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Opinión

12 de Octubre de 2016

Adelanto de “Imputada”, el polémico libro de Lily Zúñiga: “Mi primer viaje con la UDI”

Esta tarde, en el Passapoga, la exjefa de prensa de la UDI Lily Zúñiga lanza su polémico libro titulado "Imputada", que fue autogestionado. En él relata su experiencia en la tienda de Suecia 286 y revela una serie de secretos de toda índole. El siguiente capítulo es el relato que hace la periodista en primera persona sobre su primer viaje a cargo de comunicaciones de la UDI a Antofagasta. Su contenido pertenece a sus vivencias personales y son de exclusiva responsabilidad de su autora.

Lily Zúñiga
Lily Zúñiga
Por

Lily Zuñiga
“En el año 2007, los presidentes de partidos de la Alianza, Hernán Larraín de la UDI y Carlos Larraín de RN, decidieron organizar un consejo general en la ciudad de Antofagasta. Para los que no recuerdan, la Alianza fue una coalición política de centroderecha, formada por ambos partidos, que existió entre 1989 y 2015.

Según me explicó Hernán, viajaría solamente una periodista para no generar competencia entre los partidos y así unificar criterios y gestionar medios como conglomerado. Si bien fui elegida para ejecutar este trabajo, mi llegada a la UDI se había concretado pocos meses atrás, razón por la cual no me sentía con total seguridad para enfrentar esta situación. De cualquier forma significaba un buen desafío para mí.

Fue así como tuve que organizar mi viaje de manera relámpago, aunque tenía una especie de ventaja porque conocía la ciudad y gran parte de mi familia materna residía en la «Perla del Norte», como comúnmente se conoce a Antofagasta.

La logística estaba a cargo de Marisol Cavieres, quien preguntó si quería viajar el mismo día del consejo a las 4 de la mañana o el día anterior en un vuelo de las 19:00 horas. Como estaba un poco nerviosa y quería que todo saliera perfecto, acepté partir el día anterior.

Pocas horas después Marisol me preguntó si conocía hoteles en Antofagasta que no fueran los clásicos de la zona, porque no quedaban habitaciones en el Hotel Antofagasta, lugar donde se realizaría el encuentro. No recordaba muchos nombres, pero sabía que había uno en el centro de la ciudad, que era sencillo y tranquilo.

Me consultó si tenía problemas de alojar ahí y respondí que no. Terminando la jornada laboral, Jorge Manzano comentó que nos iríamos en el mismo vuelo porque debía llevar «ornamentos» (como llaman en el partido al mobiliario) para la actividad, así que amablemente ofreció llevarme al aeropuerto, porque iría en su auto para trasladar todo lo necesario.

Acepté encantada, pues el ofrecimiento significaba no alterar mi rutina familiar. Así fue como al día siguiente, mientras Manzano cargaba su jeep Mitsubishi, mi marido acomodaba la maleta con mis cosas.

Ese día jueves partí a mi primer viaje de trabajo con la UDI. Cuando íbamos en el auto, Jorge empezó a hablar sobre temas laborales, así que aproveché la instancia para aclarar algunas dudas sobre la reunión. En un paréntesis, llamó a su secretaria, Verónica Nieto, para preguntarle dónde se hospedaría. Pude escuchar toda la conversación porque su auto contaba con bluetooth.

Verónica mencionó el hotel que yo había recomendado, pero Manzano, muy molesto, le dijo que inmediatamente le consiguiera una reserva en el Hotel Antofagasta, porque el otro tenía nombre de no ser un hotel, sino «uno de esos lugares en que se ven las estrellas…». Ella se rió, mientras trataba de explicarle que no había otra opción, pero él subió el tono y le exigió que se moviera con la reserva.

Fue entonces que su secretaria le comentó: «Lily también alojará ahí». A partir de entonces, Jorge empezó a bromear con ella sobre mis supuestas «ocultas intenciones de querer llevarlo a ver las estrellas». Escuché las carcajadas que lanzó Verónica. Antes de cortar, le advirtió que la llamaría antes de llegar al aeropuerto para que le confirmara su hotel.

Me sentí tan mal en ese momento que comencé a dar explicaciones sin saber bien por qué. Le comenté que no tenía idea que él estaba considerado en el grupo de personas que se alojaría fuera del Antofagasta y que solo había tratado de ayudar recordando algún hotel que estuviera ubicado cerca de donde se realizaría el consejo. Sin embargo, él continuó con las risas.

-Claramente conociste ese hotel en otro contexto-, dijo con un tono malicioso.

Ante mi desatención a lo que estaba diciendo, agregó:

-Ese lugar con suerte debe tener duchas, y de seguro te gustan los espejos.

Debo reconocer que más que molestia sentí vergüenza. Mis años de ausencia en la zona quizás me habían jugado una mala pasada al no recordar claramente ese lugar. Entre risas nerviosas me deshice en explicaciones de por qué había recomendado ese hotel y no otro.

Al llegar al avión, las bromas siguieron y la verdad es que me sentía muy incómoda. Llegamos a Antofagasta y Jorge retiró el auto que había arrendado para trasladarse en la zona.

Quise indicarle a Manzano cómo llegar al hotel que nos alojaría, pero me respondió que no debía preocuparme porque su secretaria nos había conseguido habitaciones en el Antofagasta. Le agradecí la gestión y su buena disposición. Más tarde entendería sus verdaderas intenciones y el costo de tanta gentileza.

En la puerta de entrada del Antofagasta nos esperaba un grupo de dirigentes de la zona a los que no conocía. Nos saludaron muy afectuosamente, principalmente a Manzano, y nos invitaron a cenar fuera del hotel. Expliqué que no podía ir porque debía enviar la pauta de prensa del día siguiente. En ese momento, un periodista local de apellido Estay me afirmó que él ya había enviado la convocatoria de prensa. Repetí que no iría, argumentando que varios colegas de medios nacionales habían viajado para cubrir el consejo, por lo que debía enviar también la invitación a los medios nacionales.

Recuerdo que no tenía notebook, así que me dirigí a la recepción para pedir la sala de computación, pero me explicaron que a esa hora estaba cerrada y que solo funcionaba hasta las 20:00 horas.

Le comenté a Manzano que la sala de computadores estaba cerrada y que debía enviar la pauta. El me manifestó que no me preocupara, que me prestaba su computador, pero que por ningún motivo podía rechazar la invitación de los dirigentes a comer, argumentando que eran ellos los que movían el tema en la región, por lo tanto era indispensable que lo acompañara a la cena.

Acepté, pero insistí en que necesitaba el computador antes de la comida para avanzar en el trabajo pendiente. En ese minuto los dirigentes se dirigieron al hall del hotel y nosotros subimos las escaleras rumbo a nuestras respectivas habitaciones. Al llegar al segundo piso, bromeó diciendo que «lamentablemente» mi habitación estaba en el pasillo contrario a la de él, mientras hacía un gesto raro con su mano.

Entré a mi pieza para ver si lograba enviar la pauta. Encendí el computador y mientras me conectaba a internet, sonó mi celular. Era Jorge pidiendo que bajara rápidamente para que volviéramos pronto a juntarnos con los dirigentes que nos estaban esperando.

Partimos en el auto que había arrendado y llegamos a un restaurant que quedaba en Avenida Brasil. La comida no fue tal, sino más bien un picoteo de mariscos, acompañado de mucho alcohol. El reloj marcaba las doce de la noche cuando finalmente nos retiramos del lugar. Regresamos al hotel, subimos, nos despedimos y cada uno se retiró a su habitación.

Caminé por un pasillo que parecía eterno, cerré la puerta de mi pieza y en un acto de liberación, me saqué los zapatos y los tiré lejos. No pasaron diez minutos cuando mi celular empezó a sonar. En la pantalla, el nombre de Jorge Manzano. No respondí, pero ante la insistencia decidí contestar.

Su llamada tenía como objetivo convencerme para que lo acompañara a una salida con dos dirigentes de RN que nos habíamos encontrado en el restaurant. Me convenció de que él no podía negarse a esa invitación y que no quería ir solo, por lo que mi compañía sería de gran utilidad.

Traté de excusarme, pero en vista de que insistía tanto, acepté contra mis deseos. Le pedí eso sí quince minutos para poder terminar mi trabajo. No alcanzaron a pasar cinco cuando mi teléfono volvió a sonar una y otra vez. Ya era pasada la una de la mañana. Manzano me urgía salir porque quería cumplir rápidamente «con el trámite».

Finalmente bajé al hall y partimos rumbo al encuentro con los miembros de RN. Le rogué que volviéramos pronto, porque debía levantarme muy temprano al día siguiente. Me respondió que de todas maneras, que solo nos tomaría una media hora.

Subí al auto sin conocer el destino del encuentro. De pronto comenzamos a alejarnos del centro de la ciudad. Justo en ese momento tuve una sensación extraña, algo me decía que esa noche las cosas no terminarían bien.

Para mi sorpresa, habíamos llegado al sector de las discotecas y pubs de Antofagasta. Cuando estacionó el auto, no entendía nada y a esas alturas ya estaba molesta, además de asustada por la situación. Él caminó hacía la entrada, insistiendo que lo acompañara para solo hacer acto de presencia e irnos.

Lo seguí un tanto resignada, hacía mucho frío. Noté que los jóvenes nos miraban como si se tratara de unos padres que iban a buscar a sus hijos. Entre la vergüenza, la molestia y la inquietud llegué a la puerta de la discoteque Kamikaze.

A esas alturas estaba muy choreada, así que lo increpé y le exigí una explicación. Le dije que esa salida no era una reunión política y que quería volver al hotel en ese mismo momento. Manzano insistía en que lo estaban esperando adentro y que solo había que hacer un acto de presencia. Acepté a regañadientes. Al ingresar partió directamente a la barra y me ofreció un trago. Le dejé en claro que no quería tomar nada porque ya era muy tarde y necesitaba estar despejada para el día siguiente.

-¿Dónde están los dirigentes?-, pregunté.
-Parece que no llegaron-, respondió muy tranquilo.
-Puedes enviar un mensaje para saber si vienen o si no nos vamos-, insistí.
-Relájate que si no llegan en quince minutos, nos vamos- dijo, mientras tomaba un sorbo de su trago y supuestamente enviaba el mensaje.

Estaba furiosa, cansada y confundida. No me alejé de la barra. Mientras bebía me pidió que bailáramos para «pasar más rápido el tiempo». Obviamente me negué en forma rotunda a su petición. Terminó su trago y jamás llegaron los dirigentes.

Cuando puso su vaso vacío en la barra, le exigí que nos volviéramos al hotel, así que caminé hacia la salida. Sin embargo, él insistió en que nos tomáramos otro trago. Su risa burlesca me generaba aún más molestia, pero a él parecía no importarle nada. En un acto de valentía -porque la verdad es que la situación ya me tenía muy nerviosa- salí del lugar.

Caminé rápidamente hasta el auto y le pedí manejar, pero él se negó. En el camino de vuelta, notoriamente no tenía control sobre el automóvil, así que le exigí varias veces que se detuviera para yo poder manejar. Nuevamente se negó argumentando que yo había dejado mis documentos en el hotel.

No pronuncié ni una sola palabra más hasta que llegamos. Apresuradamente subí a mi habitación sin despedirme. Pasaron algunos minutos cuando escuché que golpeaban la puerta. Pregunté quién era, pero nadie respondió. Volvieron a golpear. Me acerqué para preguntar nuevamente quién era, pero no hubo respuesta. Pasaron unos segundos cuando de pronto escuché detrás de la puerta: «Lily soy yo, Jorge, necesito el computador para trabajar». Le dije que se lo entregaría en la mañana a primera hora, pero él insistía en que lo necesitaba de manera urgente.

Finalmente tomé el computador, el cargador y el bolso y me acerqué a la puerta con todo en las manos. Abrí y le entregué su notebook, pero no lo recibió. Comenzó a pedirme disculpas por seguir molestando a esa hora. En ese momento empujó la puerta y trató de avanzar hacia mí. Yo retrocedí muerta de miedo y desconcertada le pregunté: «¿Qué necesitas?». Él miró hacia el interior de mi habitación y preguntó: «¿Por qué tienes tres camas?». Le respondí que no sabía y que era la habitación que me habían asignado. No obstante, él continuaba tratando de avanzar hacia el interior de la pieza. Le pedí de buenas maneras que se fuera, pero insistía en entrar. Hasta que me dijo: «No quiero dormir solo». Tiritando le rogué que se fuera, pero se obstinaba en no querer salir.

Mientras trataba de avanzar lo empujaba hacia afuera con su propio computador, pero el tipo no entraba en razón. Mi tono a esas alturas tuvo que ser más enérgico, aunque tenía miedo de lo que podía pasar. Manzano estaba decidido a entrar. Fue entonces que le grité: «¡ ¡ ¡Afuera, ahora!!!». Pero él seguía con su obsesión como si nada. «Tienes tres camas, deja quedarme contigo», me lanzó. A empujones logré sacarlo y cerrar la puerta.

Esa noche no pude conciliar el sueño y amanecí muy desanimada. Sin embargo, la presión por el trabajo de ese día hizo que me olvidara del tema por momentos. Llegué exactamente a las 07:50 al salón del hotel y ya había un número importante de parlamentarios dando vueltas por el lugar.

Darío Paya, mi jefe directo, se acercó y me saludó con su frialdad habitual. Preguntó cómo estaba todo. Respondí que estaba trabajando en coordinación con el periodista de la región, por lo tanto, todo marchaba a la perfección. Siguió él con su revisión del lugar. De pronto frente a mí tenía a Hernán y Carlos Larraín, que querían conversar sobre los horarios de los puntos de prensa y la gestión con los medios locales. Estábamos en eso cuando apareció Manzano a saludar a los presidentes. Para mi sorpresa, no me dirigió la palabra, reacción que me descolocó porque se suponía que la molesta en esta historia era yo.

Contactos de prensa con medios locales, entrevistas, puntos de prensa y transcripciones de cuñas fueron la tónica del día. Según la pauta, el consejo concluía a las 19:00 horas y posteriormente se realizaría una cena para cerrar la actividad. El día siguiente sería solo para sacar conclusiones y los vuelos de regreso a Santiago estaban programados para el mediodía.

Antes de partir, yo le había pedido a Marisol Cavieres que me reservara un vuelo de vuelta a Santiago lo más tarde posible, pues quería aprovechar de visitar a mi familia antofagastina. No regresaría con todos en el vuelo de las 13:00 horas, sino que sola en el de las 19:00.

Después que me negara el saludo, me di cuenta de que lo sucedido con Jorge Manzano no había sido solo un mal rato que él había querido omitir. Al acercarme a Darío Paya, que estaba acompañado por un grupo importante de parlamentarios, me comentó: «Ya nos contó Jorge donde lo querías llevar, Lily». En ese momento no entendí bien a qué se refería, pero prontamente el mismo Darío se encargó de contextualizar su comentario anterior, acompañándolo de carcajadas: «Es que Jorge nos contó que lo querías llevar a un hotel donde se ven las estrellas».

Sin pensarlo mayormente le pregunté de inmediato a qué se refería e insistió: «¡Ay Lily! (hablando como si tuviera una papa en la boca), si ya nos dijo Jorge que le pediste a Marisol que te dejara junto a él en un hotel del centro».

Mi cara de desconcierto fue inevitable y obviamente imaginé que Manzano no solo lo había inventado, sino que buscaba tapar su asqueroso actuar de la noche anterior. No dije nada, solo atiné a preguntar si me podía retirar. Paya me explicó que estaba contemplada en la cena de esa noche, pero le expresé mi rechazo a asistir y tomé mis cosas, mientras veía a Manzano reírse con todos.

Corrí a mi habitación y lloré sin parar. Mi familia llamaba insistentemente para que nos juntáramos, pero la vergüenza que sentía me hizo encerrarme en esa pieza hasta el día siguiente. Quería que todo terminara y que pronto pudiera quedar libre.

El día lunes, ya de regreso en Santiago, Claudia Vera me consultó sobre el consejo y su desarrollo. Recuerdo que en ese momento también se encontraba Verónica Nieto, secretaria de Jorge Manzano, quien me preguntó sin ninguna justificación: «¿Cómo te fue con Jorge?».

Asombrada, le respondí que por qué me preguntaba por él. Su sorprendente respuesta no se hizo esperar: «Es que Jorge se pone un poco pesado con trago». En ese instante sentí la confianza para poder contar lo que me había pasado. Relaté hasta el último detalle, pero para mi sorpresa, Claudia Vera y Verónica no se impresionaron y solo comentaron como si nada: «Pucha, se nos olvidó advertirte
sobre él», frase que me revolvió todo el estómago.

En mi casa le comenté lo sucedido a mi marido, pero le rogué que no hiciera nada que me pudiera perjudicar.

La verdad es que a esas alturas solo quería olvidar lo que había pasado”.

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