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29 de Junio de 2009

No debiste leer mis correos

Por

POR JAIME BAYLY

Enterado de que mi salud no daba señales de mejorar, Martín subió a un avión en Buenos Aires y vino a verme a Barcelona.

No me dijo nada, me dio una sorpresa, apareció de pronto en el hotel Claris.

Fue un indudable gesto de amor y quizás también una imprudencia, como suelen ser los gestos de amor.

Una vez que durmió lo que tenía que dormir y lloró lo que tenía que llorar, insistió en internarme en una clínica de desintoxicación. Le dije que si alguien terminaría en una clínica, sería él, no yo, y que si había venido a darme sermones, mejor subía al séptimo piso y se daba un baño en la piscina.

Quien subió a la piscina fui yo. Martín se quedó en mi cuarto. Subí con todas mis pastillas, temeroso de que él las tirase al inodoro. Ya en la piscina, las dejé a la sombra, para que no las dañase el calor. Nunca imaginé que cuidaría a mis pastillas como si fuesen mis hijas.

Despistado como soy, dejé abierto mi correo electrónico. Martín lo encontró abierto y procedió a leer todos los que le parecían sospechosos (que no eran pocos). No podría decir que hizo mal en violar mi intimidad. Yo hubiera hecho lo mismo si él subía a la piscina y dejaba abierto su correo. Es lo normal. Es lo humano. Es lo que alguien hace por amor o por celos, que es casi lo mismo.

Mi madre solía decirme que uno nunca debe hacer en privado lo que no se atrevería a confesar en público. Yo le hice caso y terminé confesándolo todo, incluso lo que no hice en privado pero me inventé para darle un poco de colorido a mi opaca biografía. Lo que mi madre no le dijo a Martín (porque no lo conoce ni quiere conocerlo) es que uno nunca debería leer lo que sabe que le hará daño. Y leer los correos de la persona a la que amas o crees amar es algo que con seguridad te hará daño. Porque todos guardamos secretos, todos tenemos derecho a guardar secretos. Y esos secretos suelen estar encerrados en los correos electrónicos que protegemos malamente con una contraseña que a veces olvidamos o que cualquier intruso más o menos avezado (no digamos Lisbeth Slander) podría leer sin mayor esfuerzo.
Fue así como Martín leyó los correos que me había escrito Lucía desde Lima y los que yo le había respondido desde lugares inciertos.
Lucía me había escrito: No te preocupes. No estoy embarazada. Ya tengo cólicos. Seguro que la regla me viene la próxima semana.
Yo le había escrito: Ojalá no te venga. Ojalá los cólicos sean las pataditas de mini-James.
Lucía me había escrito: No seas tonto. Lo último que quiero es quedar embarazada. Tendría que escapar de esta ciudad.
Yo le había escrito: Lo último que quiero antes de irme es tener un hijo contigo. Estás chiflada. Sería un honor tener un hijo contigo.
Lucía me había escrito: Estoy asustada. No me viene la regla.
Yo le había escrito: No tengas miedo. Todo va a estar bien. Pasará lo que tenga que pasar. Deja que las cosas fluyan. No vayas contra la corriente. Si estás embarazada, no será un problema, será una aventura fantástica.
Lucía me había escrito: No estoy embarazada. Estoy asustada. Y si estoy embarazada, no pienso tener un hijo. Soy demasiado joven para tener un hijo. Y tú no vivirás mucho tiempo más. No quiero tener un hijo sin padre. Si estoy embarazada, tendrás que llevarme a abortar.
Yo le había escrito: Será lo que tú quieras. Cuenta conmigo en cualquier caso. Pero me romperías el corazón si abortases. No puedes hacerle eso a James. No lo merece. Yo viviré en él. Me tendrás siempre a tu lado. Y beberé tu leche. Y eructaré en tus hombros. Por favor no pienses en abortar. Sería un error.
Lucía me había escrito: Tienes razón. A la mierda con todo. Si estoy embarazada, lo tendremos y se llamará James. Te quiero.
Yo le había escrito: Yo te quiero más. Cuento los días para que no te venga la regla.
Martín leyó todo eso y cuando entré al cuarto en bañador y sandalias me preguntó:
-¿Estás enamorado de Lucía?
Le dije:
-No.
Me preguntó:
-¿Has hecho el amor con ella?
Le dije:
-No.
Me dijo:
-Me voy. Esto se terminó. Eres un mentiroso.
Luego me contó llorando que había leído mis correos. Le dije que había hecho bien, que yo hubiera hecho lo mismo. Me preguntó:
-¿Quieres tener un hijo con ella?
Le dije:
-No.
Me preguntó:
-¿Quieres que le venga la regla?
Le dije:
-Creo que no.
Me dijo:
-No te entiendo.
Le dije:
-Yo tampoco me entiendo. Lucía no estaba en mis planes. Pero me da ilusión tener un hijo con ella.
Me preguntó:
-¿Y si es una hija?
Le dije:
-Igual. Sería genial. Una cachorrita loca. Que ande sin zapatos y con piojos y comiéndose los mocos. Fantástico.
Es cierto que Lucía no estaba en mis planes. Se metió lenta y cuidadosamente en mi vida, y luego yo me metí lenta y no tan cuidadosamente en ella. Ahora ella no tiene planes porque no sabe si está embarazada y yo no dejo de hacer planes pensando dónde debe nacer el bebé y cómo puedo ayudarla.
Martín me preguntó:
-¿Es la primera vez que haces el amor con ella?
Le dije:
-Sí.
Me preguntó:
-¿Antes no se asustaron porque no le venía la regla?
Le dije:
-No.
Me dijo:
-Mientes.
Le dije:
-No tendría por qué mentirte.
Me dijo:
-Cuando estuviste en Buenos Aires por mi cumpleaños, leí tus correos y allí le decías que no querías que le viniera la regla y ella te decía que tenía miedo de estar embarazada.
Le dije:
-Es cierto. Ahora que lo recuerdo, fue así.
Me preguntó:
-¿O sea que no es la primera vez que hacen el amor y no es la primera vez que lo hacen sin cuidarse?
Le dije:
-No. Nunca me cuido. A estas alturas no tendría sentido.
Me preguntó:
-¿O sea que quieres tener un hijo?
Le dije:
-Digamos que sí. Y digamos que si tuviera que elegir a la mamá, sería Lucía.
Me dijo:
-Estás loco. Eres un irresponsable. Eres un mitómano. Esto se acabó. Me voy.
Por supuesto, no se fue. Terminamos haciendo el amor, que es otra manera de irse.
Me preguntó:
-¿La amas?
Le dije:
-No.
Me preguntó:
-¿Me amas?
Le dije:
-Claro.
Que es lo mismo que le hubiera dicho a Lucía, si me preguntaba esas cosas.
Uno nunca es una sola persona. Uno es todas las personas a las que ama. Uno es todas las personas a las que miente para terminar amando. Uno es todos los orgasmos que procuró a las personas que amó.
Martín me pidió dos pastillas para dormir y se fue a su cuarto con aire triste.
Lucía me escribió: No me viene la regla, estoy aterrada, no sé cómo se lo diría a mis papás.
Yo le escribí: Escritora maldita de los cojones. Te amo. La regla nunca viene cuando debe venir. Esa es la excepción a la regla. Según mi propia experiencia, la regla es la siguiente: la regla no te viene cuando quieres que te venga. Ésa es la regla.
Lucía me escribió: ¿Dónde lo tendríamos?
Yo le escribí: Donde quieras.
Lucía me escribió: ¿Y si quiero que sea en Lima?
Yo le escribí: En Lima será.
Lucía me escribió: ¿Pero tú estarás?
Yo le escribí: Me encantaría. Pero conmigo nunca se sabe.
Lucía me escribió: Si no estás, te mato.
Yo le escribí: Si no estoy, es que ya no estoy.
Lucía me escribió: Te prohíbo que te mueras antes de que nazca James.
Yo le escribí: Te prohíbo que te mueras.
Cuando Martín despertó, salimos a caminar por el paseo de Gracia y terminamos viendo una película francesa. Como era previsible, alguien se mata por amor. Como era previsible, Martín me reprochó por llevarlo a ver películas tristes. Cuando llegamos al hotel, nos metimos a la piscina, ya de noche.
Martín me dijo:
-Tu problema es que quieres ser todo a la vez. Y no se puede. Por querer ser todo, no vas a ser nada y te vas a morir.
Le dije:
-Yo sólo quiero ser Lisbeth Slander.
Me dijo:
-Imposible. Eres demasiado distraído. Lisbeth Slander nunca dejaría que su amante lea sus correos.
Me reí. Le dije:
-Tienes razón. Pero al menos soy bisexual como ella.
Me dijo:
-Eso no tiene ningún mérito.
Le dije:
Te equivocas. Tiene mucho mérito.
Me dijo:
-Te amo, Lisbeth.
Le dije:
-Si no estoy cuando nace James, quiero que seas el padrino.
Me dijo:
-Ni en pedo. Si no estás, yo tampoco estaré.

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