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Opinión

6 de Agosto de 2011

Noruega: El racismo es más letal que el terrorismo

Apenas estalló la bomba en el centro de Oslo las miradas acusadoras apuntaron hacia organizaciones islámicas. El periódico estadounidense The New York Times, citado a lo largo y ancho del mundo, informó que el grupo Ansar al-Jihad al-Alami (colaboradores de la Yihad Global) se atribuía el atentado. Más tarde un vocero de Ansar se retractó. […]

Raúl Sohr
Raúl Sohr
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Apenas estalló la bomba en el centro de Oslo las miradas acusadoras apuntaron hacia organizaciones islámicas. El periódico estadounidense The New York Times, citado a lo largo y ancho del mundo, informó que el grupo Ansar al-Jihad al-Alami (colaboradores de la Yihad Global) se atribuía el atentado. Más tarde un vocero de Ansar se retractó. Pero las sospechas seguían en pie.

El Presidente Barack Obama en su primera reacción dijo: “Los ataques son el último recordatorio que el mundo tiene un deber común de detener al terrorismo”. David Cameron, el Primer Ministro británico, declaró: “Trabajaremos con Noruega para dar con los asesinos que hicieron esto”. Todo calzaba con la percepción dominante de una confrontación con el yihadismo. A nadie se le pasaba por la cabeza que la bomba, y la matanza de decenas de jóvenes socialistas, era la obra de un xenófobo febril que se proclamaba como un cruzado en defensa del cristianismo y el supremacismo occidental. La comunidad musulmana en Noruega, por su parte, se apresuró en declarar que: “Esta es nuestra patria y condenamos estos ataques”.

Anders Breivik, el asesino confeso, señaló que su intención fue: “Enviar un mensaje fuerte al pueblo y causar el máximo daño al Partido Laborista y detener su reclutamiento”. Ello para frenar la “deconstrucción de la cultura noruega y la afluencia masiva de musulmanes”. Explicó a la policía que “el propósito de los asesinatos fue dar un símbolo al pueblo. El Partido Laborista ha traicionado al país y al pueblo. El precio por ello lo pagaron ayer”. El baño de sangre perpetrado por Breivik enciende luces de alerta. Su caso bascula entre la criminalidad y el desquicio que, como ya se sabe, no son categorías excluyentes. No es la primera vez que un fanático alimentado por el odio étnico busca seducir a sectores de la población. El genocida Adolfo Hitler lo logró, el siglo pasado, desencadenando una de las peores matanzas conocidas por la humanidad.

Los gobernantes occidentales siguen convencidos que el terrorismo es el mayor enemigo. El terrorismo es un método de atacar desde las sombras que puede ser utilizado tanto por un yihadista como por un islamófobo. O, para el caso, por cualquiera que se lo proponga. El terrorismo es el delito pero no la causa del fenómeno. La amenaza no proviene del método empleado sino de quienes lo emplean. Hoy el yihadismo, con Al Qaeada como su expresión más visible, aparece en retirada. En varios países árabes los pueblos han iniciado masivas movilizaciones, en muchos casos confrontando violentas represiones, no a favor de más fundamentalismo religioso sino que, por el contrario, en pro de más libertad y justicia social.

En varios países europeos, por su parte, se aprecia un avance sostenido de los partidos de inspiración fascista y de una derecha xenófoba. En Noruega el Partido del Progreso, con el cual simpatizaba Breivik, obtuvo 22 por ciento de los votos en las últimas elecciones. Gracias a una plataforma de total oposición a la inmigración y una sociedad multicultural ha conseguido situarse como la segunda formación política del país. En los países nórdicos y otros como Holanda y Francia crecen los enemigos de las sociedades abiertas e integradoras.

En años anteriores fueron asaltadas e incendiadas en Alemania casas de asilo para inmigrantes. En Gran Bretaña, nacionales de origen asiático han recibido palizas. Otro tanto ha ocurrido en España con sudamericanos y árabes. En Italia se ha buscado erradicar a gitanos, algo que también ocurre en varios de los países que constituyeron el campo socialista.

La intolerancia étnica europea tiene profundas raíces históricas. Pese a ello, las autoridades democráticas del viejo continente y también en Estados Unidos han elevado el tema del terrorismo, en forma abstracta, a la cabeza de las preocupaciones mundiales pese a que el yihadismo, en estos momentos, es un fenómeno en declinación.

La xenofobia, en cambio, es una corriente que no cesa de crecer. El potencial destructivo del “choque de civilizaciones” o de la persecución étnica y religiosa está demostrado hasta la saciedad. Nada envenena más el alma de los pueblos que los chovinismos que incitan al maltrato, cuando no al martirio, de minorías. Pese a la evidencia de la seriedad del auge de las corrientes antimigratorias hasta ahora la actitud dominante en los círculos de poder ha sido la de bajar el perfil al asunto. Es un tema incómodo que se prefiere esconder bajo la alfombra con la esperanza que en algún momento se desvanecerá.

Craso error. La masacre sufrida por los noruegos trasciende fronteras. Fue un ataque desalmado contra quienes aspiran a convivir en armonía en sociedades abiertas. Es hora de evaluar cuales son las mayores amenazas que nos acechan. El racismo y la intolerancia abonan el terreno para nuevos actos terroristas. No es posible erradicar los fanáticos desquiciados pero sí es posible privarlos de los medios en los cuales proliferan.

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