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Opinión

5 de Junio de 2010

Nelson Ávila, ex senador, ex PPD: “El PPD es un sitio eriazo”

Pablo Vergara
Pablo Vergara
Por

POR Pablo Vergara Y Vicente Undurraga • FOTO: ALEJANDRO OLIVARES
Con su hala característica, Nelson Ávila cuenta cómo es la vida fuera del poder, en qué ocupa su tiempo y a qué pretende dedicarse en el futuro. Por ahora, goza twitteando (vea su mejores frases en theclinic.cl), jardineando y leyendo a Stieg Larsson, y no vacila en fustigar en duros términos a la Concertación por haberse dormido en los laureles.


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¿En qué está ahora?
-Comprimido a un espacio muy reducido de 140 caracteres (twitter). Tengo que hacer los malabarismos propios de los grandes cracks del fútbol, dominar la esférica en una baldosa.

Condenado al aforismo.
-Y, naturalmente, intentar meter los aforismos dentro de esa pequeña cavidad. Me ha resultado, estoy muy contento.

Usted está todo el día metido en Twitter.
-Twitteo, mínimo, 15 veces al día.

Cuando fue el Informe Especial sobre Karadima, le llamaron la atención sus twitteos a algunos seguidores por las cosas que decía. Hacía bromas.
-Así es. Normalmente genero polémica. Reacciones, a veces airadas. No salgo de lo que ha sido mi tónica. Hasta marzo, me dirigía a 38 personas en un hemiciclo; ahora, a 17 mil 200 y tantas desde este podio cibernético.

¿Aparte del Twitter, en qué está? ¿Hay pega?
-Estoy haciendo un inventario de mis atributos y las posibilidades que podría tener de abrirme paso en el mercado.

¿Está haciendo un currículum?
-Exacto. Y si, por ventura, no fuere capaz de generar ingresos con lo que soy y represento, no me queda más que pedir asilo. No sería en una embajada, sino con mi señora, para que comprenda que ahora le llegó el turno de asumir una nueva carga.

¿Está muy difícil la cosa para un ex senador? He hablado con gente que me cuenta que hay problemas para conseguir pegas.
-Fuera de toda broma, es un inconveniente para mucha gente que de pronto se vio arrojada a este escenario de selva intrincada que es el mercado. Yo me he manejado desde 1990 en el servicio público y ahora estoy recorriendo un desierto que no me ha sido tan inhóspito.

¿Por qué no?
-Porque, curiosamente, me surgen ofertas puntuales. Y he entendido que me tengo que tomar con calma esto, de ninguna manera ponerme nervioso.

TIEMPO LIBRE

¿Está leyendo algo que tenía postergado?
-Aterricé en la Trilogía Millenium. Me apasionó y la película mucho también, porque la hicieron los suecos y se adelantaron a Hollywood.

¿Y algunos escritores chilenos? ¿José Donoso, Eugenio Tironi?
-Jajaja. Eugenio Tironi, no. Lo leo cuando lo entrevistan ustedes y con eso ya quedó la arrechera, como dicen los venezolanos, suficiente.

¿Arrechera?
-Es como una especie de indignación, de molestia.

¿Qué otras cosas ha podido hacer?
-Me he dado tiempo para la reflexión, la posibilidad de mirarlo todo con más detenimiento. En mi casa, en Rinconada de Los Andes, salir al jardín y ver cómo van evolucionando las cosas que hace mi señora, que tiene una mano muy especial para el cultivo de la tierra. Ella atiende una nogalada en la parcela y pude estar muy cerca de lo que fue la cosecha, cosa de la que antes sólo escuchaba lo que significaba. Me di cuenta de todo lo que esta mujer trabaja. Y es una cosa impresionante, al punto que me agota verla. Levantándose de madrugada, yendo a buscar gente. Y claro, yo ya en una situación distinta, no me quedaba más en cama porque la verdad era incómodo verla a ella por todos lados… y yo como un pachá.

¿Cuál fue su mayor pelea en el Congreso?
-Lo que marcó un hito y desembocó en un drástico cambio de mi vida política, fue la que tuve con los hermanos Zaldívar por la discusión de la Ley de Pesca. Fui el único que los impugné por estar participando en la discusión de un proyecto que, en definitiva, los beneficiaría. Todo el Senado asumió una conducta corporativa y defendió a Andrés Zaldívar, que a la sazón era presidente del Senado. Yo los forcé a que tenían que pronunciarse sobre la impugnación y fui el único voto en contra.

En ese tiempo no se hablaba mucho de los conflictos de interés.
-Exacto. Fui el único parlamentario expulsado de un partido político por defender tozudamente los principios. A mí se me debió condecorar y no someterme al vejamen de pasar por un tribunal de disciplina que al final se terminó condenando a sí mismo.

¿Y siempre fue así en la Concertación? ¿O fue sintomático del desgaste?
-Ese episodio es la muestra más nítida de la transformación que experimentó el conglomerado de pasar de una fuerza transformadora a otra de conservación del establishment. Con Ricardo Lagos se culminó el proceso de entrega total al modelo neoliberal. Lo menciono porque pasó a ser un símbolo, no porque a alguien de la izquierda o de la propia Concertación se le ocurriera, sino que a raíz de que los empresarios por boca de su más insigne representante, Hernán Somerville, lo aclamaron al final de una Enade. “Nuestros empresarios aman a Lagos”, dijo Somerville. Y no era para menos, porque les dio todo lo que podían ambicionar y mucho más. Ese gobierno, creo, marcó el principio del fin para la Concertación.

¿Y Bachelet? ¿Era lo mismo?
-Bachelet no tenía forma de volver atrás, de rectificar, porque además le dejaron suelto al Frankenstein del Transantiago, que asoló a la población de la capital y marcó por largo tiempo a su gobierno, enervándolo por completo para emprender tareas propias, debido a que esto otro representó el presente griego que heredó de Ricardo Lagos.

¿El PPD ha cambiado desde su expulsión? ¿Cómo ve la pelea Tohá/Auth, dónde está su corazoncito ahí?
-Ahí no tengo corazón, sólo tripas. Ni hay todavía sentimientos que hayan podido perdurar. Lo que pasa es que el PPD es un espacio, no es propiamente un partido, es un sitio eriazo en donde llega cualquiera, del lado que sea, e instala algo para guarecerse. La suma de todo aquello no puede dar lugar a un instrumento político con una base sólida y con una coherencia en la proyección política.

Es un partido pragmático.
-Nunca dejó de ser instrumental. Ahora, por desgracia, lo es más bien de un sistema y de un modelo económico, salvo algunas contadas excepciones. De pronto veo que algunos personeros como Girardi y otros, empiezan a levantar con fuerza las banderas que nunca debió arriar el partido.

¿Estoy entendiendo que le gusta algo de Girardi?
-No es que me guste algo de Girardi, sino que aprecio en el último tiempo, y a raíz de la coyuntura electoral, el resurgimiento de algunas ideas que me parecen interesantes y favorables en la línea de ir creando un nuevo referente fiel a lo que en su minuto recogió de la ciudadanía la Concertación.

Pero uno podría decir que esas banderas se levantan ahora, que son oposición. ¿Cómo se rompe esa desconfianza?
-Exacto. La Concertación ha sido víctima de la ansiedad en dos oportunidades: la primera, en las negociaciones con la dictadura para hacerse cargo del gobierno. Correa y Boeninger transaron todo lo imaginable y, a espaldas de la ciudadanía y de la propia Concertación, llegaron a acuerdos que si se dieran a conocer hoy constituirían un escándalo. Ellos fueron los arquitectos de una cripta de la cual estamos gozando.

Cuál es el otro momento de ansiedad.
-Es reciente: creyeron que a partir del momento mismo de ser oposición, al participar en un acto de la CUT el 1 de mayo, serían recibidos con los brazos abiertos por la clase trabajadora a la que le volvieron la espalda sistemáticamente durante todos los gobiernos. Recibieron el castigo merecido, de un repudio que alcanzó incluso a la agresión física, porque había una indignación acumulada.

TEST DE LA BLANCURA

Con este cuadro que describe, no se ve mucha vida en la Concertación.
-La Concertación no se ve con la posibilidad de rehacerse y por lo tanto volver a convertirse en una alternativa seria de gobierno.

La discusión hoy son los rostros jóvenes, los Lagos Weber, Tohá, los príncipes.
-Claro, porque como es tan pobre el debate ideológico y un virtual abandono de los principios fundamentales, todo se reduce a problemas etarios, a cuestiones formales, como lo intenta explicar Tironi, por las referencias que tengo de su libro.

Tampoco lo ha leído, como Frei.
-En ese sentido, solidarizo con Frei. Prefiero sumergirme en Stieg Larson y la trilogía Millenium antes que partir con Tironi y después tener que seguir con Correa y otro lobbysta.

¿Cuáles son esos principios que la Concertación abandonó?
-Bueno, tienen que ver con un proyecto de sociedad muy distinto del que necesariamente se consigue con la institucionalidad y la Constitución vigente. La distribución de la riqueza en Chile sigue siendo completamente obscena. El 10% más rico recibe el 47% del producto; y el 10% más pobre, el 1,3%. ¡Esas proporciones no se han modificado en absoluto en veinte años! Algunas se han agravado. Eso es el mayor enrrostramiento que se le puede hacer a la Concertación, el test de la blancura de sus gobiernos.

Senador, ¿por qué apoyó a Frei?
-Yo apoyé a Frei, exactamente.

¿Y no era más de lo mismo, según está describiendo?
-Exactamente, Frei era más de lo mismo. Porque a la persona que te habla este sistema lo ha sometido al fatalismo constante de tener que estar optando siempre por el mal menor y esa es una práctica que ya se hizo inveterada en el Congreso Nacional. Por el binominalismo siempre había que estar con la opción del mal menor.

¿Y por qué no se sustrajo de ese mal menor y optó por otra candidatura o por anular? Arrate lo hizo.
-Acá pasó otra experiencia bien compleja. Cuando fui expulsado del PPD me dediqué a explorar posibilidades políticas en la izquierda extraparlamentaria pero salí profundamente defraudado, porque vi allí un archipiélago de grupos encerrados en sí mismos y con graves dificultades para coordinarse y formular una estrategia por el celo de pequeños liderazgos. Entonces, dije, “de acá no puede salir nada que verdaderamente constituya una amenaza para el sistema”, y concluí que sólo desde dentro de la Concertación era posible crear condiciones para un cambio efectivo.

Pero eso no pasó.
-Y eso tampoco ha pasado. De ahí que soy un sujeto que conoce a fondo las frustraciones y puede hablar muy bien de ellas. He recorrido muchos caminos infructuosamente.

EL PODER Y LA CAMPAÑA

Cuénteme su primer día sin poder.
-Fue destinado a rumiar pacientemente mi decepción. Fui el único candidato en Chile que proclamó el hecho de no pasarle el sombrero a los empresarios. Me manejé estrictamente con los fondos estatales. Lo que gasté en campaña constituye el 5% de lo que mis adversarios invirtieron, todos.

¿García Huidobro incluido?
-Es que García Huidobro iba en una condición muy especial. Él no era propiamente una candidatura.

Cuánto gastó.
-Gasté exactamente 49 millones.

Nueve más que Piñera.
-Jajaja. 49 millones. Es que eso es pa la risa. Yo gasté 49 millones en totaaaal. Y la cuenta incluso la encargué a personas especializadas y dice que mis adversarios en la zona sobrepasaron los mil millones. Era cosa de recorrer para darse cuenta que aquello era un derroche monumental. Hay sectores en que ni siquiera alcancé a llegar con nada y había sitios en que no sabían que yo era candidato por esa zona.

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