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Opinión

2 de Agosto de 2010

De qué pobreza me hablan?

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Por

ÓSCAR LANDERRETCHE (*) / ILUSTRACIÓN: MAX BOCK
No estoy de acuerdo con los términos de referencia del debate sobre “pobreza”. Lo siento. Que si son tres mil pesos más o menos, llamamos a unos u otros pobres. Que si la inflación de alimentos es esta u otra, la cifra sube o baja. Que si la muestra se hizo así o asá. Que si se tomó el mes frimario o brumario. Sinceramente este es un marco para debatir políticas sociales que me parece, en el mejor de los casos, completamente insuficiente y equivocado; y en el peor de los casos, intencionadamente conservador.

Me explico.

Afortunadamente en Chile hace rato que la gente no se muere de hambre. Existen mecanismos comunitarios, estatales, no gubernamentales, voluntarios y económicos en nuestra sociedad que logran evitarlo. Esta estructura es el resultado de luchas sociales muy largas, de vocaciones solidarias muy profundas, de espíritus comunitarios muy arraigados y también de un difícil camino de avance económico. La prueba de ello es que se nos dice que hoy por hoy un poco menos del 4 por ciento de los hogares no logra la línea de indigencia (que está definida por el costo del consumo calórico mínimo para sobrevivir) y sabemos que no es cierto que hay un 4 por ciento de la población en la inanición. ¿Cómo logran estos hogares satisfacer sus necesidades? ¿Son los subsidios del Estado? ¿Son las redes familiares? ¿Son los vecinos? ¿Son las Iglesias? La respuesta simple, pero honesta, es que a pesar de que algo intuimos al respecto y algo logramos medir con las encuestas, aún no hemos estudiado lo suficiente y por ende no sabemos lo necesario sobre ello. Y es muy probable que la consecuencia práctica de esa insuficiencia sean las carencias de nuestra política social.

La línea de pobreza es dos veces la línea de indigencia. ¿Sabían? Así no más: dos veces. Se nos dice que este número surgió de los cálculos hechos por alguien, hace quién sabe cuánto, con datos del año de la ñauca. Los expertos del área nos dicen que hace rato que el “dos” carece de significado técnico, político, sociológico o cultural. En la práctica, la línea de pobreza no está definida por lo que la gente entiende que es ser pobre, no tiene relación con los criterios usados en la práctica de la política de protección social, tampoco por lo que internacionalmente se define como pobre, ni por una canasta de capacidades que se exprese en bienes y servicios. Nada de eso. Es dos veces una línea de suficiencia calórica que no entendemos totalmente cómo aplica en la práctica a la realidad actual. ¿Discutir cual es el múltiplo que debiéramos usar será constructivo? Si lo aumentamos, va a aumentar el número de pobres, sin duda, pero ¿cambiará en algo nuestro entendimiento del problema? Yo creo que no.

El problema de fondo es entender los orígenes de la miseria que están contenidos en el problema cotidiano de supervivencia que enfrentan los sectores populares y el miedo económico que enfrentan las clases medias de nuestra nación.

El problema no desaparece con el hecho de que las personas logren, finalmente, solventar la línea de indigencia o pobreza. El problema de fondo es “cómo” la gente se las arregla para sobrevivir. Porque en el mismo lugar en que se resuelve “cómo” se las arreglan para sobrevivir, es donde muchas veces se generan mecanismos de explotación y dominación. En el mismo lugar donde se resuelve “cómo” sobrevivir, muchas veces se pierde la dignidad y la libertad.

Si para sobrevivir se tienen que aceptar humillaciones en el lugar de trabajo, puede que ya no se enfrente pobreza, pero sí miseria. Pero si el mercado laboral funciona bien, es meritocrático y transparente, competitivo y justo; ese mismo nivel de ingreso no generará miseria humana.

Si se disponen de derechos sociales garantizados por el Estado que permiten sobrevivir, puede estarse muy cerca de la pobreza, pero con seguridades que permiten vivir de pie. Si en vez de derechos sociales lo que hay es un conjunto de pagos que se logran con genuflexiones y cinismos frente a encuestadores y funcionarios, estos serán una fuente de miseria humana.

Si la supervivencia se fundamenta en redes familiares sólidas que permiten enfrentar riesgos y desafíos con la frente en alto y el corazón arropado, puede estarse muy cerca de la pobreza pero vivir con dignidad. Si las familias en las que se apoyan en momentos difíciles son precarias y se rompen, si la carga de los allegados se convierte en un impedimento para estudiar o emprender, si la hacinación destruye el amor, entones habrá miseria.

Si una familia de clase media está casi siempre en niveles de ingreso que superan alguna línea de pobreza, pero saben con total seguridad que cada siete u ocho años pasarán por un período de carencia extrema que le dejará consecuencias permanentes, proyectos no realizados, frustraciones y sueños destruidos; esa familia casi nunca aparecerá contada como pobre. Sin embargo, en esa familia se vivirá el miedo económico y la miseria.

Lo crucial es entender los mecanismos de la miseria y el miedo económico que generan dominación y explotación. Finalmente, lo crucial es entender los mecanismos de la desigualdad.

¿De donde viene esa obsesión con la línea de pobreza de la política chilena? Yo reconozco dos orígenes.

Uno proviene de la centralidad que tuvo en un país con importantes restricciones financieras la focalización del gasto social que se hizo alguna vez por niveles de ingreso. El problema es que hace rato que superamos la focalización por ingreso. De hecho la focalización que se hace con la Ficha de Protección Social intenta hacerse con un enfoque de capacidades mucho más multidimensional, claramente superior, aunque no carente de problemas (por supuesto). Es decir, el enfoque de líneas de pobreza es anticuado y simplista.

El otro origen preocupa porque se le adivinan intencionalidades políticas. A mi juicio, centrar la política social en el combate a la pobreza conviene retóricamente a quienes quieren evitar el debate sobre desigualdad. Más cuando los mismos que nos dicen que hay que preocuparse de la pobreza, nos dicen que la mejor política contra la pobreza es el crecimiento económico y por esa vía adhieren a la agenda del lobby empresarial. En términos aritméticos, un país podría sacar a todos sus habitantes de la “pobreza” con crecimiento, manteniendo la misma desigualdad. A mi juicio, la obsesión con la pobreza les brinda a algunos la posibilidad de mostrar “vocación social” sin cuestionar o desafiar las estructuras de la desigualdad. Es, como lo llamaría George W. Bush, “conservadurismo compasivo”.

A mí no me basta.

Estar por combatir la pobreza es un estándar bastante “pobre” de “vocación social”. Todos estamos a favor de combatir la pobreza. Eso no nos distingue de los conservadores. Lo que debe distinguirnos de los conservadores es nuestra disposición a cambiar los mecanismos que llenan de miseria la vida íntima, de miedo la vida diaria y de trampas de explotación la vida laboral de miles y miles de chilenos. Lo que debe distinguirnos es nuestra lucha por que el modo en que progresen económicamente los ciudadanos de nuestra nación incluya la dignidad de no tener que agachar el moño, celebrar propinas, agradecer buenos oficios o construirle monumentos a nadie.
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* UNIVERSIDAD DE CHILE, PARTIDO SOCIALISTA DE CHILE

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