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Cultura

24 de Abril de 2010

Carta abierta a Américo

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POR LORENA PENJEAN / Ilustración: Max Bock
Heme aquí, esperando verte con Marc. Imaginándote en el camarín, todo tierno, todo nervioso, todo concentrado como el profesional que eres. A la espera de que tu sueño se haga realidad.

Heme aquí. En llamas. Marc ya está en el escenario. Por Dios qué es bueno. Lo sabes, lo has seguido durante años, lo has visto en cada una de sus presentaciones examinando sus movimientos, la impostación de su voz y su baile contenido que cuando se desata llega a ser sobreactuado. Has reparado y exigido a tu equipo tener esos ternos con pulcra camisa blanca, esos que nunca dejarías de ponerte por respeto al público, porque eres un artista bien presentado.

Lo conoces, conoces a Marc y al igual que él cantas canciones lejos del moderno perreo insensible y te aplicas con el amors y le pones cadera al sufrimiento, a las despedidas llenas de rabia, al olvido -entendiendo por él esa estupidez de nadar contra la corriente-, a la inocente idea de que esa perra que amas y a la que le deseas lo peor (tú crees, y nos haces creer), volverá.

Te he visto Américo, te sigo, te escucho, te canto.

Ay, Américo. Pasan las canciones y Marc no puede más. Yo trato y trato pero no te olvido… Tengo tanto miedo de perderte… Yo que te conozco bien… A,y Américo, eris mucho más joven de los 32 años que tienes. Créeme, eres un niño.

Y te veo, te juro que te veo tomando notas mentales mientras Marc no recuerda que te tiene esperando tras bambalinas. Te veo procurando no manchar el terno, mirando a tus músicos y cachando, poco a poco, que estás a punto de lanzarte a un vacío del que nadie te asegura que volverás. Porque sabes, lo sabemos: Marc la lleva y la trae y medirte en esas lides te puede mandar a la cresta, esa misma cresta de la que te hablo cuando los sueños se hacen realidad.

Américo, lo estás mirando. Crees que te falta poco para codearte con él. Ok, paremos un segundo, convengamos en que no es mino y se parece al Conde Patula, que es flaco y que tiene los dientes horribles. No se puso frenillos a tiempo como tú lo has hecho, pero Américo, heme aquí, bailando como una más de las miles de idiotas que bailamos y sufrimos y sentimos que así vale la pena sufrir, cantando a todo chancho me miro y lloro en el espejo y me siento estúpida, ilógica!!! Cantamos igual que tú, pero disfrutándolo. Era sin llorar, mijo lindo.

Y conforme avanza el show ya pocos se preguntan por ti. Te olvidamos. Perdona Américo, pero lo hicimos a la tercera canción porque Marc así, todo feo, dando jugo, haciendo solos de dos minutos, jurando amor eterno a la bandera chilena y esperando el aplauso de un público servil, no da cabida a otro. No se puede. En el escenario hay espacio solo para uno y si bien el que ose medirse corre el riesgo de ganar, está mucho más propenso a salir trasquilado. En la fama, como en otras cosas terribles, the winner takes it all.

Y no sales. Finalmente no sales. Y te quedas vestido, peinado, con los ojitos brillosos. Dicen que no ensayaron, que el público no se merece algo así. Ok, puede ser. Pero prefiero pensar que se te hizo en vez de que Marco Antonio, con sus chorrocientos Gramys, te bajó del escenario porque no diste el ancho. Es mucho más lógico, es mucho más sensato, más humano.

No te veo como el perrito humillado que se conforma con un vino, algunos cedés y sus hits rancios en un camarín pasado a victoria ajena. No Américo, no.

Eris seco, Américo, eris seco, pero tenis que tener cuidado. Tenis que cuidarte de ti mismo.
Podrá ser, algún día, como en las canciones que Marc y tú cantan. Tal vez algún día cuando comprendas el peligro real de pedir deseos, porque los sueños, querido y admirado Américo, se pueden hacer realidad. Y cuán grande sería nuestra perdición si así fuera.

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