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Cultura

8 de Marzo de 2010

Notas temblorosas sobre la precariedad bicentenaria

Por

Por Rodolfo Lama Tauler

Rugió, la madre siempre bienhechora rugió y fuerte. Como si a cada uno nos hubiesen obligado a parir de madrugada un volcán desde los intestinos.
Es impensable como se destruye lo construido con sudor de cuero, como la espalda, que carga cada ladrillo, se desintegra en llanto y martirio.
En Iloca, costa maulina no queda nada, como diría Heidegger: precisamente allí “la nada nadea” y eso, sin caer en siutiquerías desatinadas. La costa se ahogo así misma y no pudo aguantar la respiración. Esa caleta pequeña en la que los televisores nunca se habían fijado, son hoy paladar noticioso. El balneario que nunca logró ser del gusto del que sigue la moda, es hoy, su tema de conversación con un whiskey en la mano. ¿Donde está Cobquecura, Trehualemu, Dichato o aquella playa de nombre hoy contradictorio: Constitución? ¿Dónde quedo el Parral de la Violeta, Talca nublado o Linares morrón? ¿Quién fue el último en el húmedo Concepción?
Cuesta no preguntarse de que sirve la barbarie tecnológica y logística si una niña en Juan Fernández se anticipa a todos y salva a su pueblo. Las cosas obscuras suelen desvelar con claridad lo que la noche esconde. Es que repentinamente vemos que nos falta mirarnos desde adentro y entender que el desorden y los saqueos no se producen únicamente en “pueblos atrasados allá lejos por Centroamérica”. Aquí la Pacha golpeó y a ratos, olió a un indiscutible Knock-out. Mostró que una sociedad que ha sido educada en la represión y la incultura consumista, despierta a su ser enfermo en el momento menos oportuno. Quien vuelve loco a un hombre y luego se queja por su peligrosidad es, sin duda, un abyecto. Somos participes del descontrol de nuestro pueblo. Si las revistas comerciales y los catálogos de productos importados te acostumbran hasta el aletargo, si hasta en el baño hay folletos de ese tipo, que esperamos de la psicosis producida tras un hermoso plasma o un tentador LCD.
El Status, parecen decirnos (los restantes 364 días), “depende de lo que usted tenga en su living” y si esa es la premisa, sólo queda imaginarse la conclusión.
La persecución por la imagen es la otra batalla inefable. Una lucha que por ser de contenido ideológico se nos esconde, pero que igualmente, sabemos descansa cerca. La imagen, la mejor imagen es la panacea; motiva a quien la capta, a quien la transmite y a quien le es transmitida. Es sinónimo de triunfo, de gloria, de halagos y ganancias; pero también de crueldad, indignidad y desamparo.
El valor de la imagen se vuelve el valor de la realidad. Es una realidad inmanente tan espesa que resulta fácil imaginar que de ser ciegos no sentiríamos dolor alguno frente a estas situaciones.
Calle libertad con 18 de septiembre, cuadras que abrazan temblorosas la plaza de armas de un adolorido Chillán. Hay aquí una imagen que por primera vez en muchos años no se repite; en el centro perfecto de la ciudad, el “libertador” de la “patria” posa sin cabeza en medio de eternas deposiciones de palomas pueblerinas. Está literalmente descabezado; su testa (de unos 50 kilos de bronce) cayó aquel día, tal como por tantas tardes cayeron frente a su hoy desorbitada mirada cada gota u hoja pasajera. Es que ese día, el 27 de febrero del nuevo 2010, perdió sus pensamientos la ultima estatua falazmente idolatrada; 200 años después de una ilusoria independencia, se cae la cabeza de su supuesto cabecilla.
Me aventuro en creer acertado que la estatua en cuestión, aquella en particular, debiese quedar así para siempre. Quizás debiese ser conocida como el O’Higgins del terremoto y convertirse así en el símbolo provinciano de lo que se debe olvidar justamente al recordar nuestra fragilidad. Una flaqueza que mediante síntesis se transforma en potencial fortaleza. Es que este “documento de barbarie”, haciendo una relación tosca con lo planteado por Benjamin en sus celebres «Tesis» de 1940 (sobre el concepto de historia), debe permanecer como tal, como un registro de lo acontecido, de ese momento exacto que dura lo exacto, justo antes de apagarse o difuminarse en la aceleración permanente.
Somos uno de los pocos países de este rincón del mundo que no posee un carnaval saludablemente dionisiaco en honor a la mapu que pisamos, y se puede desprender que es de este acallamiento sempiterno de nuestro amor por la tierra desde donde surgió la fuerza que nos condeno este último sábado de febrero. El nüyün mapuche se hizo carne. Por eso la reciprocidad de la conducta con y sobre la tierra debe ser siempre tema digno de debate.
Me detengo; suspiro y tiemblo. Mi agitación vuelve a ser como en aquellos eternos 3 minutos. Así, tal como aquel día, sólo que esta vez me corresponde respirar en una patria desbastada, donde un siempre esquivo compañerismo sincero y consiente parece flotar cual segunda pupila en los ojos.
No seré el primero en creer que se debe aprender de todo esto, sacar lecciones y no hacer oídos sordos. Espero que tampoco en preguntarme cuanto logra humanizar la pena en una sociedad que se torna deshumana por excelencia.

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