Fuente: Revista Don Juan Marc Steven Bell, como se llama en realidad Marky Ramone, es un tipo calmado, que no habla fuerte y no dice groserías, que se mueve despacio, con unas manos pesadas que no parecen pertenecer a un baterista de punk. Su repertorio actual incluye las mismas canciones de hace 35 años que […]
Compartir
Fuente: Revista Don Juan
Marc Steven Bell, como se llama en realidad Marky Ramone, es un tipo calmado, que no habla fuerte y no dice groserías, que se mueve despacio, con unas manos pesadas que no parecen pertenecer a un baterista de punk.
Su repertorio actual incluye las mismas canciones de hace 35 años que hablan de lo divertido que es no hacer nada y golpear mocosos con bates de béisbol. Sin embargo, detrás del atuendo de vago habita un cincuentón bonachón que lleva 25 años alejado de las drogas y el alcohol “porque me siento mucho mejor sobrio” y que necesita tener un trabajo como cualquier otro cincuentón. El mes pasado tocó en un teatro pequeño y casi anónimo de Bogotá y, antes de subirse a la tarima, firmó autógrafos en una tienda de Converse.
A la salida lo esperaban al menos doscientos adolescentes enloquecidos, a los que no les importó la lluvia que cayó durante una hora. Apenas Marky se bajó de la camioneta, los fanáticos empezaron a gritar al unísono “hey ho, let’s go” como si se tratara de un salmo. Marky Ramone saludó a los jóvenes que coreaban el verso inicial de “Blitzkrieg Bop” (la canción que abre el primer álbum de los Ramones), se tomó fotos y firmó autógrafos. Nos encontramos en un rincón de la tienda a hablar, lejos de la algarabía de sus seguidores y bajo la custodia celosa de un guardaespaldas de dos metros. -En 1989 hicimos el último concierto con los Ramones originales, desde entonces cambiaron varios miembros, -empieza diciendo Marky.
Con una sonrisa discreta, el baterista recuerda el video de “I Wanna Be Sedated”, en el que aparece comiendo cereal en una mesita de un pequeño apartamento mientras en la sala tiene lugar una fiesta con bailarinas de ballet, médicos, porristas, saltimbanquis y Courtney Love cuando apenas era mayor de edad. Sus compañeros de banda también están sentados en la mesa leyendo revistas o, simplemente, mirando a un punto indefinido, siempre pasando por alto la diversión que se vive en cámara rápida a su alrededor. Esas ganas de estar sedado se convirtieron en la marca registrada de los Ramones, pero Marky admite que “nunca olí pegamento”, a propósito de la canción que repite en su coro la frase “ahora quiero oler pegamento, ahora quiero tener algo que hacer”.
Marky nació en 1956 y desde su adolescencia empezó a tocar la batería con bandas subterráneas de Nueva York. Pasó por varios proyectos de la naciente escena punk, incluyendo a Richard Hell & The Voidoids, con quienes grabó el inolvidable álbum Blank Generation. En 1978, Tommy Ramone -el baterista original de los Ramones- se cansó de las baquetas, se concentró en ser manager y productor y le cedió el puesto y el apellido a Marky, que se quedó con el grupo durante sus momentos más exitosos pero también durante su decadencia. -Generalmente no insulto a nadie, solamente lo hago como respuesta cuando alguien me ofende, -dice con su voz grave para referirse a sus detractores, que -aunque son pocos- son tan radicales como sus fanáticos.
Los Ramones no eran hermanos. En realidad el apellido se lo copiaron a Paul McCartney, que se registraba en los hoteles como “Paul Ramon” para que no lo identificaran los seguidores. No eran virtuosos; de hecho, eran una familia disfuncional que compuso decenas de canciones con ritmos rápidos, letras simplonas sobre vivencias callejeras y estructuras sonoras tan elementales que hacen pensar que más de tres acordes solo sirven para el rock sinfónico y que escuchar música durante más de dos minutos significa perder demasiado tiempo. Iniciando cada canción con el grito de batalla “one, two, three, four!”, en sus conciertos llegaban a tocar hasta cuarenta cortes y se preocupaban muy poco por complacer a la audiencia.
Su trabajo era claro: hacer música, no ser almas caritativas, grandes genios o estrellas de la farándula. Sus opiniones políticas, cuando las divulgaban, eran muy contradictorias -a veces apoyaban al imperialismo americano y otras hablaban de la lucha de clases- pero por lo general aparecían en escena con un mensaje de eternos adolescentes, apáticos, malcriados, feos e infelices.
Y se convirtieron en leyendas. Su sonido trascendió porque, después de ellos, ser vago, mal vestido e insolente no se trata únicamente de una moda pasajera para adolescentes, la actitud del punk es una ideología en la que todo vale porque nada importa. Entre muchos homenajes, los Ramones fueron invitados a cantar en el cumpleaños del señor Burns en un capítulo de Los Simpson y artistas que van desde U2 hasta Metallica, pasando por Tom Waits, Red Hot Chili Peppers y Sonic Youth han interpretado sus canciones.
A pesar de su gran legado y de generar casi una religión a su alrededor, los Ramones apenas tuvieron un par de sencillos exitosos en la radio y decidieron terminar la banda en 1996 por sus bajas ventas. Además, las fricciones internas crecieron a lo largo de veinte años y tuvieron que cambiarse varios integrantes de la alineación original para evitar peleas sangrientas. Se volvieron monótonos y predecibles hasta convertirse en una caricatura de ellos mismos. -Sin duda, hubo un desgaste que nos llevó a acabar la banda; se sumaron demasiadas cosas y era mejor alejarnos, -concluye Marky. Entre 1999 y 2004 murieron tres de los cuatro fundadores de la banda, dos por cáncer y uno por sobredosis de heroína.
Ninguno tenía más de 55 años. Marky Ramone se considera un sobreviviente, aunque apenas cumplió 55. Entró a la banda para grabar el álbum Road to Ruin (1978) -el trabajo que consolidó a los Ramones como el mayor estandarte del punk-, se retiró cinco años después para rehabilitarse del alcoholismo, regresó en 1988 y permaneció con la banda hasta su disolución. Es el baterista más recordado y querido por los fanáticos: con sus baquetas se grabaron las inolvidables “I Wanna Se Sedated”, “Pet Sematary”, “Outsider”, “Rock n’ Roll High School” y “Psycho Therapy”, entre más de cincuenta canciones sobre desequilibrios mentales y cómo odiar al mundo sin morir en el intento. -Lo último que compuse con ellos fue “The Job That Ate My Brain” para el álbum Mondo Bizarro (1992), -dice Marky, que después del final de los Ramones no ha parado de tocar: hizo parte de una reunión de The Misfits (con quienes confiesa que hizo el peor concierto de su vida, en Iowa, ante diez personas) y ha montado una serie de proyectos en los que interpreta los temas clásicos de los Ramones, incluyendo a su actual Marky Ramone’s Blitzkrieg.
Vive de gira alrededor del mundo, tocando en auditorios pequeños con una banda de cuatro músicos y con una puesta en escena latosa, una guerra relámpago -traducción literal de la palabra “blitzkrieg”- que parece decir que la rimbombancia en los espectáculos es para ñoños. Muy pocas de las canciones que interpreta Marky son de su autoría, así que tiene que pagar derechos por tocarlas; por eso, los seguidores más fundamentalistas de los Ramones prefieren estar alejados de sus conciertos porque dicen que la suya es una banda de covers que nada tiene de los verdaderos Ramones.
El negocio de Marky es una franquicia del punk dirigida principalmente a los jóvenes que creen que toda su vida la pueden pasar tirados en una acera perdiendo el tiempo. Sin embargo, él no tiene problema en protagonizar campañas publicitarias para Tommy Hilfiger: no es que el punk esté muerto, es que las cuentas no se pagan bateando mocosos y oliendo pegamento. -Tengo que trabajar y esto es lo único que sé hacer. Cuando apago mi grabadora, Marky me da la mano y se va a una mesita a firmarle autógrafos a la horda de adolescentes que lo espera y que, al volver a verlo, grita de nuevo “hey ho, let’s go”.