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Cultura

17 de Diciembre de 2010

Comentario de Radio: El Rumpy

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Por José Antonio Rivera

El chacotero sentimental. Corazón 101.3 FM. Lunes a sábado 14:00 a 16:00 horas. Conduce el Rumpy

1. TITANES DE LA MORBOSIDAD: RUMPY V/S CARLOS PINTO
Hace un tiempo escuché a Marco Antonio de la Parra decir que existían dos cosas que los seres humanos no pueden dejar de mirar: la muerte y el sexo. Y aunque no me parece una fuente con demasiada credibilidad, lo más bajo de nuestra conspicua industria cultural parece darle la razón. Carlos Pinto optó por el usufructo del primero; el Rumpy, por sacarle partido al segundo. Ambos se han hecho millonarios con esas curiosas inclinaciones nuestras.

¿Qué diferencia hay entre estos dos individuos que explotan la morbosidad de las audiencias? Mucha, o ninguna, dependiendo de dónde se mire. Tenemos tres variables para evaluarlos: primero, a los personajes mismos en cuestión; segundo, el producto o bien cultural que entregan; tercero, el discurso social que se forma a partir de sus programas.
Si se valora a las personas, indudablemente el Rumpy es un tipo meritorio, abierto de mente y jugado por derrotar el cartucherío imperante en nuestra sociedad. En cada uno de los espacios en que está, partiendo por el locutorio de la Corazón, muestra la saludable ética de tratar de ser más sinceros y menos juzgadores del resto. Encomiable.

De Pinto, en cambio, no sabemos nada, supongo que porque a nadie le interesa demasiado. Personalmente, alguna vez lo vi comprando en el supermercado y de ese fugaz encuentro solamente puedo decir que es feo, incluso más feo de lo que aparece en pantalla.

Ahora bien, si se miran sus trabajos toda diferencia se anula. Los dos le hablan al mismo público sediento de ver u oír historias sórdidas, llenas de sangre y sexo; los dos se instalan en los márgenes de lo socialmente aceptado, y desde esa posición dan cuenta de lo mezquino y corrupto que puede llegar a ser una persona.

Por último, si se miden los discursos que generan, a Pinto no es posible atribuirle ninguna consecuencia favorable: sus criminales no tienen redención posible, no existe reflexión sobre el mal en sus series televisivas, no pretende transformar la desviación social (el delito, el asesinato) en un fenómeno complejo, donde no necesariamente hay buenos y malos, es decir, en algo digno de un análisis psicosocial, lo mismo que sus protagonistas, gente que opera en un contexto que relativiza cualquier juicio externo. Del caso del Rumpy, en tanto, se pueden extraer rendimientos más positivos. Los relatos de sus programas tienen hedonismo, desborde, seres humanos débiles y egoístas, o bien generosos y nobles. Creo que las narraciones que se escuchan en el Chacotero, y sobre todo el marco que le dan los atinados comentarios del Rumpy, incitan a la honestidad, incluso al honesticidio, a dejar de lado el doble discurso que nos caracteriza como país.

2. EL CHACOTERO MIENTE
Este comentario tiene una hipótesis de trabajo: quiero sostener la idea que, por una parte, El chacotero sentimental es un tongo, un bluf, y que, por otra, el que lo sea da exactamente lo mismo.

Vengo escuchando el programa desde hace bastante tiempo. Durante una época, de hecho, lo hice a diario y nadie me quitaba la sonrisa de la boca mientras almorzaba. Recuerdo que tras esa experiencia, terminé concluyendo que buena parte de las historias que se cuentan están pauteadas, acaso redactadas por algún guionista. Y que, por lo mismo,
un número importante de los sujetos que las relatan son actores o aprendices de actores o ciudadanos normales con pretensiones actorales.

Las razones de mi desconfianza: una y otra vez se repetían las voces, los tonos, los timbres agudos o bajos, las expresiones felices o abatidas. Esta sensación de deja vu se acentuaba al comprender que todas las historias se desarrollaban con idéntica estructura.

Eran relatos muy bien armados, y podía intuir a un mismo sujeto tras su escritura y, lo más desconcertante, muchas veces a un mismo hombre o mujer narrándolas. Como dije, las inflexiones de voz los delataban, los adjetivos, la forma de su oralidad, las tallas que echaban, la risa estruendosa o débil tras la línea del teléfono. En fin: estoy seguro de haber escuchado al mismo idiota ser cornudo, rehabilitado de su adicción a la cocaína, cesante, voyeur de un par de lolas
exhibicionistas, cafiche, amante de una vieja con plata de sesenta años; y a una misma mujer ser prostituta, pastera, madre de un niño enfermo, maltratada o maltratadora, acosada sexualmente por un joven y atractivo jefe…

Desde luego, no tengo pruebas para afirmar que así sea. El que el espacio no deje podcaster en la web impide cualquier investigación seria. Además, sé perfectamente que el tema no amerita una investigación seria. Después de todo, es un programa de entretención barata y nada más.

3. PSIQUISMO NACIONAL
Sin embargo, como señalé, el asunto de fondo es independiente de si el programa es un tongo de aquellos. La pregunta que importa es si vale la pena seguir machacando con la misma moralina de siempre, hablar de morbosidad, del gozo insano que produce la desgracia ajena, de la risa que nace a partir de los vicios y excesos del “pueblo”. El problema de
fondo es si debemos defender este punto que une la moral cristiana y la revolucionaria, y cuyo dogma dice así: jamás te rías del pobre, compadécelo. El imperativo obedece a una razón respetable: el determinismo.

No te rías de ellos porque no eligieron ser lo que son. Sus inmoralidades, sus desenfrenos, todos sus errores, todas sus tragedias son el sarro de la historia que escriben los triunfadores. Y por ello, les debemos por lo menos una mínima piedad, demostrar caridad ante el hermano–compañero que sufre.

Porque el Rumpy nos presenta a un pueblo que ama de manera enferma, que se mata o boicotea a sí mismo como un neurótico inmovilizado, un pueblo con el inconsciente operando a full, con cero racionalidad y pura pulsión como guía. Alguien se viene de Viña del mar manejando un auto rasca a 180 k/h con una botella de pisco sour en la mano y un
papelillo abierto de coca sobre el panel. Una mujer está embarazada de su amante y no se lo dirá a su marido, es más, al hijo le pondrá el nombre del mentado amante. Un hombre ha caído a lo más bajo por la pasta base, le ha robado a su madre, a su esposa, a sus vecinos, ha estado en cana innumerables veces, y aún así sigue consumiendo como si fuera una fatalidad ordenada por los dioses. Un sujeto se enamora de una puta, de su cuñada, de una niña que tiene la mitad de su edad, de una compañera de trabajo o de estudio que ya está pololeando. Otra mina se come al suegro y en una de las jornadas realiza un verdadero milagro anatómico: el dragón.

Presentadas así las cosas, que sea un tongo da lo mismo. Las caricaturas-retratos del mundo popular no variarían un ápice si salen de la mente de un guionista mediocre o de la propia gallada. Ya sabemos quiénes son y cómo se comportan. El rostro de la pobla es el mismo que con furia muestra todos los días Chilevisión Noticias. Carlos Pinto los necesita para mostrar cómo se matan entre ellos, cual salvajes; el Rumpy para que cuenten historias calientes, “incursiones”, “su sistema”. La obscena sexualidad del populacho nos divierte. Entre Pinto y el Rumpy se termina de armar el retrato: son
animalitos que se matan y fornican sin mayor ley que la de sus propios instintos.

Lo extraño, no obstante, es que estas conductas son idénticas a la del resto de los chilenos pero, por un sentido de la decencia –es decir, por la hipocresía que marca regla entre los biempensantes– la clase media, media-alta y alta, no lo contarían a todo Chile en un programa radial.

El Chacotero gusta porque es un reflejo del psiquismo nacional, una psiquis al borde del brote esquizofrénico. Allí emerge el machismo y los motivos del femicidio, las fobias, la histeria, el clasismo, los maltratos, las mentiras, las adicciones, la perversidad y, por supuesto, salen a la luz todas las formas de la sexualidad y los afectos que no aceptamos en público pero que practicamos en privado.

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