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Opinión

6 de Julio de 2016

Columna: Otra mirada sobre el Brexit

Los trabajadores y los sectores populares más tradicionales de Inglaterra fueron los que votaron por salir de una UE que se volcó a políticas neoliberales y de austeridad, que borró de un plumazo la solidaridad y el pacto social como base del Estado de Bienestar; que ha llevado a un fenómeno inédito, el que las generaciones presentes tengan la percepción de que viven peor que sus padres y que sus hijos continuarán por esa senda. En esa condición, se encontraron con el discurso de la ultraderecha, que achaca todos los problemas a la apertura comunitaria y la migración ilegal.

Patricio Escobar
Patricio Escobar
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Brexit 2
1.- Es el término más repetido en el último tiempo. En lo formal, posee una explicación simple: los ingleses (no necesariamente los escoses ni irlandeses) han votado libremente salir de la UE. Las razones esgrimidas parecen también simples: Inglaterra es un aportante neto a la UE, es decir, contribuye con un volumen mayor de recursos de lo que recibe a cambio. Esos fondos tienen por destino financiar políticas económicas y sociales comunitarias, como es el control de la migración irregular, que hoy afecta severamente a Europa como resultado de la conflictividad en el norte de África. Pero también, para sostener los rescates financieros a bancos y países en el contexto de la crisis económica de los últimos años.  A lo anterior se suma que la política migratoria es también una materia de competencia europea, a la cual los países miembros de la UE deben atenerse. Esto último se ha considerado una restricción a la soberanía y la capacidad del Estado para impedir la entrada de inmigrantes ilegales y refugiados. Sin embargo, como en toda dinámica social, existe un trasfondo y en este caso es posible identificar a lo menos dos capas.

2.- El proyecto de integración europeo, nacido con el Tratado de Roma, se apresta a cumplir sesenta años. En 1993, la antigua Comunidad Económica Europea dio paso a la Unión Europea que, reuniendo a los países más ricos del mundo, es la principal potencia económica en la actualidad, superando en un 10% el tamaño de EE.UU. y de China. Desde el 1999 cuenta con una moneda propia, el Euro, utilizado por 19 de los 28 miembros de la unión.
El trasfondo del proyecto europeo es dar cuerpo político a una entidad que cuenta con el mayor volumen y potencial de ahorro del mundo, una dinámica de innovación que sostiene productividades crecientes, que contribuyen a la estabilidad social mediante pactos sociales y estados que aseguran el bienestar de sus ciudadanos. Para un mundo que deja atrás la era del liderazgo norteamericano y ve emerger el dominio económico de China, la UE se platea como la alternativa de Occidente para un mundo multipolar.
Sin embargo, el impacto de la crisis de 2008 arrasó con los gobiernos socialdemócratas en el continente y en las instituciones europeas, dando lugar al predominio de las corrientes más conservadoras, cuyo norte fue responder al escenario de crisis y endeudamiento, con políticas llamadas de “austeridad”. El impacto resultó devastador para sociedades acostumbradas a mínimos de bienestar que habían sobrevivido a distintas vicisitudes y alteraciones económicas.
Así, un nuevo “fantasma recorrió Europa”, y no fue el comunismo precisamente. Fue el desempleo, la recesión y el endeudamiento. El neoliberalismo ahora imperante, decidió atacar el problema poniendo el foco en los déficit públicos y el endeudamiento, de modo que las políticas económicas que promovían la austeridad se llevaron por delante la educación pública, la salud, la seguridad social y cuánto ámbito de intervención de los estados supusiera cargas fiscales.

El ciudadano europeo, particularmente el del sur, descontento y renuente a aceptar esta nueva condición, recibió como mensaje la necesidad del ajuste. En España, el Partido Popular señaló que “habían vivido muchos años por encima de sus posibilidades”, lo cual los había conducidos al estado presente. Había llegado el momento de sincerarse.

En ese contexto estalla la crisis de la primavera árabe, y antaño países prósperos, pero con regímenes escasamente democráticos o claramente dictatoriales, estallan en pedazos, convirtiéndose en exportadores netos de millones de refugiados, que para salvar sus vidas  están dispuestos arriesgarlas en precarias naves en el Mediterráneo.
El trabajador europeo se ve enfrentado a la amenaza fantasmagórica incubada por la ultraderecha, de hordas de refugiados que no solo acabarán con su Estado social, ahora precario, sino con los pocos empleos disponibles.
No fueron los ricos ingleses los que votaron contra Europa, ni la culta clase media londinense. Fueron los trabajadores, los europeos de mediana edad y más jóvenes. Aquellos que experimentaron la amenaza en la forma de un coctel de crisis de un Estado incapaz de acoger millones de refugiados, de mayor competencia por empleos escasos, e incluso de yihaidismo que ahora llegaba a sus costas. Sin importar que Europa compró hace tiempo el mantener contenidos a los millones de sirios, iraquíes, libios y de otros países con agudos conflictos, en Turquía; que los inmigrantes tienen un comportamiento laboral clásico y, a pesar de ser fuerza de trabajo calificada, se estacionan en sectores y actividades que no quieren ocupar los trabajadores domésticos, y que la comunidad musulmana tiene raíces históricas en Europa y muy ajenas al yihaidismo de los últimos años.

Los trabajadores y los sectores populares más tradicionales de Inglaterra fueron los que votaron por salir de una UE que se volcó a políticas neoliberales y de austeridad, que borró de un plumazo la solidaridad y el pacto social como base del Estado de Bienestar; que ha llevado a un fenómeno inédito, el que las generaciones presentes tengan la percepción de que viven peor que sus padres y que sus hijos continuarán por esa senda. En esa condición, se encontraron con el discurso de la ultraderecha, que achaca todos los problemas a la apertura comunitaria y la migración ilegal.

3.- Pero, ¿es ese el ámbito primordial del problema? No. Existe una condición estructural y más profunda: la senda de reproducción del capital y sus transformaciones está llamando a sus puertas.

La flexibilización productiva iniciada en la década del ’80 fue sólo el comienzo. Dio paso a una gran reestructuración productiva a escala global. La evidencia en el hemisferio sur fue una reprimarización de las economías, donde nuevamente los RR.NN. asumieron la primacía. Las incipientes industrias latinoamericanas no resultaron competitivas, y ese ámbito de la producción migró a los países asiáticos y luego a China. Sin embargo, con el paso del tiempo la competitividad del sector industrial de esos países no solo había superando al latinoamericano, sino que además al del propio primer mundo. La nueva configuración global de la economía, separaba por regiones a los productores de materias primas, a los que las transformaban en bienes que alimentaban los mercados del mundo y a aquellos que producían los servicios que articulaban todo el proceso. Esto supuso un gran cataclismo, que va más allá de los cambios en la estructura productiva de países y regiones. Implicó una reestructuración social.

La década del ’80 en América Latina arrojó a la pobreza a millones de trabajadores desempleados estructurales, y obligó a una reconversión productiva que impactó a generaciones. Ese fenómeno es el que está sufriendo Europa en la actualidad. Lo que agudiza esta condición es que los trabajadores europeos contribuyeron durante generaciones a un sistema de protección que los defendía de las inclemencias del ciclo económico, sistema que se encuentra severamente mermado producto de la crisis y las estrategias adoptadas.

Es el trabajadores inglés, francés, español e italiano, entre otros, el que observa su vida sumida en la precariedad, con la añoranza de un pasado que no volverá, y con un presente al que sus hijos, no con pocos sacrificios, deberán acostumbrarse. Ese ciudadano asumió, como explicación de su nueva condición, que la UE lo expoliaba y le impedía defenderse  de la amenaza de las hordas de refugiados que le disputarían el pan.
En medio de una frustración histórica, caer en brazos de una ultraderecha xenófoba no es privativo de estos países. El ascenso de Donald Trump en EE.UU. es parte del mismo proceso.

(*) Patricio Escobar es Sociólogo de la Universidad ARCIS, con estudios de pregrado en economía, Magíster en Ciencias Sociales y Doctor (c) en Estudios de las Sociedades Latinoamericanas, Mención Economía. Director de la Escuela de Sociología de la U. Academia de Humanismo Cristiano.
 

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