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Nacional

15 de Julio de 2010

Listas negras en el sector público

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Volteretas, sapeos y operadores políticos (ahora reconvertidos en “técnicos”) que son los primeros en la fila de los chupamedias y hacen buenas migas con los nuevos jefes. Oficinas arrasadas por la ley de la selva. Lo que está pasando en la administración pública, visto por un testigo directo.

POR UN FUNCIONARIO PÚBLICO
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En varios servicios públicos dicen que empezaron a correr las listas negras. Cunde el pánico pese a que nadie confirma ni desmiente nada. Hay conversaciones en voz baja en las oficinas y la situación es tema obligado en la sobremesa de las apuradas colaciones en los garitos del centro santiaguino, donde funcionarios y funcionarias dan buena cuenta de pollitos asados con papas fritas. El miedo no corta el hambre.

Me cuentan que hay secretarias que han pedido más pega para que las nuevas autoridades vean que trabajan, que producen, que no son tan flojas como dicen por ahí. Se las ve caminar con paso presuroso por los pasillos en sus trajes dos piezas de corte poco elegante y colores terracota, llevando papeles sin rumbo ni contenido, mientras de fondo suena alguna canción de Arjona, que la rompe dentro del gremio.

Y es que el nuevo estilo de gobernar exige ser, o al menos parecer, del sector privado. Jóvenes apuestos y niñitas bien están copando los espacios gubernamentales con ropas estilosas que hacen juego son sus delgados cuerpos. Los antiguos ocupantes que van quedando han tenido que hacerse un fashion emergency con magros resultados. No es que sólo no den con la combinación precisa, sino que simplemente no tienen la percha de estos cabritos, muy lindos sí, pero que no cachan ni dónde están parados… son un desastre, pero adornan.

Los denominados operadores políticos, que en realidad no son más que los apitutados de cualquier gobierno, son lo que andan más asustados, con el poto a dos manos. Independiente de si son compañeros o camaradas, estos personajes están haciendo sus mejores esfuerzos por adaptarse al estilo Piñera. Otrora apasionados defensores de los ideales concertacionistas, hoy se autodenominan técnicos, como si su parte política fuera un tumor que les extirparon.

Los nuevos jefes son, en general, gente buena onda, pero que detrás de esas sonrisas perfectas deben ocultar oscuras intenciones. Es una evaluación constante y, por lo tanto, hay que escoger con cuidado lo que se dice y cómo se dice. Tal como ocurre en el sector privado, hay que reírse de los malos chistes del jefe, asentir con movimientos de cabeza durante las reuniones cuando la jefa está hablando puras webadas y tomar apuntes de las partes “clave” de las reuniones. Cualquier cosa con tal de no entrar en la lista negra o lograr salirse de ella.

A poco más de cien días de estrenarse la nueva forma de gobernar, las cosas no han cambiado mucho, salvo por la tensión de ser identificado como uno de los leales con la administración anterior. Ha comenzado el fenómeno de desconfiar de los camaradas y compañeros. Ya existen sospechosos de haber vendido su alma al diablo y de haberse convertido en informantes de los enemigos, con la promesa de que su cabeza no rodará.

Muchos especulan con que la borrachera mundialera será la ocasión perfecta para que los nuevos gobernantes ejecuten las razzias negadas públicamente, pero que inevitablemente serán ejecutoriadas. El único consuelo que va quedando es que en muchas reparticiones públicas aún no se recibe la fotografía presidencial, lo que se agradece. Donde la estampa ya fue colgada, aseguran que si uno se acerca y escucha con atención, se puede oír al Presidente decir entre dientes: ¡¡¡están todos identificados!!!

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