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Nacional

25 de Abril de 2009

De cuidador de yates a regatista top

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José Muñoz de niño fue mariscador, pescador y cuidador de yates y desde el 12 de octubre de 2008 está dando la vuelta al mundo en La Colorina junto al empresario Felipe Cubillos. “El Negro”, como le dicen en el mundo de la náutica, llegó al viaje porque navega, cuida y repara el barco de Nicolás Ibáñez en Algarrobo. Hoy se ha convertido es uno de los navegantes locales más respetados. Pero no siempre fue así: por ser humilde y Muñoz, más de alguna vez lo ningunearon. Claro que eso ya pasó: hoy tiene dos segundos lugares y un primero. Y si gana la cuarta etapa de la regata “Portimão Global Ocean Race”, estará muy cerca de salir campeón mundial. Eso, si no vuelve a encontrarse de frente con una ballena…

POR JORGE ROJAS G. • FOTO: ALEJANDRO OLIVARES

En los seis meses que José Muñoz (37) lleva a bordo de La Colorina, el yate en el que viaja por el mundo compitiendo en la regata internacional “Portimão Global Ocean Race”, ni las fuertes tempestades ni los extraños ruidos del mar en la noche, lo han asustado tanto como cuando una ballena creyó que atacarían a su cría y casi dio vuelta el bote en Argentina.

-Imagínate, si nos pega un coletazo nos detroza el barco- dice ahora bajo el sol y relajado en la Cofradía Náutica del Pacífico, la marina de Algarrobo donde se guardan los lujosos yates de Bernardo Matte, Hermógenes Pérez de Arce y de Nicolás Ibáñez, su patrón.

Por estos días, José está en Algarrobo descansando de su aventura, que termina en junio y partió cuando Felipe Cubillos, hijo de un ex canciller de Pinochet y hermano de la diputada UDI Marcela Cubillos, le propuso que lo acompañara en la regata: “Negro ¿te gustaría dar la vuelta al mundo”?, le dijo el empresario. Y él no lo pensó ni un segundo.

-Estuve en el lugar preciso cuando me lo ofrecieron, pero también me lo gané por todo el esfuerzo que he puesto en esto- cuenta él.

José llegó a los yates por su padre, que trabajaba reparando la madera de los barcos en Algarrobo. A los 15 años, para ayudar a su familia con la comida y comprar los útiles escolares, apenas salía de clases se sumaba para ayudarlo a lijar los botes. Eso, cuando eran días buenos. Otros, los más malos, José salía a mariscar y a pescar para poder comer.

-Había que rebuscárselas- dice.

Cuando salió de cuarto medio, un socio del club le pidió que lo ayudara con las velas de su barco. Luego, limpió otras dos naves, hasta que Nicolás Ibáñez, uno de los dueños de D&S, lo contrató para que cuidara su yate Almacenero y navegara con él. De pronto, José ya era un experto y se codeaba con ricos empresarios.

¿Y ahí mejoraron las lucas?
-Sí, pero como cualquier persona. Al principio me pagaban 120 mil pesos, cuando el mínimo eran sesenta mil. Ahora, en el Almacenero, estoy contratado por una empresa de don Nicolás Ibáñez y tengo un sueldo fijo de 600 mil pesos. Además, cuando tengo días libres, navego en otros barcos y me hago más plata.

¿Cómo es trabajar para Nicolás Ibáñez?
-Navegar para él o con la persona que sea lo veo simplemente como parte de un equipo. No hace mucho la diferencia quién es el dueño, la diferencia la hace el equipo. Mi pega allí es navegar, trasladar el barco, entrenar y mantenerlo. Soy el que maneja las velas de atrás del yate (trimmer), como el sexto hombre de los once que navegan y uno de los tres en importancia. Acá, la mayoría que navega lo hace por hobby o porque es tradición familiar. Pero siempre hay gente que es profesional, que es la que le enseña al resto.

¿Alguna vez sentiste miedo a que te rechazaran por no pertenecer al mundo de la gente con yates?
-Con la gente con la que aprendí, nunca tuve miedo de eso. Pero pasaron los años y algunos socios del club se preguntaron que cómo yo, que era de clase baja, podía estar metido allí. Muchos ricos ponían mala cara cuando me veían en el club de yates: se preguntaban qué hacía allí. Varias veces me han marginado y discriminado cuando corrimos regatas.

¿Cómo fue eso?
-Una vez estábamos a punto de partir a una regata en el Almacenero y el que encabezaba el equipo me bajó para que subiera un invitado que no tenía idea de navegación. Sabía que no era indispensable y que como trabajador tenía que acatar órdenes, pero me sentí muy mal. Me preguntaba si trabajar allí era bueno o no. Como que estaba fuera de lugar y ni siquiera me podía ir porque tenía que trasladar el barco cuando llegaran de la regata para hacerle la mantención y ordenarlo.

¿Te explicaron por qué lo hicieron?
-Me dijeron que sabían que era mejor que los otros tripulantes, pero ellos no se podían bajar porque eran parte del grupo de amigos y familiares. Eso duró hasta que el equipo de amigos dio paso a uno más profesional y los amiguitos se bajaron porque no soportaron el training.

¿Es muy fuerte el choque cultural entre tú y los regatistas que son amigos del dueño del barco?
-Es fuerte y eso quizás me margina un poco. No creo que sean superiores, sino que simplemente tienen otro sistema de vida que no me gustaría llevar, porque viven en Santiago y pasan metidos en sus oficinas. Lo mío es navegar, aprender y enseñar.

La mayoría de los dueños de yates son empresarios. ¿Les gusta mandar también arriba del bote?
-Es que los empresarios tienen liderazgo y muchos tratan de imponerlo en la embarcación, pero eso no sirve mucho porque no necesariamente el dueño del barco es el que más sabe. En el mar, el ‘don tanto’ no existe y a todos se les llama por el nombre.

¿Hay empresarios que no se desconectan ni el fin de semana para no dejar de ganar plata?
-Hay muchos que siempre están involucrados. Salen a navegar y están pendientes del teléfono o vienen con un ejecutivo que les ve las cosas. También hay muchos que aparentan, pero acá no se nota. La mayoría se siente bien navegando y uno que otro se siente la crème de la crème porque tiene un yate. Este deporte a algunos les da un estatus, para otros esto es un hobby y para mí es mi trabajo.

¿Te invitan a participar de las reuniones sociales?
-Trato de no ir mucho a reuniones sociales porque no me gustan. Siempre te preguntan: ‘¿Y tú quién eres?’ Y yo les digo ‘Muñoz’. Ellos se quedan pensando, como buscando asociar el apellido con la cara: ¿Muñoz? ¿Muñoz? ¿Muñoz?… Y nunca les calza porque soy el típico Muñoz de Chile: levantai una piedra y salen mil. Mi conformidad es que este deporte se juega en equipo y en el agua somos todos iguales: todos remamos para el mismo lado.

¿Tratas de evitar la incomodidad?
-Trato de quedarme en el barco cuando hay reuniones porque creo que me puede incomodar quedarme quieto en un lugar que no es mi hábitat. Además, es muy incómodo eso de esperar una hora para que sirvan una comida y después esperar otra más para que llegue el postre. Se habla bastante de náutica y eso me interesa mucho, pero trato de evitarlo cuando comentan su vida social, de la familia y las empresas. Arriba del barco me explayo bastante bien, pero en sociedad mientras menos contacto tenga con ellos, mucho mejor.

LA VUELTA AL MUNDO

¿Cómo le dijiste a tu esposa que darías la vuelta al mundo?
-De a poco. Primero le dije que tenía una navegación de un par de semanas, después que eran un par de meses, hasta que por fuera se enteró que esto duraba casi un año. Y no la creía. Pero ella sabe como es esto, porque me conoció así. Ella atendía y vendía sandwich en el Rincón del Navegante, que es un restaurante donde comen los socios, y yo cuidaba los yates al frente de ella.

¿Cómo fue la primera etapa del viaje?
-Estuvimos 25 días navegando y sólo nos preocupamos de la competencia. Estábamos tan ocupados sacándole el máximo rendimiento al barco que no teníamos tiempo para nada. Mi pega en el bote es hacer de todo por 12 horas al día, al igual que Felipe Cubillos, aunque él también se encarga de la estrategia.

¿Esto no es un viaje de placer?
-No, para nada. Las condiciones dentro del barco son bien espartanas: hay poco espacio, tenemos una olla, una tetera, una cocinilla para calentar la comida en tarro y comida militar: verduras, frutas, lasagna. Pero dan ganas de comer algo más rico. Extraño las lentejas, los porotos, las cazuelas o el barros luco tomate mayo. Antes de pasar por el Cabo de Hornos soñé que me comía uno… rico.

¿Tienen baño?
-No, y cuando queremos mear o defecar hay que hacerlo para afuera no más, al mar. Cuando está más quieta el agua nos colgamos del barco y hacemos nuestras necesidades, pero cuando la cosa está brava hay un tarrito. Generalmente las caídas en los barcos de regata se producen al momento de ir al baño, porque te cuelgas y una ola te puede botar.

¿Quedan momentos para reflexionar?
-Hay momentos en que te preguntai ‘¿qué hago aquí?’ Los temporales te cambian mucho el aspecto físico y psicológico, porque vas muy pendiente de no correr riegos. Pero cuando el mar está quieto me siento en la cubierta, miro el agua, el cielo, me fumo un cigarro y escucho rock latino y música romántica en mi Ipod… en realidad es un MP3, porque no me alcanza para más… jajaja.

¿Mucho silencio?
-Sí, y muy precioso. Está todo oscuro y nada de boche. Aunque también nos ha tocado lo contrario cuando hay tormentas. He escuchado ruidos que jamás los había oído y espero nunca más volver a sentirlos.

EL ATAQUE DE LA BALLENA

¿Cómo fue el paso por el Cabo de Hornos?
-Queríamos pasar punteando la competencia y nos costó mucho hacerlo. Fue muy emocionante pasar por allí porque estaba toda la familia mirándonos con banderas chilenas. Ahí me puse a llorar, porque nos mostraban mucho cariño. Claro que después de una hora ya habíamos desaparecido de nuevo y nos quedaban 15 días más de competencia hasta llegar a Ilhabela en Brasil.

Pero después de eso perdieron la punta.
-Sí, pasamos el Cabo de Hornos y los alemanes nos pasaron porque hicimos una vuelta más larga que ellos y nos alejamos de la costa. En dos días ellos quedaron primeros, a 85 millas de nosotros. Se fue todo a la cresta porque además no nos quedaba petróleo para cargar el motor ni las baterías del piloto automático, entonces tuvimos que navegar manualmente día y noche durante una semana.

¿Cómo fue que con esas condiciones llegaron en primer lugar?
-Porque antes de llegar a la meta el viento comenzó a soplar de atrás y eso hizo que acortáramos la distancia, incluso con una vela que estaba a punto de romperse. A cuatro horas de llegar, Felipe se la jugó con la estrategia de pasar por la parte superior de la última isla que nos quedaba. Eso hizo que saliéramos 12 millas por delante de los alemanes. Ganamos y nos pusimos a llorar.

¿Pensaste en bajarte del yate durante la competencia?
-Sí, le he dicho a Felipe que no voy a correr más etapas, y él también me lo ha dicho, pero después eso se pasa y sigues navegando.

¿Les tocaron muchos temporales?
-En el Océano Índico estuvimos llenos de temporales. Cuando bajas de los 40º de latitud la cosa se pone peluda, porque esos vientos son como una autopista. Ahí me pregunté quién mierda me había mandado a estar allá. Tuve que asumir que no se podían hacer muchas cosas y que si pasaba un accidente, el primero en llegar a rescatarte se iba a demorar como tres días. Tan solos estábamos que en distancia uno está más cerca de una base espacial que de la costa.

Los marinos dicen que allí no existe Dios.
-Después de los 40º de latitud no existe ley y después de los 50º, no existe Dios. Sólo te entregas al mal tiempo. Así de brígido es: después de los 50º no existe nada.

¿Es para volverse loco?
-Hay muchas historias de regatistas que se tiran al agua para que otros barcos los rescaten porque no dan más con tanta agua y temporal a su alrededor. Muchos al ver un poco de tierra se dejan caer para abandonar las competencias. Por suerte nosotros no hemos visto mucha tierra, si no que pura agua, pájaros y ballenas.

Qué suerte tener la posibilidad de ver ballenas.
-Mmmm… Son bonitas cuando las ves de lejos, porque de cerca dan mucho miedo. El susto más grande en estas tres etapas lo pasé por una ballena. Estábamos navegando en un mar plano, muy rico, cuando al lado del bote una ballena sacó la cabeza… una cosa impresionante. Debajo del yate estaba su ballenato y la ballena nos vio como enemigos. Se dirigió hacia nosotros para atacarnos, pero justo antes de llegar, por suerte se detuvo y se devolvió. Imagínate, si nos pega un coletazo nos destroza el barco.

EL OBRERO DEL YATE

¿Con qué tiene que ver tu éxito?
-Sólo con el esfuerzo. Me he sacrificado bastante en llegar a este punto, pero no creo que vaya a ser uno de los navegantes más exitosos de Chile. Estoy disfrutando lo que hago y aprovechando todas las oportunidades que se vienen.

En Chile hay que tener mucho dinero para navegar.
-Sí, porque este deporte es muy elitista y también muy peligroso. Para tener una embarcación tienes que tener plata y para tenerlo en una marina, también. En Chile todas las marinas son privadas, en cambio en Inglaterra o en Francia son públicas. La gente de clase media tiene yates porque la cultura es diferente. Allá los niños tienen que salir del colegio con un carné que acredita que son marinos. Todo lo contrario a lo que pasa con este deporte acá.

¿Te gustaría tener un yate?
-No, son muy caros. Me gusta trabajar en ellos, pero no me gustaría quedarme en uno solo. Terminando este proyecto creo que voy a seguir en el Almacenero un tiempo más, pero después me gustaría cambiar de barco o irme al extranjero, porque quiero seguir aprendiendo.

¿Es mejor ser el obrero del barco y no el dueño?
-Para mí sí po’. Totalmente. Porque el obrero disfruta de todas las cosas sin pagarlas. En cambio, el dueño del barco disfruta, pero corre con los gastos… jajaja. Yo disfruto donde los demás gastan. Aunque también cuido el bolsillo de los jefes, reparando las cosas que no son necesarias de cambiar.

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