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Opinión

16 de Febrero de 2009

Las rutas de Contreras

Tal Pinto
Tal Pinto
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Se supone que la nueva narrativa chilena (y aquí parece impropio poner el concepto, frase o eslogan en mayúsculas y darle el cariz de un movimiento) nació al alero del taller literario de José Donoso en los noventa, recién reinstaurada la democracia en el país. Es decir, se gestó en una casa, más o menos todos se conocían, y muchos compartían, gustosa o rebeldemente, la sombra o la tutela de Donoso. Encontrar los rasgos que emparentan a los escritores pertenecientes a la nueva narrativa ha sido objeto de debates, investigaciones y un largo etcétera de trabajos parcialmente inútiles, como si se tratara de una obra de arte cuyo título no coincide con lo que muestra.

Gonzalo Contreras (1958) es el escritor en que se piensa cuando se piensa, si es que se piensa, en la nueva narrativa chilena. En 1991 su novela “La ciudad anterior” ganó el concurso de la Revista de Libros de El Mercurio, dándolo a conocer al público escasamente masivo de lectores chilenos. Sus siguientes novelas, “El gran mal”, de 1995, y “El nadador”, de 1998, también fueron galardonadas.

Y hoy, diez años después, en los que Contreras no ha aparecido mucho, se publican sus “Cuentos reunidos”, dieciocho relatos, el primero de los cuales data de 1984 (y se extrañan las fechas de cada cuento).

Desde “Nupcias”, el cuento que abre el libro, hasta “Guardia nocturno”, el que lo cierra, se está en presencia de personajes que no le guardan mayor cariño al mundo, y sólo confían en su propio orden. En el mencionado “Nupcias” se puede leer: “Otra vez la soledad, el universo indiferente, perplejo. Mirado así, el cielo parecía un gran tejado de vidrio, llovido y agujereado”; en “Destellos de un diamante”, título con ecos de Capote y desarrollo de película de Truffaut al comienzo: “Era un sueño ligero, como ocurría siempre después de su ya regulada actividad sexual”. No falta tampoco el gran tema de la narrativa chilena: la casa –o la familia–, en “Ecuánime” y, en general, en casi todos los cuentos.

“¡Oh!, colibrí”, uno de los relatos más conocidos de Contreras, es un ejercicio de estilo y ritmo algo surrealista o bien algo cortazariano, o tal vez una especie de cuento apócrifo de Boris Vian, donde un equilibrista pierde, por decirlo de cierta forma, lo que le da trabajo, un colibrí se entromete y revolotea y una jauría de estudiantes procede a violar en grupo a unas bailarinas cuyo único crimen era estar en el circo. Todo esto, claro, auspiciado por un cursi colibrí.

Quizá el único problema de estos relatos sean los caminos que finalmente Contreras sigue en algunos de ellos; tiene la destreza para que en un comienzo estos puedan conducir a cualquier parte, pero en muchas ocasiones Contreras elige la ruta más convencional.

“Destellos de diamante” vuelve al interior de la casa cuando una historia mucho más rica se avizoraba en el suicida. Ese gesto de volver puertas adentro no se le puede achacar solamente a este escritor: es una marca generacional. Y tal vez nacional. Y posiblemente explique tanto sus moderados éxitos como sus más estrepitosos fracasos.

En su conjunto, “Cuentos reunidos” es más una celebración -quizá la celebración de sus cincuenta años-de la figura de Contreras que una verdadera novedad dentro del panorama chileno. Así y todo, muchos de estos cuentos recuerdan por qué a principios de los noventa Gonzalo Contreras fue un escritor admirado y reconocido, y otros, por cierto, también ayudan a recordar porque hoy ha sido, de cierta manera, olvidado.

Cuentos Reunidos
Gonzalo Contreras
Editorial Andrés Bello, 2008, 242 páginas

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