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Opinión

6 de Agosto de 2010

Editorial: ¿A quién se le prende la ampolleta?

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Meses atrás, antes del mundial de fútbol, apareció en un noticiero de televisión la historia de unos estudiantes de la Universidad Católica que llegaron a Licantén, un poblado maulino de aproximadamente siete mil habitantes, a oscuras desde el terremoto, con unas bicicletas generadoras de electricidad. En realidad se trataba de bicicletas cualquiera a las que sacándole las gomas y conectándolas a un alternador, con pedalear media hora, cada una de ellas era capaz de prender veinte ampolletas de bajo consumo por cuatro horas. El director del liceo, don Hernán Calquín, dispuso que la radio de la escuela funcionara pedaleando. Los bomberos comenzaron a cargar mediante este sistema sus equipos de comunicaciones y la energía para sus linternas. O sea, no es ridículo imaginar que un gimnasio municipal encienda los faroles de un pueblo. Entiendo que en París ya funciona un sistema de bicicletas públicas que al andar cargan una pila, y que la gente puede coger en un punto y devolver en otro, donde se conectan de tal manera que liberan la corriente acumulada hacia el alumbrado público. Los miembros de CHAOPESCAO.CL, que están por lanzar un documental en que se muestra de manera convincentísima la brutalidad que podría significar la construcción de unas centrales termoeléctricas en Punta de Choros, instalaron bicicletas fijas con el objeto de generar la electricidad necesaria para proyectar el documental. En su estreno usaron una pequeña turbina eólica que encendió doce pantallas leds. O sea, para el consumo doméstico, no son necesarias las centrales gigantescas. Bastaría utilizar tecnologías diversas que ya están disponibles para satisfacerlo plenamente. Este consumo, de hecho, constituye un porcentaje muy bajo del total de la energía utilizada en el país. El asunto no es menor, porque vendría a demostrar que la urgencia con que se demanda más energía no proviene precisamente de los ciudadanos. Son las gigantescas industrias, en especial la minería, quienes lloran por ella. La electricidad producida por la central de Hidroaysén, por ejemplo, que amenaza con intervenir –ni siquiera digo destruir- uno de los pocos paraísos naturales que van quedando en el planeta, recorrería dos mil trescientos kilómetros antes de ser utilizada. En la fascinación por las inmensas fuentes energéticas, el comunismo soviético se emparenta con el capitalismo salvaje. En un caso sirvió para aumentar la fuerza del poder central, y en el otro, la de las grandes corporaciones. En la posibilidad de diversificar la producción de energía quizás esté una de las puertas para avanzar hacia la desconcentración del poder. Si en cada región se aprovechara de extraer la energía que más abunda en el entorno -hélices si hay viento, paneles solares si se trata de cielos limpios, centrales de paso en los ríos que hacia el sur no escasean, calor de los volcanes o turbinas movidas por olas-, la propiedad de la energía, que es lo que lo mueve todo, le pertenecería a mucha más gente. Cada localidad crecería en autonomía. La democracia, si por ella se entiende la mayor capacidad para que cada cual participe en su destino, se enriquecería. Me huele que sería un golpe a la matriz de la desigualdad. Los economistas neoliberales argumentan que con esas fuerzas no basta para crecer a un ritmo satisfactorio y así conseguir el ansiado ingreso per cápita de los países desarrollados. Para mí que los países verdaderamente desarrollados lo eran desde antes de tener ese ingreso per cápita. Fueron los que más rápidamente entendieron la tolerancia y el respeto al otro como baluarte de sus comunidades. De este modo, fueron muchos y muy disímiles los talentos disponibles para producir. Hay estudios que demuestran que en las sociedades más abiertas y tolerantes aumenta la generación de valor. En fin, si las descomunales mineras requieren energías descomunales, que gasten lo necesario en procurársela sin perturbar la vida de los demás. Desconozco en qué van los avances de la energía nuclear, pero quién sabe… Crecer rápido no tiene por qué ser mejor que crecer bien. Al menos a partir de cierto punto del que no parecemos estar lejos. ¿Y si surgiera una nueva vía chilena, si no al socialismo, a una sociedad más amable, atenta a la naturaleza, diversa, atrevida, igualitaria y con personalidad?

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