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21 de Marzo de 2018

Columna de José Antonio Kast: La izquierda cavernaria

¿Qué le pasó al comunismo chileno? se preguntan algunos, afirmando que la verdadera izquierda no censura ni prohíbe, y que estos son grupos aislados que no la representan. ¿Dónde quedaron nuestros principios?, afirman otros, que no se explican cómo en una universidad, centro de pensamiento y libertad por excelencia, las juventudes comunistas hayan censurado a un político de derecha.

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Los mismos. Los mismos que se llenan la boca hablando de tolerancia, de libre expresión y de libertades. Los mismos. Los mismos que nos tildan de conservadores, retrógrados y cavernarios. Los mismos. Los mismos que hoy están arrinconados y desorientados sobre cómo enfrentar algo que se les escapó de las manos.

¿Qué le pasó al comunismo chileno? se preguntan algunos, afirmando que la verdadera izquierda no censura ni prohíbe, y que estos son grupos aislados que no la representan. ¿Dónde quedaron nuestros principios?, afirman otros, que no se explican cómo en una universidad, centro de pensamiento y libertad por excelencia, las juventudes comunistas hayan censurado a un político de derecha.

Aventuro una respuesta: se aburguesaron. Los comunistas no sólo llegaron al Congreso, sino que también se acostumbraron a los viajes en primera clase, a los privilegios del poder y a los beneficios de las rentas del capital. ¡Como olvidar que constituyeron una inmobiliaria, a costa de los estudiantes y trabajadores de la Arcis, y que las sesiones de “Directorio” se realizaban en la sede del partido y entre los propios miembros se repartían las utilidades!

¿Qué pensaría su compañera Gladys Marín de todo eso? ¿Qué juicio tendría de los actuales jerarcas que, mirando el beneficio de corto plazo, no sólo hicieron pasadas bursátiles con los sueños de los chilenos más pobres, sino que se sentaron cómodamente en los sillones de La Moneda, repartiéndose ministerios y cargos para seguir usufructuando del poder?

Difícil saber. Los que conocieron a Gladys Marín siempre destacaron su consecuencia, convicción e idealismo. Parte de ello reflejaba una frase que forma parte de su legado “Nunca hay que dejar de luchar, aunque en eso se nos vaya la vida”. Sin conocerla, ni menos admirarla, es posible identificar en ella una característica indeleble que marcó su vida y que fue el sello del antiguo Partido Comunista: la disciplina y la consecuencia.

¿Cuánto de esa disciplina queda hoy en el Partido Comunista? Poco y nada, al parecer. Deslumbrados por la fama de sus jóvenes promesas (Vallejo y Cariola), los dirigentes del partido se marginaron de la escena y fueron abandonando la disciplina y sobriedad característica. A cambio de unos cupos primero, mediante el pacto instrumental, y de la independencia después, mediante el pacto político, en el segundo gobierno de Michelle Bachelet. Dejando en el olvido el primer lema, la nueva etapa se acercaría mucho a más a un “Dejemos de luchar, para que no se nos vaya la vida en ello”, sepultando, definitivamente, el legado de Marín, Teitelboim y tantos otros.

Eso nos lleva al tiempo presente. Lo ocurrido en la Universidad de Concepción esta semana, donde por exigencia de las Juventudes Comunistas censuraron una charla que iba a dar en la Universidad, es el corolario de una corriente que perdió toda la consistencia con su historia. Inventaron el pretexto de los discursos de odio para justificar su incapacidad de debatir. Se excusaron en estrategias de indiferencia, para evitar asumir lo inevitable: se quedaron sin ideas, o simplemente nunca las han tenido.

Chile está cambiando, qué duda cabe. Pero está cambiando de formas misteriosas. Por la derecha está surgiendo un movimiento que busca enfrentar la mentira comunista y enrostrarle a la izquierda su inconsecuencia. Dando la cara, mirando de frente y ocupando todos los espacios posibles, una nueva generación de jóvenes se está alzando contra lo políticamente correcto y busca darle sustancia a una nueva forma de hacer política.

El encantamiento del populismo de izquierda, derrotado en el mundo entero y más recientemente en América Latina, también está escribiendo sus últimas líneas en Chile. El nuevo ciclo político demanda mayor transparencia en las posiciones y más consistencia en sus orígenes.

Los chilenos ya no se compran cualquier eslogan y son cada vez menos receptivos de las píldoras de fantasía que buscan aliviar temporalmente los dolores.

A diferencia de lo que afirma Vargas Llosa, los verdaderamente cavernarios son aquellos que llevan décadas explotando el dolor de Chile e intentando destruir, gradual y crecientemente, los cimientos institucionales de nuestro país. Son ellos, los que buscando frenar el desarrollo, terminaron regresando a las cavernas y colocando obstáculos de todo tipo para evitar la inevitabilidad del progreso. Son ellos, los cavernícolas de izquierda, los que utilizan como última herramienta la censura y las prohibiciones, para tratar de impedir el surgimiento de alternativas de mayor libertad, competencia y oportunidades para el resto de los chilenos.

El verdadero progreso no se mide a través de un manifiesto o declaraciones al voleo. El verdadero progreso, se mide a través de hechos concretos. Hoy, como nunca antes, las ideas de la libertad, el progreso, la igualdad de oportunidades y el trabajo disciplinado en terreno tienen como referente, en Chile, a los movimientos de derecha; devolviendo a las cavernas a quienes nunca debieron salir de ellas.

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