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Opinión

9 de Agosto de 2010

Marco Antonio de la Parra: “¿Quién más que Hinzpeter sigue a Piñera?”

Catalina May
Catalina May
Por

POR CATALINA MAY • FOTOS: ALEJANDRO OLIVARES
Marco Antonio de la Parra es, además de siquiatra, dramaturgo, ensayista y novelista; también ha sido actor, crítico de tele y guionista. Actualmente dirige la escuela de literatura de la Finis Terrae. Aquí, le saca el rollo a Chile y a los chilenos en el año del bicentenario, habla del estilo de “Piñeraman” y dice que, si bien inmerecido, el Premio Nacional para Isabel Allende sería coherente con un gobierno de derecha.

En este año del bicentenario, después del terremoto, del mundial y en medio de uno de los inviernos más fríos del último tiempo, ¿cómo ve el estado de la psiquis nacional?
-Estoy trabajando justamente en un libro que se llama “El país imaginario”, en el que se hace un análisis de cómo durante las últimas décadas ha habido una tendencia a imaginar un país, cuya imagen y superficie se resquebraja entre el terremoto, la desorganización de la Concertación y la entrada del gobierno de derecha. Me da la sensación de que estamos funcionando por inercia en muchos procesos y buscando nuevos sentidos en otros.

¿Cómo queda en evidencia ese país imaginado?
-Sobre todo en el terremoto, que simbólicamente es el primer terremoto absolutamente mediático, que se mete en las conciencias de los ciudadanos televidentes, que somos todos. Entonces quedamos como las ciudades después del tsunami: absolutamente desnudos, a la vista como menos preparados, más pobres, aún subdesarrollados.

FIESTA RABIOSA

¿Y el país que imaginábamos cómo era?
-Un país donde todo funcionaba, donde el camino al mall era el camino a la felicidad, vivíamos con las cosas resueltas, había equipos tecnológicos para todos, estábamos preparados para cualquier tipo de catástrofe. Y llega la catástrofe y vemos que estamos por debajo de los estándares que nos habíamos propuesto. Se desnudan estructuras que no estaban preparadas, se desarticula la única carretera que nos une, se caen las comunicaciones y queda la sensación de estar en el aire. Entonces vemos que este país imaginario -que tiene que ver con la farándula, con la conversión de la política en un show, con el éxito económico y con la posibilidad de entrar al primer mundo que se escuchó tanto en las campañas- no es tal. Nos habíamos deshecho de nuestra naturaleza sísmica y esa negación es muy chilena.

¿Cómo así?
-Negamos las dificultades en vez de enfrentarlas y resolverlas. Durante muchos años, por ser un país pobre y pequeño, no tuvimos recursos para resolver, sino para creer que estaba todo resuelto, lo cual nos quedó del entusiasmo de las cifras macroeconómicas. El Transantiago fue otro desnudador de la falta de previsión, de la desorganización técnica. Por este mismo fenómeno de negación no tenemos sistemas sólidos de salud y educación para la enorme cantidad de gente de las clases medias y bajas, que hoy viven para los bancos.

Después de 200 años, y aparte de esa tendencia a la negación, ¿cuáles le parece que son los rasgos definitorios de los chilenos?
-El rasgo más nítido es que es un país que se pasa preguntando cómo es, porque no se consigue definir. Y esto es muy antiguo, previo a la independencia. Somos un país que fue gobernación, no virreinato, no teníamos aristocracia, tuvimos que inventarla, e inventar un sentido. Somos un país raro en su diseño, raro en el mapa. Que además intenta ser una homogeneidad, que desconoce lo diverso. Recién ahora hay una política de reconocer a los pueblos originarios, las diversidades sociales. Aquí somos todos iguales, todos blancos, europeos, modernos. Ese es el discurso de una elite, que intenta estar a una altura cultural como si ya hubiéramos entrado en la modernidad. Y también existe toda esa tensión entre liberales y conservadores, que es eterna.

¿Algo más?
-Por mucho tiempo quisimos dejar de ser chilenos; quisimos ser argentinos, hasta que Argentina se hundió. Quisimos ser la NY del sur, los ingleses de Latinoamérica, la Atenas del continente. Y más que los jaguares famosos, lo que nos identifica son los quiltros. Es cosa de salir a la calle en cualquier ciudad grande de Chile y ver la cantidad de perros vagabundos, como si fueran ciudades en abandono. ¡Imagina cómo está la gente abandonada! Pero nos duele muchísimo volver a visitarnos y darnos cuenta que no somos ni grandes, ni superiores, ni extremadamente potentes. Uno de los símbolos de esto es el fútbol.

A ver…
-La gente se entusiasmó, pero llegamos a segunda vuelta y caímos sin ganarle nunca a un equipo importante; no podemos ganarle a Brasil, que nos recuerda que somos pequeños. En algún rincón de la cabeza de todos los chilenos íbamos a llegar a la final del mundial. Y la verdad es que no, que nos falta.

Las veces que Chile ganó, Plaza Italia, en vez de convertirse en una fiesta, se ponía súper peligrosa. ¿Por qué será que no sabemos disfrutar esos triunfos y, en cambio, dejamos la cagá?
-Hay una fiesta rabiosa, como si tú ganaras pero tuvieras rabia de no haber ganado todas las otras veces. Como si cada festejo fuera también el duelo de las otras derrotas y llegamos diciendo, con toda la ira de las anteriores derrotas: “Ahora sí que ganamos”. Yo estuve en Buenos Aires cuando perdieron con Alemania y ellos están acostumbrados a ganar, y cuando pierden caen como en una especie de depresión general. Nosotros, al revés, estamos acostumbrados a perder y cuando ganamos nos vengamos por todas las derrotas. Se acumula en el chileno una sensación de frustración permanente.

¿Somos todos entonces? Porque se culpa en general al lumpen por esos desmanes.
-El lumpen es como el representante inconsciente de nuestro lado más primitivo, actúa como la parte oscura del chileno, acumula un resentimiento muy fuerte que se trasluce. Y ese resentimiento está curiosamente adjudicado por sectores de derecha a la izquierda. Se les cataloga de amargados, de resentidos, cuando lo único es que quieren otras cosas. Y eso se traduce -se llama proyección en psiquiatría- en el resentimiento general. El sector más acomodado vive con la fantasía de ser atacado por ese lumpen.

Ese miedo a “las hordas” que surgió con el terremoto.
-Primero hubo los asaltos a supermercados, donde estuvo la clase media implicada, gente que después quiso devolver las cosas. Y en Santiago, en los supermercados, se produjeron las hordas con tarjeta de crédito, la gente se comportaba como si viniera una guerra, temiendo que se viniera abajo esa construcción de un país imaginario. Y esa minoría afortunada, que no ha sabido compartir lo que tiene, le teme a las hordas de cesantes, temor que viene desde el hundimiento de las salitreras.

PIÑERAMAN

¿Estaba Chile preparado para la llegada de la derecha al poder? No somos un país de derecha.
-Chile, a pesar de ser un país conservador, tiene sensibilidad social. Eso tiene que ver con un sentimiento de culpa de las clases afortunadas. Una de las cosas más complicadas de la UP fue que, con su violento planteamiento de cambios para país, le quitó ese sentimiento de culpa a la derecha. Entonces ésta se volvió brutal, violentísima. Antes habían gobernado siempre pensando: “Nos aprovechamos de esta gente que está tan mal”. Después la Concertación mezcló tendencias y finalmente llegamos a un gobierno de derecha más que nada porque la Concertación se desarticuló. Y no se ve por dónde se puede rearticular.

¿Y qué le ha parecido “la nueva forma de gobernar”?
-Piñera asume sin tener las cosas claras. Además, sucedió esto que pasó con el nombramiento de ministros: gente que había estado en contra del gobierno tiene que convertirse en defensora del gobierno, pasando de un bando al otro. Y ser Estado, gobernar desde lo público, a ellos les resulta muy complicado. Siento que no arranca el modelo todavía, más allá de esa cosa de súper héroe de Piñeraman. ¿Pero quién lo sigue, más que Hinzpeter? Dan ganas de que ya se organicen para ver si uno se mete y cómo

¿Cómo así?
-Yo soy de los que piensa que hay que sacar al país adelante, mientras otros dicen que hay que hacer tiras el país para que no vuelva a ganar la derecha. Creo que hay áreas en las que estamos demasiado mal como para darnos el lujo de comportarnos como niños taimados porque perdimos.

¿Qué áreas son esas?
-Básicamente las áreas que el sistema neoliberal no maneja: educación y salud.

¿Qué piensa de la propuesta del ministro de educación de juntar a las universidades tradicionales y privadas en una misma institucionalidad?
-En algún momento tendrá que producirse el diálogo, no puede haber universidades de dos categorías. Entre las Ues del Consejo de Rectores hay privadas también. Tiene que haber un funcionamiento que permita que haya universidades emergentes para la clase media. Tampoco se trata de meter a cualquier universidad, hay que rendir pruebas, tiene que haber calidad… Tanto lo público como lo privado deben cumplir un rol y no tiene por qué producirse una tensión.

¿Qué piensa de la propuesta de Mañalich de concesionar hospitales?
-Eso con las carreteras funcionó. El diálogo entre lo público y lo privado es más interesante que la batalla entre los dos, que es muy antigua. No somos un país tan rico para que el Estado baste, hay dinero en el mundo privado que, a través de la ley, debería tener un destino hacia lo social.

ALLENDE Y AMPUERO

La tele nació universitaria, pero poco de eso queda hoy. ¿Cómo la ve?
-El comportamiento del espectador define lo que se hace. Y nuestro espectador es un ser iletrado, confuso, que busca más la entretención que la educación y la información. Ha caído en una relación perversa con la TV, que se ha dedicado a acumular clientes, sin preocuparse de lo que es bueno para ellos. Tiene que haber un canal público, que sea fome, que no le interese la sintonía, que no tenga publicidad, que viva de la ley de donaciones. Que esté conectado con el Estado, pero también con lo privado, para que no tenga una sola ideología.

¿Está trabajando en alguna obra actualmente?
-Sí, en un trabajo que fue pensado para el bicentenario, pero se convirtió en una obra muy compleja. Se llama “La historia de Chile contada por los pobres muertos con el permiso de los ricos vivos”. Es la historia de los que no tienen historia, de los muertos de hambre. Está muy inspirada por la obra de Gabriel Salazar, cruzada con la historiografía clásica. Parte más o menos desde Portales, y tengo ganas de llegar hasta la elección de Allende. Y lo que te demuestra la obra es que nunca ha habido poder popular en Chile.

¿Le interesa el teatro que se está haciendo hoy?
-Sí, hay más cosas buenas que malas. Sobresalen Luis Barrales, que tiene una escritura que se va a consolidar. Hay que ver cómo va a seguir Guillermo Calderón post Neva, la Manuela Infante es una directora muy interesante, mejor directora que dramaturga.

¿Y el cine?
-El paso natural sería que estos dramaturgos pasaran a escribir para cine, pero como en el teatro actualmente no hay construcción dramática clásica, sino un teatro post dramático a la alemana –y yo creo que ya ¡basta!-, es muy difícil, porque el cine sí la necesita. La película “El cielo, la tierra y la lluvia”, de José Luis Torres Leiva, me parece muy interesante, pero una propuesta marginal.

¿Y la literatura?
-Una gran crítica hacia las editoriales es que desapareció el cuento chileno, porque no es “negocio”. Y el lector chileno se ha estropeado notablemente los últimos diez años. Dejó de leer literatura chilena nueva para leer sólo libros consagrados por el mercado, y desapareció una lectura indagatoria, que apoye el trabajo de los escritores, como lo que se intentó en la Nueva Narrativa Chilena. Y por lo menos el 50% de esos libros no sirven para nada, incluyendo algunos míos, pero se estaba buscando una escritura.

¿Qué piensa de la posibilidad de entregarle el premio nacional a Isabel Allende?
-La farándula es una peste, un sida social que si hay baja de defensas, como un público iletrado, se pega en todos lados. Creo que si le dan el premio a Isabel Allende sería coherente con un gobierno de derecha, que cree en el mercado. Yo pienso que su propuesta literaria es muy menor: fuera de ser entretenida no propone nada. La razones que se han dado para darle el premio, como que ha dado conocer a Chile en el extranjero, son extraliterarias; si es por eso tendríamos que darle el Nobel a la JK Rowling, a Tolkien, a Coelho.

Roberto Ampuero está dictando la “Cátedra Ampuero” en la Finis Terrae, de cuya escuela de literatura usted es director. ¿Le gusta él?
-No me vuelve loco, pero es interesante lo que hace. Me gusta más el lado de las crónicas y el trabajo policial. Es muy buen profesor también, por algo está en Iowa.

Ampuero, antes de darse vuelta la chaqueta y apoyar a la derecha, no era muy bien criticado ni muy reconocido, pero ahora lo han puesto a la par con Edwards. ¿Estará muy necesitada de intelectuales la derecha?
-No son comparables, Edwards es un autor monstruoso. La derecha tiene pocos intelectuales, entonces quien esté se nota mucho más. Ampuero también tiene sus talentos, es un escritor de oficio, trabaja en eso, vive de eso, lo que es legítimo.

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