del establecimiento sobre el cierre del Museo de Artes Decorativos por trabajos en su interior, la suspensión de un curso de bordado y el cambio de fecha de una exposición.

El silencio sobre el robo es inédito. Sobre todo si se considera que el conducto regular de la Dirección de bibliotecas, archivos y museos (DIBAM) es difundir lo más rápido posible cualquier robo para evitar que las piezas ultrajadas sean vendidas fácilmente a anticuarios. Con esta estrategia se ha recuperado, por ejemplo, un cuadro del museo de San Francisco y dos litografías del MAC.

Otro ejemplo de la estrategia comunicacional para resguardar obras patrimoniales se remonta al año 1980, cuando el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) robó la bandera sobre la que Bernardo O’Higgins juró la independencia de Chile. La noticia se difundió tanto que Andrés Pinto, entonces subdirector del Museo Histórico Nacional, publicó en El Mercurio los cuidados que se debían seguir luego de que los captores preguntaran en el mismo medio cómo conservar el emblema en buen estado. El mismo Pinto explicaría luego en un noticiero la bandera tenía que estar extendida en un lugar frío, seco y sin ser expuesta a la luz. Explicaciones que la mantuvieron en conservación durante los 23 años que estuvo raptada.

Esta vez, sin embargo, el directorio de la DIBAM tomó el camino contrario.

-En condiciones normales hubiésemos informado, esa es la lógica de funcionamiento. Pero hay una condición particular que es la solicitud de parte de la policía de guardar reserva porque ellos están detrás de una investigación más grande y se aceptó ese trato. Fue un acuerdo al que llegaron la PDI con la dirección de la DIBAM para no obstaculizar o generar problemas en la investigación. Todos podemos tener pensamientos distintos, pero hay una decisión superior, un acuerdo con una contraparte técnica que es la policía- explica Alan Trampe, subdirector de la DIBAM, y añade que se trata del robo más violento que sufre el organismo desde el asalto del MIR en los 80.

– ¿Cuál es el protocolo para evitar que se vendan estas piezas?
Cuando esto se difunde, los mismos anticuarios y todo el mundo se preocupa. Se ha generado cierta cultura, no cualquier anticuario compra cualquier cosa. Si le parece sospechosa, pregunta, ve la página de Interpol.

-Pero si no se avisa es difícil que sepan.
-Por eso. Acá hay una decisión técnica distinta a la habitual que tiene que ver con una recomendación de la policía.

La estrategia despertó descontento en varios funcionarios del museo: “Es necesario informar a la prensa para alertar y persuadir a posibles compradores diciendo que esas piezas son robadas. Hay experiencias de colegas, como en el museo de San Francisco, que hicieron un trabajo de comunicación importante y recuperaron las piezas”, explica una trabajadora del recinto que sabe que, con cada día que pasa, la posibilidad de recuperar lo robado se empieza a desvanecer.

Todas las piezas robadas forman parte de la exhibición permanente del museo desde que se inauguró en 2005. Son de oro y datan de los siglos XVIII, XIX y XX. Algunas tienen incrustaciones de piedras preciosas como esmeraldas y diamantes. Macarena Murúa, directora del Centro Patrimonial Recoleta Dominica hace cuatro años, explica que no está autorizada a decir en cuánto se avalúan las piezas.

-Pero es una pérdida muy grande, de un valor incalculable. Se robaron más del 50% de nuestra colección de orfebrería y son piezas que habitualmente no circulan en el mercado, o sea, sería muy difícil reemplazarlas. Un museo es un espacio de encuentro, abierto a la comunidad, entrar a un museo armado es como de película, no habíamos estado jamás expuestos a algo así. Es totalmente repudiable y, en ese sentido, el museo hubiese querido repudiarlo públicamente.

Según funcionarios consultados, hubo una serie de malos procedimientos institucionales, no solo respecto al manejo comunicacional. Tampoco habría llegado ayuda de recursos humanos para asesorar al equipo luego del incidente. “Nosotros fuimos revictimizados con el silencio”, argumenta Paulina Reyes, la mujer que fue amenazada con un arma.

Museo de narco
El día del robo, Macarena Murúa llegó justo cuando el vehículo, que resultó ser robado, había arrancado del lugar. Avanzó hasta la recepción y ahí se encontró con el guardia aún esposado, intentando sacarse las cintas que amarraban sus pies. La directora sigue impresionada por la rapidez y violencia del robo.

-Si uno quiere robar, si uno es ladrón de ocasión, uno roba lo primero que encuentra. Por lo general las piezas son sustraídas de noche o de forma muy silenciosa. Las personas que están a cargo de las colecciones no se dan cuenta hasta que ven que falta algo. Pero ellos entraron con armas, de día, y avanzaron hasta la tercera sala para robar. El Museo de Artes Decorativa tiene más de 20 vitrinas y fueron específicamente a una- detalla Murúa.

Mientras la directora entraba al museo, Paulina Reyes salió de su escondite y se dirigió hasta su oficina. Ahí la tranquilizaron. Fue tal el shock que apenas recuerda episodios vagos.

-Todos tenemos la percepción de que era gente que estaba estudiando el museo hace mucho rato, porque fueron directamente a las vitrinas. Había un estudio físico de los objetos. Querían robar eso. A mí me quitaron el celular no por robármelo, sino para que yo no diera aviso-, cuenta Reyes, quien, después de tomarse unas vacaciones tras lo ocurrido, ya retomó sus actividades.

Son tres las tesis fundamentales que la PDI les dijo a los funcionarios del museo que se estaban barajando. La primera es que se trate de un grupo común de asaltantes que quiera fundir el material y venderlo por interés monetario. La segunda es que se quieran vender las piezas en un mercado negro de obras de arte. La tercera es insólita pero, al parecer, es la que más fuerza cobra: que el robo se haya hecho por encargo de un narcotraficante que esté interesado en las piezas para incorporarlas en su colección privada.

La PDI no ha vuelto a hablar del tema. “No puedo hablar porque el departamento jurídico (de la DIBAM) pidió reserva”, explicó el subcomisario que lleva el caso, Luis Millapán, de la Brigada de Investigaciones de Robos Occidente. Agrega que su brigada nunca pidió silencio a la DIBAM, pero no sabe si la petición pueda venir de otro grupo de la PDI.

Alan Trampe, por su parte, duda que se trate de un narcotraficante. “Podría haber un narcotraficante que tenga interés en estas cosas, que pasó a ver el museo, le pareció interesante y dijo ‘yo las quiero en mi casa’, y mandó gente a hacerlo. Pero tampoco tienen idea de si son de verdad de oro o solo son doradas”, concluye el subdirector de la DIBAM, poniendo en duda la sensibilidad estética y cultural de los narcos criollos.

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