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POR JUAN PABLO ABALO
Tan infrecuente como la aparición de compositores que dan a su música esa rara facultad de la perdurabilidad (músicas de buena vejez), es la aparición de intérpretes que, como con un fierro caliente, firman con su nombre músicas de terceros, logrando hacerlas suyas, dándoles una nueva y fresca posibilidad sonora, algo así como devolverles la vida o a la vida, cuando estas parecieran estarse agotando. Y es que el intérprete es también un compositor a su medida: toma decisiones fundamentales para el curso de una música, determinando técnicas a emplear, dando tales o cuales inflexiones y conduciendo los ánimos, se trate de una obra instrumental o de una canción cantada. Es decir, un intérprete de calidad está lejos, muy lejos de hacer una simple reproducción. Woodie Guthrie cada vez que cantaba una canción tradicional norteamericana lograba producir un extraño aire de atemporalidad: su facultad era la de hacer de las canciones obras sin tiempo y como si no pudieran ser de otra autoría que no fuese la suya. Claudio Arrau, en un ámbito ciertamente diferente, nos muestra un particular y único modo de interpretar las sonatas de Beethoven, apoderándoselas de manera tal que en su tiempo -y hoy- se decía que Beethoven las habría tocado del mismo modo, sino es que no más defectuosamente. Glenn Gould, pianista ingenioso y sorpresivo, se apoderó con tanto dominio de la obra de Juan Sebastian Bach que la interpretó como una buena parte de los señores profesores lo prohibían, contra toda ley interpretativa. Lo mismo pasa con lo que hicieron Bob Dylan o Violeta Parra con canciones tradicionales que recogían y versionaban, revitalizándolas.
En Latinoamérica, Mercedes Sosa (“la Negra”) es, con seguridad, una cantora que con una voz inconfundible, vasta, profunda y acogedora (dada por un registro de gran extensión) ha inscrito en el oído colectivo, como pocos lo han hecho, un sonido claro a la canción de esta región del planeta. Para esta pionera del llamado “movimiento del nuevo cancionero argentino” surgido por los años sesenta, las canciones ajenas han sido la vía con la que ha sonorizado a una Latinoamérica tan rica musicalmente como chapucera políticamente. Para esta gorda tucumana, rara mezcla de francés y diaguita, la vida se movió entre el claro y el oscuro por un buen rato. Ha sabido por igual de éxitos, fracasos, cariños y exilios, pero se mantiene intacta, o más bien su voz es la que se mantiene así, intacta, sino mejor. Desde que publicó su primer disco “La voz de la zafra” (1962) y que pasó por Argentina sin mayor pena ni menor gloria, hasta el presente 2009, año en el que acaba de presentar su último trabajo, “Cantora 1”, la cosa sigue bien, con una voz que como el retrato de Dorian Gray no sabe de vejez. O mejor dicho: Mercedes Sosa capitaliza muy bien la vejez, logrando una particular fuerza y sabiduría con sus cuerdas vocales.
“Cantora 1” está compuesto por 17 temas, casi todas cantados a dúo y, algunos, a trío. Junto a Serrat (“Aquellas pequeñas cosas”), Caetano Veloso (“Caracao vagabundo”), Shakira (“La maza” de Silvio Rodríguez), Víctor Heredia (“Novicia”), y Jorge Drexler (“Sea”), Mercedes Sosa canta con visible comodidad y logra un disco muy por encima de lo satisfactorio, estremecedor en sus picos, fome en ningún momento. Sorprende gratamente lo cantado por Sosa junto a Diego Torres en “Zamba para olvidarte” de Julio Fontana y Daniel Toro, que con cadencia zambera exclama: “Mis manos ya son de barro / tanto apretar al dolor / Que pena me da / saber que al final de este amor / ya no queda nada / solo una pobre canción / da vueltas por mi guitarra / y hace rato que te extraña / mi zamba para olvidar”. Así también, “Sabiéndose de los descalzos” de Julieta Venegas no pasa colada en este disco y se la escucha con placer.
Pero la mención aparte es para las tres últimas canciones del CD: “Romance de la luna tucumana”, de Atahualpa Yupanqui, cantada aquí junto a Juan Quintero y Luna Monti; “Deja la vida volar”, de Victor Jara, en voz de Sosa y Pedro Aznar; y “Pájaro de rodillas”, de Alfredo Zitarrosa, cantada con Nacha Roldan. Estas tres canciones conforman un momento excepcional en este notable trabajo, uno de alto vuelo, afinadamente introspectivo, que bien vale la pena escuchar con atención y cariño, el mismo que Sosa nos entrega con el instrumento más sincero de todos, la voz humana.