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Opinión

28 de Diciembre de 2009

¡Suelten la mochila!

Patricio Fernández
Patricio Fernández
Por

POR PATRICIO FERNÁNDEZ

La Concertación, claro está, no son los presidentes de sus partidos. Ni siquiera son sus militantes. Son incluso más que los que se atreven a decir “yo soy concertacionista”. La Concertación, a estas alturas, es una cultura. A algunos les costó aceptarlo y recién ahora, mientras el choclo se desgrana, vienen a reconocerlo. El día de mañana tendrá el nombre que sea y su representación estará dada por partidos a los que aún no les conocemos el nombre. Podrán desaparecer los democrata cristianos, dividirse los socialistas, explotar el PPD en mil pedazos, y lo que hoy entendemos por Concertación seguirá rondando por ahí, como una realidad política o como un sueño despilfarrado. Es la comunidad de los que consideramos a Pinochet inaceptable, lo que significa mucho más que esa realidad circunstancial en la que hubo abusos a granel, o mucho menos, porque convengamos que en la cancha se ven los gallos: es la convicción de que existe una sociedad más valiosa que cualquier sociedad anónima, de que hay valores más caros que el dinero, de que no hay creencia capaz de aplastar a las otras ni dios que merezca más respeto que un simple ser humano. Somos capitalistas, pero no tanto; socialistas, pero no tanto. Se supone que los que peleamos contra Pinochet aprendimos a punta de duelos la importancia de la democracia y el respeto al próximo. Entendimos que nuestros deseos no podían arrasar con los deseos del vecino, pero tampoco mostrarse impotentes a la hora de seducir. Con el tiempo, cambiaron de forma las ilusiones del espíritu concertacionista de fines de los ochenta. Algunos se apoltronaron y otros envejecieron, y no podía ser de otro modo, porque la comodidad es dulce y los años caen sin preguntar. Exigir héroes por todas partes es propio de los que viven como espectadores. No faltan los que juzgan a los empleados públicos, cuando ellos nunca aceptarían sus puestos si se los ofrecieran. El abuso escandaloso que algunos reclaman, no lo he visto con claridad. ¿Cuáles serían los casos espeluznantes que convirtieron el Estado en un botín? No quedan del todo claros más allá del griterío. Ratonerías han de haber cientas. Baste considerar que el mayor problema de un restaurante es la merma interna de sus bodegas y refrigeradores.

Si aquí fue necesario algo de duda para sanarnos del fanatismo, se nos pasó la mano, hasta olvidar la convicción. El viejo mundo concertacionista, -sus políticos, sus dirigentes y sus intelectuales- ya no tienen claro a dónde ir. Los veteranos lúcidos intuyen esto claramente, y lo callan por pudor. Saben que ha llegado el momento de que otros tomen el pandero. Otros que reúnan estas nuevas sensibilidades dispersas, así como ellos reunieron a las antiguas, y formulen con claridad el contenido del cuento que nos queremos contar: uno donde los delincuentes no merecen morir a patadas en la calle, ni los drogadictos son considerados una escoria, ni el aborto lisa y llanamente un acto criminal. El relato, de pronto, parece transcurrir, pero demasiado lentamente. Todavía no se ve su resultado con nitidez, no terminan de empoderarse -palabra que tanto se usó hace unos años y tan poco se aplicó- los descendientes espirituales de lo que un día se llamó Concertación. MEO apretó el acelerador a fondo y el reto de los que se hicieron cargo de la campaña de Frei –la Tohá, Lagos Weber, Orrego- será alcanzarlo, para continuar juntos o sobrepasarlo. No es un mal equipo de políticos para comenzar a coordinar el futuro de este ámbito llamado “progresista”. Sólo que no se puede correr con demasiadas instrucciones, y para conseguir hacerlo rápido, los regalones deberán portarse mal. Deberán soltar la mochila de sus antepasados. Si esto sucede durante los próximos días, apuesto que Frei gana. Pero es tan difícil imaginarlo como absurdo desesperarse. El miedo a la derecha es una buena excusa para los inmovilistas y los santones, para los faltos de imaginación, los apitutados, los flojos, los bolseros… Alguien habló por ahí que la fama era “emífera”. Como dicen en el bingo: “se fue la bolilla”.

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