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Cultura

31 de Marzo de 2015

Columna: Otra estrategia

Habito en una zona en que la temporada de incendios es muy extendida, pudiendo durar más de la mitad del año. La ciudad está compuesta por una infinidad de cerros, delimitados por quebradas que muchos de sus habitantes, y también el municipio, usan de basureros naturales que en algún momento combustionan, ya sea cuando los […]

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
Por

San Antonio A1

Habito en una zona en que la temporada de incendios es muy extendida, pudiendo durar más de la mitad del año. La ciudad está compuesta por una infinidad de cerros, delimitados por quebradas que muchos de sus habitantes, y también el municipio, usan de basureros naturales que en algún momento combustionan, ya sea cuando los niños juegan con fósforos o cuando los adultos hacen un asado, o cuando participan de alguna faena misteriosa, generalmente ilegal, cargada de arcaica ruralidad.

Esta situación, lejos de incomodar a la población, determina un modo de vida y una agenda que las autoridades asumen casi protocolarmente.

Mi vida en estas latitudes, a pesar de lo descrito, no es un desastre; vivo en un cerro relativamente protegido cuyos vecinos son bastante decentitos y bien comportados, aunque mucho pendejo drogo y dipsómano suele apropiarse de las escaleras que lo conectan con el plan, espacios públicos que esos malditos se toman como lugares de carrete, según esa concepción de lo público que nos legara la política cultural de la Concertación, como un remedo de la festividad popular.
Me gano malamente la vida haciendo uno que otro pituto menor, como escribir en medios y alguna animación o asesoría culturosa. Soy profesor, pero creo que me sería difícil volver a la humillación magisterial o a la odiosidad mediocre de la docencia. Por otro lado, como escritor estoy en decadencia, como alguna vez lo decretó la Espinosa, una comentarista del hecho libresco, usando criterios blandos de la ideología progresistona y del espectáculo residual. Cuando quise dedicarme al rasquerío académico, me di cuenta que había que ser masón o pertenecer a una mafia rosa o a una orgánica político criminal o, simplemente, optar por cierta abyección programada, como las que oferta la izquierda boluda. Tampoco pude acceder a ser funcionario de algún centro cultural de provincia, porque el requisito es comprometer la autonomía; todo está copado por la putrefacción concertacionista o por la industria cultural, aunque les queda poco.

Al mismo tiempo, con la situación como de quiebre institucional o prerrevolucionaria que se está produciendo en el país, hay que estar con mucha tranquilidad de ánimo y en alguna guarida espiritual que nos proteja, porque la raza u oligarquía política que está a punto de irse a la mierda va a recurrir a alguna reserva de perversión para salvarse, lo que va a implicar un ambiente enrarecido. Antes recurrían a los cuarteles, ahora van a recurrir a Lagos.

Frente a este escenario, necesitaba con urgencia una pega, no tan estable pero levemente digna, y también algo contemplativa, que neutralizara en parte la exterioridad permanente a que uno está sometido. Y no me quedó otra que dedicarme a la jardinería, que era lo que tenía más a la mano. Obviamente, también es una metáfora, aunque nunca tanto, que alude a una estrategia vital determinada por el cultivo de un pequeño espacio, ornamental y productivo, de plantas arbustivas y/o leñosas, que tiende a la racionalización del paisaje. La necesidad de experiencia me llevó a proponerle a un hotel boutique de mi barrio hacerme cargo de un jardín andaluz que aprovecha la quebrada utilizando el clásico cultivo en terrazas.

Ahora enfrento una estrategia de sobrevivencia que parece apelar a mi historia personal, porque alguna vez fui campesino, aunque también debiera corresponder a una apuesta por el lado del relato, o como un eje de intervención crítica para enfrentar los acontecimientos. El peligro es pasarse a caca y comenzar a pontificar, porque es demasiado poético el tema, puede ser patética la perspectiva, cargadísima simbólicamente; eso siempre es un peligro, pero ahí hay que estar con la permanente autocrítica y revisión de procesos. Por lo pronto, hubo que limpiar de hojas y despejar, ralear y sacar algunos frutos no cosechados que con su pudrición son una amenaza patógena para las plantas. También picar la tierra para airearla y hacerle tazas a algunos frutales, y disponer una zona de reciclaje vegetal. Y que quede claro, toda homología con el mundo paralelo es casual.

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