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Opinión

28 de Junio de 2018

Columna de Franco Cárcamo: ¿Por qué los heterosexuales no tienen un día del orgullo?

Cada 28 de Junio se celebra en el mundo el Día del Orgullo LGBTI. Y por alguna razón, siempre hay una persona que se pregunta: “¿Y los heterosexuales cuándo? Existen otros también. Esos que proponen que la sexualidad no es ningún mérito, y por ende, no hay nada por lo que sentir orgullo. O le […]

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Cada 28 de Junio se celebra en el mundo el Día del Orgullo LGBTI. Y por alguna razón, siempre hay una persona que se pregunta: “¿Y los heterosexuales cuándo? Existen otros también. Esos que proponen que la sexualidad no es ningún mérito, y por ende, no hay nada por lo que sentir orgullo. O le damos un día a todos, o no se lo damos a nadie.

A esos comentarios suelo responder con cierta ira, pero este año decidí tomar una estrategia diferente. Yo, amigo amiga heterosexual, te voy a explicar por qué no tienes un día que te celebre ti, a tu identidad, a las que imagino deben ser las horribles vicisitudes de ser heterosexual.

Lo que hoy conocemos como el Día del Orgullo comenzó en Junio de 1969, en Nueva York. En ese entonces, en Estados Unidos cualquier encuentro entre dos personas del mismo sexo estaba penado con multas, psiquiátricos o la cárcel. Y el mismísimo alcalde de Nueva York, en su cruzada por erradicar la homosexualidad de su ciudad, organizó innumerables redadas donde la policía invadía los bares gay para apalear y encerrar a cualquiera que se encontrara por delante, como si bailar fuera un crimen sin perdón. Pero cuando ese 28 de Junio la fuerza policial intentó desalojar el Stonewall, la gente resistió. Bastó con que Marsha P Johnson –una activista negra y transexual– lanzara la primera piedra en contra de los invasores para que esa multitud de animales frágiles y despreciados luchara como nunca antes lo habían hecho. En lo que pronto fue conocido como “Los Disturbios del Stonewall”, trans, lesbianas, gays y un gran contingente de población afroamericana expulsaron a la policía del Stonewall, y al día siguiente, dieron inicio al movimiento de liberación LGBTI.

En Chile la sodomía también estaba penada por el Código Civil. Y por supuesto, la historia se encargó de regalarnos nuestro propio Stonewall. El 4 de Septiembre de 1993 en la ciudad Valparaíso, un incendio destruyó la discoteque gay Divine. El ataque, como las investigaciones revelaron al tiempo después, fue un atentado homofóbico y hasta el día de hoy no se tiene una cifra exacta del número de víctimas o su identidad. Algunas personas se sintieron tan avergonzadas de que sus familiares murieran inmortalizados como maricones, que nunca llegaron a reclamar sus cuerpos.

En Valparaíso, la marcha del orgullo se celebra en septiembre, siguiendo esa capacidad casi mitológica que tienen las víctimas de reescribir una tragedia y convertirla en una celebración. Con esto quiero decir que las celebraciones que usted, amigo amiga heterosexual, mira con tanto recelo, no son más que accidentes a las que nos tuvimos que reponer.

Hay personas que parecen no entender del todo por qué es necesario proteger y visibilizar ciertas identidades de manera particular, y en vez de eso, lo interpretan como un ataque inmediato a esas otras identidades que quedan fuera. En Estados Unidos, luego de que el movimiento “Black Lives Matter” (las vidas negras importan) visibilizara la violencia del sistema contra la población negra, una horda –blanca, por supuesto– respondió con un “All Lives Matter” (todas las vidas importan). Y en Chile, cada 8 de marzo, un grupo de hombres responde al Día Internacional de la Mujer preguntándose por el “día del hombre” en un intento surrealista por apelar a la igualdad de género.

¿Por qué tanto énfasis? Si lo que defendemos es la equidad, ¿no deberíamos tener todos y todas alguna clase de celebración?¿Por qué insistimos en esas distinciones? No te culpo por hacerte esas preguntas. Sé que piensas que aquello que defiendes es justo, incluso cuando ese sentimiento extrañísimo que te invade cuando no eres apelado directamente, no es más que tu miedo a perder la supremacía. O como habrás oído por ahí: tu privilegio.

Esa sociedad justa, en la que todos tenemos las mismas oportunidades, no existe. Y probablemente tampoco vaya a existir en el futuro cercano. La sociedad ya hizo el trabajo sucio posicionando ciertas vidas por sobre otras –la tuya particularmente– y eso es porque la injusticia es un desbalance histórico que desde el inicio hasta el fin, ha privilegiado sólo a hombres blancos heterosexuales. Ninguno de nosotros tiene que hacer nada. Naturalmente ya existen identidades que son más visibles que otras, incluso cuando si lo piensas, no tiene nada de natural. Fue una construcción, la sociedad fue moldeada por hombres blancos heterosexuales para que beneficie a hombres blancos heterosexuales. Piénsalo un poco, enciende la televisión, visita una librería. Da lo mismo cuándo.

La homofobia existe, el racismo existe, los feminicidios aumentan día a día. Por eso no es lo mismo un ciclo de cine, que un ciclo de cine con directores afroamericanos. Un taller literario, que un taller literario para jóvenes LGBTI. Un foro de ciencia, que un foro de científicas. Porque son a esas poblaciones a las que se les ha negado el espacio público, es a personas negras, gays, trans y a mujeres a las que asesinan justamente por ser personas negras, gays, trans o mujeres. No por algo que hicieron, sino por algo que son. Y cuando un tipo de identidad –la tuya, amigo amiga heterosexual– ha dominado por sobre las otras, la idea de la “igualdad” siempre juega a favor de los que tienen el poder. Ese “All Lives Matter”, en realidad, pretende cubrir con el manto del “todos” una realidad vergonzosa y específica: que hasta el día de hoy, es la población negra la que sufre de persecución.

La sociedad, por suerte, ha aprendido que la única forma de revertir la situación es brindado los espacios, revirtiendo políticas, haciendo llamados a aquellos y aquellas que han sido mantenidos fuera del poder. Pero esto, a usted, le parece un trato preferencial.

Lo que hacen días como el del orgullo LGBTI, es poner de manifiesto la vulnerabilidad de estas vidas. ¿Se imagina usted que el gesto minúsculo de tomarle la mano a su pareja en la vía pública, esté anudado ahora y para siempre, al temor por su vida? ¿Se imagina lo que es crecer, no con la idea de un dios comprensivo, sino con la certeza terrible de que la fuerza más grande de este mundo –según dicen algunos– es esencialmente su enemigo? No se trata solamente de una violencia que usted no padece, sino que además, en más de una ocasión amigo amiga heterosexual, ha ejercido. Porque en caso de que no se haya dado cuenta, nosotros y nosotras utilizamos las marchas, el orgullo, las banderas y todo eso, para defendernos de usted.

Esta celebración, que tanta sospecha le genera, intenta devolver un pálido sentimiento de equidad en medio de una balanza que nunca ha estado equilibrada. Podemos salir a la calle sin miedo, aunque sea por un día. Y que la gente lo destaque no lo convierte en un acto de compensación ni mucho menos en una moda (pues la moda sigue siendo ser heterosexual y lo seguirá siendo), sino un acto de reconocimiento, y se se quiere de reparación. Tomemos como ejemplo el presidente de Alemania, Frank-Walter Steinmeir, que este año pidió perdón a la población LGBTI por los crímenes cometidos durante el régimen nazi en una humilde reverencia. Ése fue su acto de equidad.

No queremos tolerancia, respeto o dignidad, queremos más que eso. No existe nada más desesperanzador que tener que recordarle a un país que somos personas como si eso, algunas vez, hubiera estado en duda. Porque hay personas que lo ponen duda. No queremos derechos u oportunidades especiales, si no que nos devuelvan los derechos y las oportunidades que no quitaron. Y usted, amigo amiga heterosexual, en vez de un acto de justicia, lo que ve es un favor. No es que merezcamos una medalla sólo porque nos gustan las personas del mismo sexo, pero resulta que vivimos en una sociedad tan homofóbica que algunas personas sí merecen una medalla por sobrevivir y llegar hasta aquí. Vivir, para cualquier persona que no sea heterosexual, es esencialmente una cosa: resistir. Y que una persona que ha sido menospreciada la mayor parte de su vida –de nuevo, no por algo que hizo sino por algo que es– sienta orgullo es un acto profundamente revolucionario. ¿Imagina usted el momento en que descubre por primera vez el amor propio?

Que exista el día del Orgullo LGBTI no significa que nuestras vidas sean más dignas de celebrarse o que nuestra identidad sea un mérito por sobre la suya. Todo lo contrario. Significa que estamos en peligro constante, y que por lo mismo, mostrarnos al mundo es un acto necesario pues hace al mundo avanzar hacia una equidad real. Una que hasta el día de hoy nunca hemos visto. Quizás, si trabajamos lo suficiente y tenemos suerte, en un futuro no tendrá mucho sentido marchar o llenar la ciudad de banderas porque ya no habrá nada por lo que luchar. Pero hasta que eso pase, le sugiero que tome asiento y disfrute el viaje.

*Franco Cárcamo estudia en el máster de escritura creativa en NYU.

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