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Nacional

24 de Abril de 2017

Co-autoras de El Diario de Agustín: “La muerte de Edwards es una oportunidad para El Mercurio”

María José Vilches y Elizabeth Harries, periodistas que formaron parte del grupo que dio vida a la publicación del libro “El Diario de Agustín” y el documental de Ignacio Agüero que lleva el mismo nombre, recuerdan el proceso investigativo que desenmascaró a civiles cómplices de las artimañas del régimen de Pinochet. Y a Agustín Edwards, el principal conspirador.

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Un grupo de recién egresados de periodismo de la Universidad de Chile fue convocado en 2006 para realizar su tesis de lo que sería la investigación más grande acerca del rol que cumplió El Mercurio entre 1970 y 1988 en el país. La idea que surgió por la publicación del informe Valech que condenaba a militares por abusos y asesinatos continuaba su vía hacia los responsables civiles durante este periodo. Asesores comunicacionales, periodistas, editores, directores, gerentes y el mismísimo dueño del ‘decano’ de la prensa chilena, Agustín Edwards Eastman, son los protagonistas de este trabajo que duró casi dos años y se publicó bajo el nombre “El Diario de Agustín”. Más de 100 entrevistas inéditas a los personajes que moldearon la historia de Chile a través de la prensa, vieron la luz en 2009 con la versión editada por Claudia Lagos, cuya segunda edición está próxima a lanzarse. Pero el documental, realizado en base a estas mismas, no tuvo la misma suerte: se estrenó en 2008 en la Fidocs, luego fue adquirido por TVN y no fue hasta 2014 que el canal nacional se decidió a exhibirlo en pantalla abierta, previo un recurso de protección en su contra.

Este compilado de testimonios se gestó gracias al interés del grupo realizador por revelar quiénes habían sido los civiles que trabajaron por y para el golpe. Pero no fue tarea fácil pues los involucrados eran cómplices de un régimen autoritario que había matado a cientos de compatriotas y cuyo principal pacto, incluso hasta estos días, era el silencio. “Estábamos enfrentadas a gente que, cuando hablamos de dictadura cívico-militar, eran los civiles de primera línea, gente muy involucrada con todo el aparataje dictatorial. Ahora pienso, once años después de haber hecho esta investigación, que me haría un baño con sal después de cada entrevista”, dice María José, directora del proyecto UAbierta de cursos en línea de la Universidad de Chile.

“Había gente que tenía una presencia muy densa, como Álvaro Puga. Para mí fue terrible, realmente me generaba un malestar estomacal”, acota Elizabeth, Jefa de Comunicaciones de la facultad de Derecho de la Universidad de Chile.

Álvaro Puga, al ser contactado por Elizabeth, accedió a la entrevista con la condición de que fuera el 11 de septiembre y no otro día. “Lo llamé como en junio o julio y me dijo que el 11 de septiembre en la tarde o nada. El conflicto era: cómo lo voy a saludar de mucho gusto, si en realidad no tenía ningún gusto de saludarlo”, recuerda.

Ese día llegó a su casa en Pocuro y cuenta que le abrió un señor muy grande, alto y maquillado. “Tenía unos tremendos anillos de oro y la casa estaba repleta de cuadros de Pedro Lira, los mismos que se habían perdido en La Moneda después del golpe. Él se jactaba y nos decía que tenía más en la bodega y en el subterráneo”.

Recuerda que la entrevista fue de las más difíciles pues Puga estaba en una especie de trono, muy lejos de ellas y había un hombre detrás de una cortina escuchando todo. “De repente empieza a decir que se habían quedado cortos con matar comunistas porque era una necesidad biológica y que había que matar comunistas con rango, no a cualquiera. Nos dijo que deberían haber matado a Ominami, no a la gente de poblaciones porque ellos no servían para nada”.

Este hombre, estrecho colaborador civil de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA), fue el artífice de la campaña de la desinformación en la Operación Colombo, aquella en que se encubrió la desaparición y asesinato de 119 presos políticos.

Esta misión de carácter internacional se orquestó utilizando medios de comunicación de Brasil y Argentina –creados y usados únicamente para ocultar esta acción militar- en los que se publicó una supuesta purga entre militantes del MIR y con fuerzas del gobierno Argentino con consecuencia de muerte de los 119 detenidos desaparecidos.

Esta información llegó a Chile a través de la Agencia UPI y fue difundida por El Mercurio, La Segunda, Las Últimas Noticias –medios controlados por Agustín Edwards- y La Tercera.

“El Mercurio es uno de los diarios más importantes, es milenario. En sus páginas está la historia y la parte de Chile que han querido mostrar de años y años. Es sin duda un diario fundamental e importante”, señala María José.

De igual forma, comenta que quien quería saber –la verdad-, la sabía. “La Vicaría de la Solidaridad –organización que llevaba la cuenta de los detenidos desaparecidos- estaba a cuadras de las oficinas de El Mercurio y hacía boletines y gestiones para que se difundiera la información. “En una primera etapa de la dictadura había mucho miedo, los militares se paseaban por las salas de redacción, había censura concreta y mucho miedo. Luego, ya no fue necesaria tanta represión, la extrema cautela llevo a los periodistas a la autocensura”.

Aún así, piensan que es muy fácil juzgar a la gente porque no cubrió cierto tema y comprenden la existencia de un temor generalizado de quienes tenían que conservar su pega. “Uno siempre piensa que se puede haber hecho más. Pero en ese recorrido te das cuenta que hay personajes tremendos, gente que lo hizo todo”.

Pese a esto, el “importante diario” y los periodistas que trabajaban en él, se alinearon con los intereses políticos y económicos de su mandamás, en desmedro de la información que demandaba una sociedad sumida en uno de los regímenes más cruentos de América Latina.

Esta línea editorial no ha cambiado mucho, según relatan las periodistas egresadas de la Universidad de Chile. El Mercurio “ha construido la agenda conservadora, valórica y neoliberal de Chile, que no es Chile. Es una parte de nuestro país; la más cruda; la que vivimos siempre; la mayoritaria y la que más afecta porque es la parte que tiene el poder”, cuenta María José, denunciando además, la reciente criminalización del movimiento estudiantil por una condición que les convendría en base a sus intereses. “Es mostrar una realidad que ellos quieren mostrar respecto de cómo quieren que la gente vea al país”.

Ni María José ni Elizabeth descartan que todo podría cambiar con el fallecimiento de Edwards Eastman ya que marca el fin de una era periodística y la posibilidad de que El Mercuriose retracte por el daño informativo o más bien, desinformativo que se realizó previo, durante y después del golpe de estado de 1973. “La muerte de Agustín Edwards nunca va a ser sinónimo de justicia ni para los familiares de los detenidos desaparecidos ni para las víctimas. La muerte de Edwards no es sinónimo de justicia, eso está claro, pero sí puede ser sinónimo de enmendar un poco el camino”.

Por lo mismo aseguran que sería un gran gesto el asumir responsabilidades. “Si existiera una convicción total de ese rol –periodístico- habría un perdón o reconocimiento de las responsabilidades en el clima de polarización de la UP, en el ocultamiento -de información- durante la dictadura y en la criminalización de los movimientos sociales en democracia”.

“DEFINITIVAMENTE QUEDÉ CON UNA PEOR IMAGEN QUE CON LA QUE PARTÍ”

Tanto Elizabeth como María José coinciden que el haber investigado el rol de El Mercurio en la gestación del golpe y la posterior dictadura fue un “tremendo honor, oportunidad y responsabilidad”. Admiten que hubo mucho insomnio e interrogantes pero que sin duda fue el momento preciso pues ahora muchos de los entrevistados fundamentales han muerto.

Pero el gusto con el que se quedaron al finalizar fue fulminante. “Iba más limpia, sobre todo con respecto al tema personal de Agustín Edwards. Uno puede entender algunas maniobras políticas que tienen que ver con el negocio de este señor, toda la influencia que ejerció para mejorar su negocio y la intención de fondo. Todo eso de ser un golpista y conspirar puede ser un objetivo vinculado al dinero y el poder. Hasta ahí iba bien. Pero cuando me di cuenta de cómo era el personaje humano, ahí me cambio la perspectiva. Cuando vi que de verdad este caballero tenía gestos y conductas que distaban mucho entre lo moral y lo inmoral”, recuerda Elizabeth.

Así, rememora episodios como cuando Arturo Fontaine – ex director de El Mercurio- decía que lo había echado casi a patadas o el momento en que, después del secuestro de su hijo -Cristián Edwards-, la periodista Cecilia Serrano le pregunta: ¿Qué le diría usted a los familiares de detenidos desaparecidos que no saben dónde están? Y él responde que esta era una oportunidad para juntar a la familia y que tengan fe. “Nivel de empatía cero, viviendo en su propio mundo, no cachando nada. Además, todo el tema con su hermana cuando casi la exilió porque se quedó embarazada como madre soltera y era una vergüenza para la familia. Esas historias de su vida privada son súper oscuras”, sentencia María José.

Aparte de ‘desayunarse’ con el lado más íntimo del magnate, cuentan que durante la investigación “ocurrían cosas”. Una de éstas fue después de la entrevista con Álvaro Puga. “Me llamó para decirme que me tenía que quedar absolutamente claro que él no tenía nada que ver con eso –la Operación Colombo- porque sino después íbamos a tener problemas. Esa llamada fue como medio amenaza, de técnicas antiguas que usaba”, sintió Elizabeth.

Dejando de lado este llamado, dicen que la investigación se fue dando de manera expedita y que algunos de los problemas vinieron después.

María José trabajaba como freelance en Las Últimas Noticias en ese entonces y había tenido acceso al centro de documentación de El Mercurio para hacerse de todos los archivos necesarios. “Cuando se estrenó el documental y el libro hubo gente que ya no se paraba a saludarme, los propios periodistas se autocensuraban en LUN. Y no faltaba el que me interceptaba en la calle, un poco más abajo y me decía: Oye, te vi en el documental. Qué bueno e importante lo que hicieron. Era raro”, cuenta María José.

Pero lo de Elizabeth fue peor. “Hace pocos años, me llamaron de Emol para ser editora de una área en especifico y a mí me pareció extraño. La niña del contacto me dijo que mi currículum era perfecto y que lo mandara. Al otro día, temprano en la mañana, me llama esta misma niña y me dice: “Ay, la Marlén Eriguren me dice que le encantó tu CV pero que ella trabaja directamente con Cristián Edwards y no puede tener a alguien ASÍ en su equipo de trabajo. No me había hecho ninguna perspectiva porque sabía que en algún momento iban a saber. Eso fue censura absoluta. Por ese tema no pude ni postular al cargo”.

Respecto de estos episodios, ambas periodistas coinciden en que hay practicas anquilosadas en el periodismo que no tienen que ver con su director propiamente tal sino que con el profesionalismo de los reporteros, con las relaciones que se establecen con las fuentes, el “amiguismo” entre periodistas y los ministerios o el mismo chequeo de la información, cuestión de la que ni el propio Agustín Edwards Eastman se salvó, cuando algunos medios publicaron precipitadamente su muerte.

Pero “todos están cómodos” y el sistema sigue funcionando, se lamentan Vilches y Harries. Así es como los gobiernos siguen mandando sus avisajes y vocerías a los medios del duopolio, la Concertación continúa cómoda en su posición y finalmente “todos se comen el asado juntos”, ríen.

Por esta alianza indisoluble que lleva años gestándose, las periodistas recordaron la sociedad entre Agustín Edwards, Sergio Bitar (DC) y Fernando Flores (ex ministro de Allende) al crear Paz Ciudadana. “Todos los chilenos desinformados, endeudados por los coludidos, con lucro en las universidades pero el sistema le funciona a los poderosos y se mantiene así, haciendo las cosas entre ellos”.

Aún en esta comodidad, María José y Elizabeth creen que puede haber un cambio tanto en el reconocimiento de responsabilidad por parte de El Mercurio como un recambio generacional que potencie las buenas prácticas en la entrega de información.

Con la muerte del quinto Agustín, ven la posibilidad de que Cristián Edwards, el primogénito, reconozca los errores cometidos por El Mercurio para con la sociedad. “En una de esas le baja algo a Cristián y dice: Tal vez nunca lo hice por respeto a mi padre mientras él estuvo vivo, pero ahora sí creo que es necesario que nosotros pidamos disculpas y reconozcamos nuestros errores”, piensa Elizabeth.

Asimismo, entienden que las nuevas generaciones se están independizando, entrando en la era de la información digital y de los medios independientes. Y en este fenómeno no dejan de lado la influencia que pudo haber tenido “El Diario de Agustín”. “Hubo una generación que fue cero estudiante en práctica a El Mercurio y pensamos que algo pasó ahí, que algo sigue marcando el tema”, finalizan.

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