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Poder

21 de Mayo de 2011

El cura que se quiso matar

La semana pasada, los católicos santiaguinos quedaron sin aliento. Luis Eugenio Silva, el cura de Canal 13, ex secretario del cardenal Silva Henríquez y el favorito de las señoras se había intentado matar cortándose el cuello, muñecas, tomando pastillas y abriendo el gas. La Iglesia habló de una depresión y rumores de un programa de TV que lo acusaba de abusos sexuales, que -agregaron- él mismo se encargará de aclarar cuando se mejore. Sus amigos lo defienden y lo describen como un vividor, un cura bohemio y amigo del poder.

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Eran los años 80 y Marta, traductora de profesión y fiel seguidora de las prédicas de Luis Eugenio Silva, caminaba con su escuálida parka mientras el frío de Nueva York le calaba los huesos cuando se encontró de sopetón con el sacerdote: “llevaba un enorme abrigo verde de paño que había comprado en Londres y estaba mirando la vitrina de una joyería”. La imagen jamás la olvidó, y hoy sirve para graficar los gustos del cura que la semana pasada se quiso suicidar -según la Iglesia- por una depresión generada por un cáncer a la piel y por rumores de vinculaciones a abusos sexuales que investigaba un canal de TV.

Luis Eugenio Silva no es un cura del montón. A sus amigos más cercanos les hace sentido la imagen que evoca Marta, porque aseguran que al curita le gusta la buena vida y eso, en concreto, significa “la buena mesa, la buena ropa, la gente con poder y la consideración social”, según explica un amigo suyo. No es raro, por eso, verlo en las fotos de las páginas sociales de revistas de papel couché, acompañado de próceres del evento social, artístico o de beneficencia. Son los eventos y los viajes los que han hecho de Luis Eugenio Silva un personaje de culto en la elite. A tal punto que su amigo Hugo Zepeda, ex sacerdote y demoniólogo, reconoce envidiarlo por su suerte:

“Él ha sido invitado a viajes como una especie de guía turístico. Sobre todo a Tierra Santa, porque es un hombre que conoce mucho, tanto como si hubiese nacido en Europa”,dice.

Zepeda y Silva se conocen hace más de cuarenta años y afianzaron su amistad como panelistas en el programa Tertulia, de Canal 13 cable. Según Zepeda, su amigo siempre disfrutaba de la buena mesa. Cuando lo invitaba a comer, se preocupaba de tenerle preparado un buen almuerzo. Luis Eugenio Silva valoraba el gesto y gozaba con buenos platos y guisos. Lo considera un hombre refinado y bien vestido.

-Siempre andaba con buena ropa, llevando sus signos sacerdotales y la cruz de Malta. Él no creía que había que vestirse de gasfiter para ser un buen sacerdote. Tenía signos y sotanas bastante bonitas -asegura.

Pero para Zepeda, su feeling con los fieles no está sólo en su refinamiento ni en su amplia lista de contactos importantes, sino que en algo mucho más espiritual. El secreto de su éxito, explica, es una prédica corta y precisa.

Cuando tenía 17 años, Luis Eugenio Silva ya quería ser sacerdote. Su familia lo convenció de reflexionar un poco más sobre su vocación y asegurarse estudiando una carrera. Fue en Derecho de la Universidad Católica donde conoció al hoy juez Juan Guzmán y compartieron clases durante tres años.

“Desde siempre supimos que su opción era ser sacerdote y que estaba esperando la mayoría de edad (21 años) para poder decidir libremente, elegir su vocación”, recuerda Guzmán.

Aunque ya no son tan cercanos, Luis Eugenio Silva y Juan Guzmán se encuentran cada año en la reunión de ex compañeros de universidad. El sacerdote nunca falta a la cita.

“Siempre teníamos un gran respeto por él, nos honraba mucho que fuera. Yo creo que le gustaba la vida social más que a la mayoría de los sacerdotes, pero que en gran parte ejercía su ministerio entre las personas con las cuales convivía, que eran gente de todos los niveles sociales”, dice el juez.

La experta en las lides de la socialité chilena, Julita Astaburuaga también destaca su carácter sociable. “Es ahí donde recoge almas”, dice. Admite que no lo ha ido a ver todavía, que Luis Eugenio Silva es un “encanto de persona” y, aunque no son muy amigos, lo conoció en el mundo social. Ella lo defiende:

“Me he topado con él en misas, entierros y matrimonios. La última vez que lo vi fue en su parroquia en una misa de muerto, hace como tres meses. Me dio la comunión mil veces. Los rumores sobre él son fatales. Se habla y habla y nadie dice la verdad. Los rumores de abusos sexuales no me calzan para nada”, dice.

A Hugo Zepeda tampoco le cuadran las acusaciones. La vida de un sacerdote puede despertar muchas envidias, afirma, más aún hoy cuando estamos en un período de “caza de brujas”, donde las denuncias anónimas tienen incluso a un obispo denunciado. Agrega: “Yo siempre lo vi bastante macho. Es un tipo muy hombre para sus cosas. Nunca lo vi remilgado, como esos curas que se sientan en la punta de la silla, que cruzan las piernas y que entrecruzan los dedos de las manos y dan vuelta los pulgares. No, Luis Eugenio Silva no era de esos. Era bastante varonil.

Silva Henríquez

Los logros religiosos de Silva fueron más allá de las prédicas cortas. Lo que realmente lo llenó de gloria fue el haber servido al cardenal Raúl Silva Henríquez como su secretario personal. Los amigos más cercanos del cardenal -recuerdan- se sorprendieron cuando lo nombró, porque era un sacerdote que representaba la antítesis de lo que era Silva Henríquez para la Iglesia.

“Él fue muy eficiente. Él le veía la correspondencia al cardenal y también las entrevistas. Todas las mañanas se juntaban a revisar la agenda e intercambiaban opiniones sobre cómo responder las cartas y las solicitudes. Eso pese a que Luis Eugenio Silva se sentía mucho más cómodo con la derecha que con las posturas más de izquierda del cardenal. Pero pese a eso siempre fue leal”, cuenta Reinaldo Sapag, amigo del cardenal Silva Henríquez.

Fue así como se forjó entre ellos una amistad sincera, pero que al comienzo sembraba suspicacias.

“Luis Eugenio Silva siempre se relacionaba con los poderosos y bajo ese prisma, el de una persona a la que le gustaba sentirse admirado y que le cuesta ser humilde, que el cardenal fuese el príncipe de la Iglesia y él su secretario personal, también lo vestía. Sin embargo, cuando el cardenal perdió el poder, él siguió siendo su secretario personal. Eso habla muy bien, porque habían otras razones, más allá del poder, para estar cerca del cardenal”, recuerda Sapag.

Sapag coincide en que el perfil de Luis Eugenio Silva era el de un vividor, pero que eso no le preocupaba al cardenal. Durante una comida donde estaban presentes los tres y en la que la idea era hablar de viajes, recuerda que el sacerdote le sinceró parte de sus motivaciones: le confesó que él quería una vida tranquila y sin sobresaltos económicos.

En esa comida me dijo: ‘mire, yo no hice el voto de pobreza porque no quiero morirme como los sacerdotes desamparados. Yo quiero tener una muerte digna, quiero tener un departamento. Por eso, por las cosas que yo hago yo cobro, y me voy a comprar para tener una vejez y muerte digna’.

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