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Cultura

17 de Mayo de 2010

Cliché hasta decir basta

Por

ZOMBIE
Mike Wilson
Alfaguara, 2010
122 páginas

POR TAL PINTO
Quienquiera que haya escrito la Biblia -liberando de responsabilidad por cierto al Todopoderoso, cuya existencia es tan o más real que la de un huevo cuadrado- no tenía en mente que la resurrección de Lázaro sería tratada en el futuro como la emergencia de un monstruo, de un cuerpo descompuesto, vil, presto a volver a la vida con sed de sangre. Parra, en un ataque de irónico pragmatismo, concibió el problema de Lázaro como uno ecológico: qué hacer con tanto jetón caminando la Tierra. En “Zombi”, su segunda novela, el argentino-estadounidense-chileno Mike Wilson elige representar a los zombies como metáforas de varios tipos de destrucción: de la personalidad, del orden social y, en última instancia, del mundo entero.

En una “Capital” arrasada por múltiples bombas atómicas, viven en un cerro en las afueras de la ciudad niños y adolescentes que sobrevivieron, al menos en teoría, el Holocausto. Los “Arcanos”, liderados por Frosty, un muchacho desfigurado en un accidente tan doméstico como ilegal, se tatúan tentáculos negros en los brazos, consumen “meth” casera, mientras veneran una de las bombas que no explotó, el “Misil clavado”, evidencia mordaz del desastre. Marginados del grupo están James, Fischer y Andy, amigos en la vida que precedió la caída de las bombas.

El argumento de “Zombie” es tan sencillo como mil veces visto, leído y “jugado”, sostenido por un caudal de alegorías de escasa imaginación; escrita como un guión, plagada de acciones transitivas, diálogos grandilocuentes, revelaciones de último minuto (trucos, sin ir más lejos), cliché hasta decir basta. Frosty es un villano de manual, James y Fischer protagonistas sin personalidad, fríos y esquemáticos, Andy el compungido objeto de deseo del antagonista, “Los Arcanos” un grupito de “Goonies” oscuros. Todo obvio, evidente, prestado y, sobre cualquier cosa, cliché.

“Zombie” es también una señera muestra de la incompetencia de algunos editores nacionales. La cantidad de frases directamente transpuestas del inglés alcanza niveles ociosos, con lo que “Zombie” se lee a ratos como una traducción sin demasiado brillo de una novela gráfica. La falta de oficio de Wilson es particularmente notoria en uno de los monólogos de Fischer, en el que personaje evoca un cuadro de Andrew Wyeth, y el autor, dándose cuenta de la inusual memoria de este personaje, resuelve el problema con desvergüenza, así: “Había visto ese cuadro de Wyeth en el Museo Metropolitano, llevada por mi mamá cuando tenía apenas ocho años”. Para una novela que apenas supera las cien páginas, este tipo de soluciones narrativas es risible.

Es cierto que la distancia entre los géneros literarios ha ido menguando, para incluso en algunas novelas, o cómo quiera llamárselas, fundirse en masas amorfas pero interesantes. El asunto es que en “Zombie” tal mezcla ocurre mal e indigesta, y lo que queda es un guión huacho, un cuerpo de texto contado con mucho entusiasmo y pocas herramientas, una historia que clama por una cámara o un dibujante.

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#mike wilson#novela#zombie

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