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Nacional

9 de Octubre de 2017

El suicidio que remece a la PUC: El fin del sueño universitario de Joselyn Lavados

La alumna de segundo año de ingeniería comercial de la Universidad Católica, Joselyn Lavados, se suicidó el 12 de septiembre pasado, al ingerir cianuro durante una clase de estética en el campus San Joaquín. La joven de 20 años padecía sordera y depresión, y había sido expulsada de la PUC por malos resultados académicos. Otros tres jóvenes de la casa de estudios se han quitado la vida este año. La comunidad estudiantil cuestiona el sistema de apoyo psicológico de la universidad y la falta de flexibilidad académica.

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La tarde del 12 de septiembre de 2017, el electivo El cuerpo en la Historia del Arte de la Universidad Católica, en San Joaquín, trataba sobre las representaciones de la muerte. En la pizarra de la sala AL-3 la profesora de estética Rosa Droguett mostraba un video: las imágenes referentes a la mirada artística sobre el fin de la vida se exhibían en silencio, cuando se escuchó un golpe seco. Los alumnos elevaron la vista y vieron caer por los escalones de ese auditorio, construido como una especie de foso de cemento, a Joselyn Lavados Toro (20).

Eran cerca de las 19:00 horas y la estudiante de segundo año de ingeniería comercial convulsionaba en el suelo. Un compañero corrió por ayuda. El jefe de seguridad ingresó a la sala e intentó reanimarla, casi no respiraba.

De las 31 personas que estaban en el lugar, sólo una, Rocío Crisóstomo, sabía quién era aquella joven y qué hacía allí. Era una de las pocas amigas de Joselyn y la única que estaba al tanto de que la estudiante llevaba días angustiada. Joselyn arrastraba una depresión desde el colegio, cuando estaba en tercero medio su sicólogo le había diagnosticado una depresión suicida. Y la decisión de la casa de estudios de expulsarla por razones académicas, había agravado su estado.

Mientras en la pantalla de la sala continuaban exhibiéndose los distintos rostros de la muerte, Joselyn agonizaba en el piso. Había ingerido cianuro.

***

Once días antes de suicidarse, el 1 de septiembre, Joselyn fue notificada de que había ingresado en “causal de eliminación”. Era el paso previo a ser expulsada de la carrera. Esa misma jornada, un estudiante de ingeniería de la PUC, aquejado de depresión y con problemas académicos, se quitó la vida en su hogar. En el primer semestre, lo había hecho un estudiante de ciencias biológicas y otro de derecho. En 2016 hubo dos suicidios de alumnos en la PUC; en 2017, ya van cuatro.

No ha sido la única crisis en la Universidad Católica. El rector, Ignacio Sánchez, libró este año una batalla contra el gobierno por la promulgación del aborto en tres causales y la objeción de conciencia en la red de salud. Al interior de la comunidad estudiantil, la preocupación sanitaria era otra: el colapsado sistema de apoyo de salud mental que brinda la UC.

-No da abasto-, reclamaban los alumnos, consternados por la ola de suicidios entre el estudiantado. También se quejaban de la falta de flexibilidad académica en los casos de depresiones severas. Una egresada de comercial, en la página de Facebook, confesiones UC, le envió un mensaje al rector: “Sánchez, se te están suicidando los alumnos y tú seguí webiando con los fetos. Me importa una raja tu objeción de conciencia”. Su testimonio se hizo viral.

***

La vida de Joselyn venía cuesta abajo desde mucho antes de que su cuerpo cayera casi inerte en el salón de la PUC. A la universidad ingresó en el año 2016 a través del Programa para la Inclusión de Alumnos con Necesidades Especiales, Piane. Según su familia, la alegría que trajo este logro duró poco.

Desde el colegio, Joselyn arrastraba el diagnóstico de depresión suicida. Padecía hipoacupsia bilateral -sordera en ambos oídos- y había sufrido bullying en el Compañía de María de Puente Alto, establecimiento católico subvencionado, donde terminó cuarto medio.

En la universidad, la estudiante siguió con tratamiento psicológico, y en un principio pareció mejorar. Dejó los antidepresivos por orden médica. Aunque su grupo de amigos era pequeño, destacaba como embajadora del plantel y solía participar de las actividades estudiantiles.

Eso hasta que su sordera se agudizó. La universidad le ayudó a conseguir auriculares más avanzados, pero aun así le costaba oír al profesor y estudiar en grupos. No captaba bien los contenidos, lo que se tradujo en malos resultados académicos. El primer semestre debió botar todos los ramos y comenzar otra vez.

Luego de su mal desempeño ese semestre, Joselyn pensó en cambiar de carrera y retomar su idea original de buscar una alternativa humanista.

-Nosotros cometimos un error, nos equivocamos. Ella quería estudiar literatura o periodismo, pero pensamos que esas carreras no le iban a servir en el mundo laboral- reconoce su padre, Alfredo Lavados.

Su madre, Carmen Gloria Toro, detalla que el segundo semestre de 2016, la secretaría docente le sugirió a Joselyn tomar pocos ramos. Cuando inició el tercer semestre académico, en marzo de 2017, tenía muy pocos créditos aprobados. No cumplía con los requisitos para seguir estudiando.

Septiembre de 2017 llegó con malas noticias. A inicios del mes, Joselyn le contó a su mamá que estaba en un escenario difícil, pero no le dio mayores detalles. En la semana del 4 al 10 de septiembre la estudiante apeló a la decisión de ser eliminada de la carrera, como permite la normativa. No tuvo éxito.

Esa última semana, le cancelaron la TUC, la tarjeta estudiantil de la universidad, ya no podía pedir libros en la biblioteca, ni tampoco asistir a clases.

El lunes 11 de septiembre recibió en su casa una carta certificada de la universidad. Era su concentración de notas, el trámite con el que se daba por finalizada su relación con la PUC. No quiso abrirla, le dijo a su madre que lo haría el día siguiente en San Joaquín.

Así lo hizo. El martes 12 de septiembre, Joselyn fue, como si fuera un día cualquiera, al campus San Joaquín. Rocío la notó angustiada. Le ofreció que la acompañara al electivo de estética y luego a la fonda universitaria. Joselyn accedió. En medio de la clase estética, se levantó para ir al baño. Según ha podido reconstruir la familia y sus amigos, Joselyn disolvió cianuro en un termo y lo bebió. Minutos después se desplomó en el auditorio.


La madre de Joselyn, Carmen Gloria Toro, su hermano menor Nicolás y Alberto Lavados, su padre.

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-Lo que hizo no fue solo por la expulsión, fueron muchas cosas en su vida que se fueron sumando. Esto fue como la última gota que la desbordó-, cuenta Rocío al hablar sobre la muerte de su amiga.

Nicolás (16), el hermano menor de Joselyn, tiene otra visión:

-La universidad no vio a mi hermana como una alumna. La vieron solamente como un número, que representaba una utilidad, o alguien que estaba estorbando en la U. La frialdad de la institución fue la que la llevó a la decisión- sostiene el alumno de tercero medio del Instituto Nacional, que además es seleccionado nacional de matemáticas.

En la PUC aseguran que, por razones de confidencialidad, no pueden entregar antecedentes respecto de si en la instancia para apelar a la expulsión, fue considerado el estado psicológico de Joselyn, del cual la universidad estaba al tanto, y su discapacidad auditiva.

Pero más allá de la información oficial, existe un cuestionamiento al proceso. La presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica (FEUC), Sofía Barahona, sostiene que “la forma de notificar a los estudiantes no tiene mucho tino ni inteligencia emocional. Se les envía un correo electrónico avisando que han sido eliminados y tienen cuatro días para apelar, pero no existe un acompañamiento posterior. Ni mucha orientación de cómo abordarlo con las familias”.

Ejemplos sobran. Barahona cuenta que Benjamín Martínez, el joven que estuvo tres días desaparecido en junio, y por el que su familia realizó una intensa campaña en redes sociales para ubicarlo, había sido eliminado de ingeniería comercial en la PUC. Cuando apareció, él explicó que estaba en una crisis vocacional y desató las burlas en internet.

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En la escalinata de la sala AL-3, Joselyn fue atendida por dos enfermeras y el jefe de seguridad del campus. Luego fue traslada al hospital de La Florida. En el trayecto de siete minutos, sufrió cinco infartos.

Rocío llamó a Nicolás, el hermano de Joselyn, para informarle lo que ella sabía: su amiga se había desmayado en la clase de estética. Todos pensaron que se había golpeado la cabeza al caer.

Carmen Gloria, la mamá de Joselyn; Alfredo, su papá; y Nicolás acudieron a la Universidad. Allí se enteraron que debían trasladarse al centro clínico. Cuando llegaron al hospital de La Florida, Wladimir Vásquez, jefe de turno, les dijo que Joselyn había muerto a las 19.22 horas.

Carmen Gloria pidió verla. A su lado, le rogó que se despertara. El equipo médico bajó el cuerpo a la morgue del hospital. Su familia y su amiga Rocío, fueron a despedirse por última vez de Joselyn. La abrazaron y besaron. Aún no sabían de los riesgos que eso implicaba.

Nicolás, incrédulo aún y buscando explicaciones, abrió la mochila de su hermana. Empezó a revisar todas sus cosas. Encontró una carta de la Universidad Católica. Luego, tocó una bolsa. Pesaba casi un kilo. En su interior, contenía pequeñas bolsas, con un polvo blanco condensado, como merengues. La sacó y leyó la inscripción. Era cianuro sódico.

Recién entonces se activó el protocolo para emergencias químicas y llamaron a los bomberos. La vida de todos los que estuvieron en contacto con Joselyn, luego de que ingirió el veneno, corría peligro. Era urgente contener el riesgo de contaminación e intoxicación masiva.

El capitán Alex Muller, de la Cuarta Compañía de Bomberos de Ñuñoa, unidad especialista en emergencias químicas, tomó el procedimiento.

Cerca de las 20:30 horas, llegó al Hospital de La Florida. Con un detector químico, se confirmó la presencia de cianuro. El protocolo en estos casos es estricto. Se debe aislar a las personas que tuvieron contacto con la víctima o los gases que emanan del cuerpo, ponerlas en observación por ocho horas y descontaminar el lugar para evitar que los efectos del veneno se expandan.

Los padres de Joselyn, su hermano, su amiga Rocío y otras seis personas, entre personal médico y la gente que la asistió en la Universidad, tuvieron que desvestirse. Carmen Gloría, su mamá, se resistía.

En el frontis del Hospital, bomberos instaló un biombo. Las cámaras de televisión acechaban. Muller dio la orden que la prensa fuera retirada del lugar para resguardar la privacidad del procedimiento. En bata y con agua fría, las 10 personas fueron bañadas con hipocloro, un desinfectante.

-El procedimiento fue horrible, o sea, fue bueno porque pudieron salvar a mucha gente, gracias a mi hijo que encontró el veneno, pero para nosotros como familia fue traumático. Nos aislaron, nos sacaron a la calle, estaba la prensa, cerraron el perímetro. El agua estaba fría y hacía mucho frío y yo aún no podía creer lo de mi hija-, recuerda Carmen Gloria.

El jefe de guardia y las enfermeras del campus que intentaron reanimar a Joselyn estaban con fuertes dolores de cabeza y tuvieron que aplicarles suero. Todos los involucrados quedaron internados en observación.

Toda la ropa y zapatos fueron quemados. También se descontaminó la camilla y la morgue. Lo mismo en el aula de la Católica y el baño, donde poco antes de derrumbarse en la sala, Joselyn vomitó producto de las náuseas, el primer síntoma de intoxicación por cianuro.


En esta hoja, Joselyn escribió lo que sería su plan B si es que era expulsada de Ingeniería Comercial de la U. Católica. En la última frase escribió: “Disfrutar el camino. No hay nada que desee más que eso”.

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Durante los últimos cuatro años, en la PUC cada semestre, en promedio, caen en causal de eliminación 663 alumnos de pregrado. De ellos, 487 logran superar el proceso y retoman sus estudios y 176, la mayoría de los cuales ni siquiera apelan, son eliminados.

Juan Echaurren, consejero superior de la Universidad Católica explica que, desde el año pasado, está en marcha una reforma a la causal de eliminación. La idea, dice, es que el sistema sea más riguroso y además cree alertas tempranas durante el semestre para avisar a los alumnos que están en riesgo. El sistema de expulsión hoy, plantea, “es demasiado árido y los plazos de apelación muy cortos para preparar una defensa adecuada”.

Alfredo, papá de Joselyn, agrega que, a una joven vulnerable, como su hija, la frialdad del proceso, la derriba.

-El bullying se la comió, esta depresión venía del colegio, en la Católica se mejoró, estaba feliz. Se notó demasiado el cambio, se sintió valorada e incluida, pero con esto que la expulsaron, de forma tan brusca y rápida, sin darle oportunidad de revisar sus antecedentes… Se le acabó el mundo. Nuestra hija pensó que no había más opciones.

Según las estadísticas, el día en que se suicidó Joselyn, otras cinco personas se quitaron la vida en Chile. Entre los países de la OCDE, nuestro país se ubica segundo tras Corea con las mayores tasas de crecimiento en este rubro. Desde 1990 a 2011, la tasa de personas que terminó con su vida subió en 90%.

En la Universidad Católica, tras el caso de Joselyn, el tema ha generado revuelo. El director de Asuntos Estudiantiles, William Young, explica que existe una unidad de apoyo psicológico para el total del alumnado (24 mil aproximadamente) de 20 psicólogos y 4 psiquiatras, que realizan en promedio 1300 atenciones mensuales.

“Se realizan un máximo total de 16 sesiones de psicoterapia focal, además de atenciones con psiquiatra si es necesario durante todo dicho tratamiento”, dice Young.

Para esta atención, los alumnos deben pagar 30 mil pesos por cada sesión, que la PUC reembolsa 20 días hábiles después.

El principal problema es que para los alumnos que necesitan un tratamiento más prolongado, la atención no está disponible y son derivados al sistema público o privado de salud, donde cada estudiante o su familia deben correr con los gastos.

-Respecto a los alumnos con riesgo suicida existe un protocolo específico que nos ha permitido pesquisar y realizar las maniobras de urgencia pertinentes. En dicho protocolo participa un equipo especializado de enfermería, así como también los profesionales de salud mental de la unidad-, destaca la autoridad de la PUC.

Pero ese protocolo en el caso de Joselyn y los otros tres alumnos fallecidos este año, no funcionó.

Carola, hermana del joven que se mató el 1 de septiembre, escribió un mensaje en Facebook el día en que se enteró del caso de Joselyn:

-Mi hermano estaba con depresión, mi hermano estaba orgulloso de entrar a la PUC, pero creo que fue la peor decisión. Él era brillante y esta universidad lo apagó, qué lástima que esto siga repitiéndose con otros jóvenes y que no tengan contención de la universidad.

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Las cenizas de Joselyn están en su habitación, sobre su escritorio de estudiante, sus padres hicieron un pequeño altar.

 

Nadie sabe cómo Joselyn accedió al veneno con el que se quitó la vida. El capitán Alex Muller, de la Cuarta Compañía de Bomberos de Ñuñoa, explica que la venta de cianuro no está regulada. Un mayor de edad puede conseguirlo en ferreterías de barrios, en internet u otros comercios. Se utiliza en joyería, labores industriales y en la minería.

Por sí solo no es tan peligroso, pero al ser diluido en agua, crea el ácido cianhídrico, el mismo que los nazis utilizaban en las cámaras de gas. Dependiendo de la concentración de la mezcla, su efecto es casi fulminante.

Muller cuenta que, en promedio, a nivel país, son 10 personas al año las que atentan contra su vida con cianuro, casi el 100% por ingestión. Las víctimas diluyen el cianuro y se lo toman. El método es letal, las posibilidades de sobrevivencia prácticamente nulas y el riesgo para otros, muy alto. En 2015, en Ñuñoa, Diego Araya, un joven de 26 años, ingirió la mezcla; su madre, Verónica Moreno, intentó reanimarlo y también falleció. El 26 de septiembre pasado, otra mujer de 28 años se suicidó con el mismo método en el Costanera Center.

Tal como indica la reglamentación sanitaria en estos casos, no se realiza autopsia.

El cuerpo de Joselyn fue sellado y posteriormente cremado. Sus cenizas están en un ánfora sobre su escritorio en su casa. En la habitación de la joven hay flores y fotos, una especie de altar. De las paredes, cuelga una hoja de cuaderno escrita a mano en que Joselyn cuenta su plan B, las cosas que debía hacer si era expulsada de Ingeniería Comercial: buscar información sobre la carrera de Periodismo; ver Kae no Katachi, la película basada en un manga en la que un joven busca pedirle perdón a Shoko, una niña sorda, como ella, que debió cambiarse de escuela tras sufrir bullying.

Y un último sueño: “Disfrutar el camino. No hay nada que desee más que ello”.

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