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Nacional

22 de Junio de 2018

Una Miss Mundo encubierta en Santiago

Tiene 21 años y hace nueve meses llegó a Chile desde Venezuela. En su maleta trajo pocas cosas, más que nada ausencias: no venía la banda que da cuenta su reinado como Miss World Gay 2017 ni tampoco su título como tecnólogo médico. En Carabobo quedó gran parte de Fabriham Solorzano y en Santiago aterrizó una tímida Gabriela Luján, la miss encubierta que de día es bombero en una bencinera del barrio alto y que de noche se ha transformado en la anfitriona más divina de Bellavista.

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Mi mamá inventó el nombre Fabriham, mezclando Fabriziano, -que es el de mi abuelo- y sumándole Abraham, que es un nombre bíblico que a mi mamá le encanta. Ella es religiosa igual que yo. Tengo 21 años y en septiembre llegué a Chile, justo cuando terminé mi tesis de tecnólogo médico y después de ganar el Miss World Gay 2017 representando a Filipinas.

Tengo 21 años, soy un niño. Mi infancia fue muy linda hasta que mis papás se separaron cuando yo tenía nueve años y mi mamá tuvo que darme, como quien dice en adopción, a mi tía y abuela por parte de mi papá. Y no es que de ahí fuera infeliz, sólo que comenzó otra etapa de mi vida. Tal vez fue mi primer dolor, pero rápidamente lo superé pues las dos mujeres que me criaron se transformaron en otras dos madres más. Yo donde me paro digo que tengo tres mamás: mi mamá natal que es Rosa, mi abuela Ana, y mi tía Marjorie.

Crecí con Chávez y uno de mis primeros recuerdos de mi país es la inseguridad… Tengo en mi cabeza las imágenes de los adultos preocupados, por ejemplo, por los alimentos. Mucha gente aclamaba a Chávez y no te creas, mi familia trabajó en su gobierno hasta que llegó Nicolás Maduro.

Siempre me gustaron los tacones; desde niño me vestía con las perlas y cosas de mi tía y abuela. Desde que tengo uso de razón me gustó vestirme de mujer pero no ser mujer; me siento feliz como hombre, como uno que juega a ser un artista que hace de mujer porque mi sueño es enaltecer su belleza, su delicadeza, verme sublime.

Mi alter ego se llama Gabriela y acá en Chile, ella me ha permitido encontrar trabajo y poco a poco se apodera de gran parte de mi tiempo. Gabriela quiere dejar atrás el caos en Venezuela pero no puede, porque es mi país y me duele… no hay día que no me duela. Yo estoy bien acá, ¿pero sabes? Muchas veces me entra la culpa cuando como algo que me gusta y que sé que allá es imposible de conseguir. Me da un pequeño dolor.

Amo mi país y lo extraño, pero no así como está. Somos un país que tiene riquezas naturales y materiales, pero sobre todo riqueza de personas, tanto talento, tanta humanidad y emprendimiento. Eso es lo que duele; ver como hoy nos han arrebatado los sueños. Por eso estoy agradecida de Chile, porque acá he podido realizarme, asunto que mis compatriotas no pueden hacer… Tengo dos hermanos pequeños y pensar que ellos están atrapados allá me parte el corazón. En Venezuela me decía: “no Fabriham, tú debes salir de acá, debes buscar un futuro para ti y ayudar a los tuyos, devolverles la mano. No puedes quedarte acá”. Y eso hice.

En el corazón yo creo que el destino me tenía planeado venir a Chile. Acá me he rodeado de gente que me edifica como persona y que me suma. Me siento afortunado.

Mi primer día de trabajo fue un desastre: terminé en un autolavado en San Bernardo y fue más el gasto que hice en trasladarme que lo que gané. Al otro día me fui hacia Tobalaba y encontré trabajo como bombero en una gasolinera.
Los primeros meses fueron fuertes, amiga, te tienes que adaptar a algo totalmente distinto, imagínate, a trabajar con bencina y a cambiar aceite, cosas que nunca había hecho, pero que hago porque me vine con la mentalidad de hacer lo que hubiera que hacer. Y acá estoy, feliz y agradecido.

Algunos chilenos tienen una actitud muy pesada, tal vez sea sólo en el sector en el que trabajo, porque no todos son así, pero lo cierto es que soy venezolano y los venezolanos somos jocosos, respetuosos, cariñosos y donde llegamos saludamos de “buenas tardes o cómo está”, y que no te respondan un saludo te deja sin aliento y hasta duele, ¿sabes? Las primeras veces fueron muy fuertes para mí pero ya no. Mira, pasó otra cosa también: cuando llegué éramos 15 bomberos y de esos, 8 chilenos y 7 venezolanos. Hoy somos 13 venezolanos, un chileno y un haitiano y créeme que tenemos un grupo chévere.

Ustedes no se saben el país que tienen, maravilloso, libre… Hay momentos en los que necesito un descanso y me pongo a caminar para disfrutar esa armonía, esa tranquilidad.

Si bien en Venezuela tuve un novio, acá en Chile salí del clóset. No sé por qué, pero en mi país no se dio el momento… Soy de los que creen que todo debe fluir, con la verdad por delante.

Hoy vivo solo y pronto vendrán mi madre y mi tía a visitarme. A mi abuela me ha costado más convencerla porque pone líos con viajar, pero ya la veré. O viene ella o voy yo.

Mi tía me traerá mi título y eso me pone feliz porque podré empezar la revalidación y empezar a ejercer mi profesión.

De Venezuela no me traje nada como Gabriela, de hecho, los primeros meses que salí como ella lo hice con las mismas prendas: una falda vino tinto y un blusón rosado con flores bordadas. Todo me lo compré en Estación Central. Las vendedoras me miraban raro, pero a la vez fueron amorosas porque me decían “eres flaquito, te vas a ver muy bien”.

Los cabellos los compré en una casa de haitianos donde venden unas pelucas estupendas. Los zapatos me los he sufrido mucho consiguiéndolos porque calzo 44 y uso tacones de 15 centímetros. Ahora encontré una señora que me los trae de afuera.

Desde que llegué a Chile me llamo más Gabriela Luján que Fabriham. Ella nació hace dos años cuando un buen día decidí presentarme al Miss Gay Carabobo, para luego competir en el concurso nacional y después en el mundial. No lo logré esa primera vez pero sí a la segunda. Sí, soy Miss Gay World y vengo de Venezuela, el país de las mujeres lindas que siempre ganan las coronas mundiales de belleza.

En el Miss World Gay participaron cerca de 27 países y me tocó representar a Filipinas porque se hizo un sorteo de nacionalidades… Éramos casi todos venezolanos. Me vieran con el vestido típico filipino, no lo podrían creer. Me veía bella.

Las pruebas eran de talento y debías demostrar tu arte. El mío fue la animación y me tocó animar y entrevistar a una grande allá del país, una mujer que trabaja en la televisión y se llama Rocío Higueras. Luego venía el desfile en traje de baño y mi cuerpo se lució en esa pasarela. Amo modelar, caminar con elegancia mostrándome, me encanta.
La prueba final consiste en una ronda de preguntas. A mí me preguntaron qué mensaje daría de ser escogida Miss Mundo Gay y yo hablé sobre la paz porque era lo que me nació al pensar en lo que estaba pasando en mi país… “La paz nos da la libertad y la libertad nos da la posibilidad de ser mejores cada día, de ser felices”, algo así dije.

Para el vestido de gala, la gente de la organización se consiguió el vestido con el cual Miss Kaysy Sayago se coronó Miss Venezuela… ¡El mismo de la Miss en ejercicio, la Miss vigente! Imagina mi emoción al ponérmelo, fue algo soñado. Me calzó perfecto y me veía bella. Era mi momento, pero justo cuando muchos en el público se dieron cuenta, se asombraron y al segundo se cayó el telón… Era una osadía muy grande lo que hice y lo supe en el instante: me cambiaron en vestido rápidamente y no pude disfrutar mi momento.

Acá en Chile me puse como Alicia Machado, la miss rebelde y subí fotos, eso causó un pequeño escándalo allá en Venezuela.

Pienso mucho en Daniela Vega, ella es la inspiración para muchos jóvenes entre los cuales me incluyo. Es un ejemplo de que mostrando autenticidad y siendo como eres puedes llegar al éxito.

Hoy soy Fabriham de día, un bombero migrante, y de noche Gabriela, la reina del mundo que siempre quise ser.

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