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Cultura

27 de Noviembre de 2009

Lo que me ha devuelto Arrate

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Por Blanca Lewin

(N. del E.: Esta no es una respuesta de la actriz a la carta enviada por el lector Maimiliano Godoy a nuestro sitio, sino una columna aparecida ayer en la edición impresa de The Clinic)

Siempre tuve claro que votaría por Jorge Arrate en esta elección. Pese a no conocerlo mucho. Menos que a Piñera, Frei, Enríquez-Ominami o Navarro incluso. Frente a ese puñado de nombres que por distintas razones me producían un rechazo inmediato, si mi memoria no me fallaba y si mi intuición no andaba mal, Jorge Arrate era un político que siempre recordaría con respeto. Ni siquiera me acordaba de qué hechos eran la razón de esa sensación, pero era mi sensación.
Algo que me llamaba la atención es que nadie hablaba de él. Los medios –incluso los más “alternativos”– omitieron su candidatura gratis, por poco representativa quizás, por mucho tiempo. La contienda era entre tres (y aún lo sigue siendo para muchos). La candidatura de Arrate era ninguneada, por decir lo menos. Por eso es que la primera vez que alguien me llamó, con mucho pudor, para contarme que estaba trabajando en su campaña, me alegré. Era la primera vez que escuchaba que alguien votaría por Arrate, que ni siquiera era una opción posible para nadie antes del primer debate televisivo que se llevó a cabo en TVN. Y por eso, porque sentía que se cometía una gran injusticia, y porque no veía en ningún otro candidato una opción verdaderamente de izquierda, por representar a los que no tienen representación parlamentaria, por todo eso, accedí a acompañarlo a ese primer debate. Y me metí a la campaña. De a poco.
Desde pequeña me identifiqué con la izquierda. Mi familia nuclear era de “centro izquierda”. Incluso vi cómo en una fiesta echaron a un comunista de mi casa. Porque para la “centro-izquierda”, los comunistas eran extremistas. O quizás era sólo el miedo de que unos tipos con lentes oscuros llegaran a buscarlo y cayéramos todos presos. Crecí con el terror a las fuerzas públicas de todo niño que vivió con los ojos abiertos en los 80. Mi papá un día me pidió que quemara mi diario de vida, en el que había una colección de panfletos, instructivos, volantes de todos los partidos y colores en contra de la dictadura. El rumor era que estaban allanando en el barrio. La esperanza que traía el regreso de la democracia -algo totalmente nuevo para mí- era algo que me recorría el cuerpo, me emocionaba al punto de querer explotar.
Nunca pensé que veinte años después seguiríamos siendo un país cuya Constitución se escribió en dictadura. Nunca pensé que el sistema binominal se extendería más allá del gobierno de Aylwin. Nunca pensé que culturalmente seguiríamos siendo un país poco ilustrado, ni que los libros fueran tan caros, ni que la educación pública fuera tan mala, ni que a los políticos les quedara gustando la plata y se olvidaran de sus propósitos iniciales. Y pese a eso, me fui acostumbrando como todos, me fui olvidando también, fui dejando de creer en lo que antes pensaba que era posible. Me acostumbré al país en el que un funcionario aburrido y mal pagado te dice que “no se puede”.
Eso me ha devuelto Arrate. Esperanza. Izquierda. Palabras que generan tirria en muchos por pasadas de moda. Yo no quiero una izquierda gastada, sólo quiero vivir en un país más justo.
Mi voto por Arrate no va a cambiar nada de eso, no sé si reír o llorar cuando la gente me habla del “voto útil”. El único voto útil es aquel que es consecuente con mis valores y principios. Y mientras más personas pensemos así, menos podrán ser ignorados estos temas en la agenda política. Y quizás así podamos entregarles un mejor país a nuestros hijos. Un país del que se sientan verdaderamente orgullosos. Un país en el que crezcan felices.

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#Blanca Lewin#Jorge Arrate

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