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Nacional

12 de Marzo de 2010

Armas

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Por Pancho

Pocos días antes del terremoto un amigo Venezolano me invitó a comer a su casa. Entre los muchos temas que conversamos mientras engullíamos unas deliciosas “arepas” preparadas por su señora y nos tomábamos un buen Cabernet estuvo el de las armas de fuego. El hablo muy orgulloso de los diferentes tipos y calibres que poseía y de cómo en Venezuela el iba a practicar tiro al polígono al menos un par de veces al mes. Yo siempre he tenido una posición bastante crítica respecto de las armas de fuego en especial de aquellas que no tienen un uso deportivo y son lisa y llanamente para herir o matar seres humanos. Así se lo hice saber. Mi amigo es un profesional muy educado y alguien que dista mucho de ser un “cowboy” pero me explicó muy pacientemente sus argumentos y me conto varias historias de cómo sus “fierros” lo habían sacado de apuros en varias ocasiones en su natal Caracas. Esa noche le di vueltas al asunto y me sentí agradecido de que en Chile la convivencia fuera mucho mas pacifica, que el estado de derecho y nuestras instituciones funcionaran y de que, si bien la creciente inseguridad debido a la delincuencia me había hecho considerarlo un par de veces, durante toda mi vida jamás había estimado necesario poseer un arma de fuego. Y llegó el terremoto. En Concepción, no habían pasado 12 horas desde la catástrofe y el saqueo era generalizado. Los pocos de estos energúmenos que se sentían conminados a dar alguna explicación, frente a cámaras y periodistas, decían que era para “la guagua” o que “no había nada para comer”. De hambre no muere nadie a las 12 horas. Por lo demás, varios de los supermercados de la zona ya habían comenzado un reparto organizado de comida y era evidente que, pese a las graves inoperancias e indecisiones del estado en un comienzo, y al total colapso de las comunicaciones en la zona, la ayuda en algún momento vendría y que era cosa de organizarse un poco para que el alimento y el agua alcanzaran para todos durante las 48 o 72 horas difíciles que venían. Que ingenuidad! Que decepción! A la turba lo que menos le interesaba eran los artículos de primera necesidad o la comida. Para la generación que creció adorando el consumo, los mega mercados y los malls, la tentación de ver que todo a lo que aspiraban, esas cosas que se mecían toda la vida frente a sus narices como la proverbial zanahoria. Estaban ahí, al alcance de la mano! Gratis! Sin cuotas! Sin Intereses! El verdadero 0% y para siempre… Fue mucho. Actuaron como los adictos que son. Mientras en el “Líder” de calle Prat en Concepción saqueaban hasta las cajas registradoras a escasos metros había un molino cuyos silos se habían desplomado con el sismo y se veían toneladas de harina esparcidas por el suelo. Suficiente para alimentar durante largo tiempo a la turba que le pasaba por encima con sus carros robados llenos de vergüenza nacional. Si bien puedo llegar a entender ciertos comportamientos en personas sometidas a una situación tan traumática, los hechos de los últimos 10 días son injustificables. Fue duro ver que frente a la adversidad una fracción de nuestros compatriotas mostro un rencor y una alevosía para con el resto dignas de serios estudios. Aun creo en el ser humano y en nuestra capacidad para reconstruir una sociedad mejor. Pero ayer mi amigo Venezolano me acompañó cotizar una calibre .38.

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