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Opinión

4 de Agosto de 2011

El futuro no tiene nombre

No debe ser agradable ver cómo se cae en las encuestas, cuánto menos la gente lo está queriendo a uno, o, peor aún, cómo crecen los que te desprecian. En el caso de Piñera debe ser harto frustrante, porque acostumbrado a ganar en todo, esto de ir perdiendo en el juego seguro que lo desespera. […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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No debe ser agradable ver cómo se cae en las encuestas, cuánto menos la gente lo está queriendo a uno, o, peor aún, cómo crecen los que te desprecian. En el caso de Piñera debe ser harto frustrante, porque acostumbrado a ganar en todo, esto de ir perdiendo en el juego seguro que lo desespera. Como buen timbero, vendió acciones en el último cambio de gabinete, compartió la propiedad del gobierno, y ahora está teniendo que vérselas con sus nuevos socios.

Varios se han detenido en el hecho de que aparece rígido o fruncido en las fotos con un Longueira a su lado al que sólo le faltan las pantuflas para exhibir con descaro tanta comodidad. ¿Quién manda ahí? Hinzpeter, como por obra de magia, desapareció. Uno de estos días debiera asomarse para dar explicaciones en el Congreso por lo mal que ha andado la seguridad ciudadana. La “Nueva Derecha” ha terminado confinada, como una niña coqueta pero tonta, en el rincón de los porros.

Mucha fracesita linda y poco ñeque. ¡Les falta calle! Ahorita están siendo mayordomos de palacio de la derecha de siempre. Pero tanto o más sorprendente es lo que sucede con la Concertación. Según la última encuesta Adimark, un mísero 20% de la población está con ella. El 67% la rechaza. La coalición heredera del NO, que hasta hace poco encarnara, incluso para el último de sus críticos por la izquierda, la cultura democrática y algo parecido al alma de Chile, ya no representa sino a un puñado de incondicionales.

Con Aylwin fue la cabeza de “la gran familia chilena”. Con Frei, la piel de los jaguares de América Latina. Lagos terminó con un 70% de apoyo y Bachelet llegó a marcar más de 80. Ambos militan hoy en una coalición con la que se identifica sólo la mitad de los opositores a Piñera, y a la que dos tercios de la población, con mayor o menor intensidad, lisa y llanamente repugna. ¿Qué le pasó a la Concertación que a un año y tanto de abandonar el gobierno, la abandonó también el afecto de la gente? Hoy son más los que se reconocen de la Coalición por el Cambio, marca insignificante, neonata, de difícil retención, que los concertacionistas.

¿Es éste 20% el que discute si hacer o no primarias? ¿Candidata de ese 20% sería Bachelet en caso de presentarse a las próximas elecciones? Buena parte de quienes desprecian a la Concertación optaron por la orfandad. Para ser precisos, la suma de todas las alianzas políticas existentes no alcanza a representar a la mitad de los posibles votantes.

Y digo “posibles”, porque si el padrón sigue como va, las encuestas terminarán siendo más representativas de la voluntad popular que las elecciones. La mayoría de los chilenos quisiera algo que no existe. Bachelet misma, en cierto sentido, es algo que no existe. Está protegida por la ausencia, pero no estaría de más recordarle a los muertos que ven en ella el camino de resurrección, que acá en el mundo de los vivos los amores van y vienen, y se ponen a prueba en la convivencia. Cunde más el rechazo que la aprobación, y mientras aquello acontece, pasando por alto la ya escasa representatividad del parlamento, estos partidos insignificantes se dan el lujo de poner y sacar a dedo senadores, diputados y otros cargos supuestamente concedidos por los ciudadanos.

¿Quién llenará el vacío? Mi amigo P.V. está convencido de que puede aparecer, con todo derecho, un movimiento que llame a anular el voto, si acaso cunde la sensación en el pueblo -qué palabra más silenciada- de que lo están agarrando para el hueveo. El coro está siendo mucho más interesante que los solistas. El genio abandonó a los líderes para filtrarse en las veredas. Los alumnos parecen saber más que los profesores. Está rara la cosa.

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