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8 de Enero de 2009

La Carne: Mi adiós a Hermógenes Pérez de Arce

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Los abuelos, los padres y los tíos deben despedir a sus hijos, nietos y sobrinos… No es justo que esta columna ignominiosa le sobreviva a la de mi tío Hermógenes Pérez de Arce. El mundo es malo tío, Ud. ya lo dijo en sus palabras al cierre de ese fatídico miércoles 31 de diciembre de 2008 en que anunció su retiro. Le digo tío a Hermógenes porque lo vi en casa de unos amigos de mis padres, a esa edad en que a todos los adultos cercanos a los padres los niños les dicen tíos. Era en ese entonces un hombre maduro, pero lo encontré lindo. Incluso ahora, más viejo, es lindo. Esa lindura de los estirados, de los rígidos, de los malos para bailar, pero que les quedan bien los trajes. Me perturbaba mi tío. Porque sabía mucho, porque cuando hablaba todos lo escuchaban, porque olía a colonia importada, porque siempre estaba afeitado, porque tenía camisas y trajes impecables, porque en esa época ser famoso era un beneficio de muy pocos y él lo era, porque todas las tías viejas decían que era tan “buenmozo Hermógenes”, “tan dije, tan caballero” y porque tiene algo de mi padre al que desde siempre he adorado y deseado.

De grande lo encontré en una universidad y me seguía perturbando, quería que me viera entre la turba, pero jamás me atreví a dirigirle la palabra. Me contaron que cuando era profesor, en una de las notas del semestre, calificaba el cuaderno, es decir el mismísimo Hermógenes se llevaba el cuaderno y lo corregía y, obviamente, para poder pasar había que pasarlo en limpio por completo. Habría matado por escribirle en una hoja del cuaderno: “Clávamela tío, clávamela”… En esos años ya entendí que mi obsesión por mi tío Hermógenes era algo similar al enganche que hay con el torturador.

Pero tío, le escribo porque quiero lamer sus heridas como corresponde. Déjeme comenzar por su verga. Porque usted era un pinochetista duro. Y eso me hace confiar en su verga madura. De roca la he pensado todos estos años. Es que con esas reaccionarias convicciones la cabeza no puede ser lo único que tiene duro. Tiene que tenerla firme, de esas vergas que se marcan en los pantalones de traje y/o tipo dockers, porque como usted usa boxer de género –blancos, celestes y con estampado de cuadritos-la roca no perdona. Todo lo tiene duro, el cuello también, me he fijado que sus movimientos corporales se dan por bloques, siempre rectos, no circulares… Lo veo, por ejemplo, frente a una entrepierna caliente, con la roca enhiesta calculando el segundo preciso -es matemático el tío-en el que podría clavarla y por fin hacer calzar esa recta con las curvas. Quizás ese ha sido su gran logro en materia sexual: hacer que su rectitud atraviese y derrote a las curvas. Pero su columna final deja en claro que su roca está tan dura que ya no encaja en nada. Y se cansó de intentarlo tío Hermógenes. Eso, debo reconocer, es lo que me ha defraudado. Un hombre como usted jamás debió haber claudicado. Pero lo hizo y su silencio, su pluma muerta es su verga fláccida, una verga fláccida que ya no puede procrear. Sus vástagos irán, al igual que usted, a la muerte sin resurrección.

En su columna final habla del sur, el lugar donde su alma mejor transita. Entre inquilinos, chinas, jaurías de perros, sillones mullidos y grandes bibliotecas vivirá su ostracismo. Pero no estará solo con su mujercita, ya verá que tendrá sus devotos. Porque usted pasó a esa calidad amoral de los personajes de culto.

Reconozco que extrañaré sus extravagancias, su interpretación torcida de la historia, su pluma, su ironía, su cinismo. Pero viviré. Al igual que todos. Lo que me pareció de poca monta fue la despedida que le dio su diario por tantos años. Un par de páginas con una pobre selección de lo suyo…Y usted, tío, era mucho más que eso, lo sabemos. Dios mío, alguien así se retira y se merece algo más que un recocido mal hecho.

Pero yo no quiero quedar corta Don Hermógenes Pérez de Arce. Desde este pasquín le envío mi reconocimiento más sentido: mi entrepierna abierta y en alto -tipo Bolocazzo-y de fondo la canción nacional con la estrofa de los valientes soldados, por supuesto. Que no se note pobreza ni mezquindad.

Siempre suya,
Carolina.

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