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Cultura

19 de Agosto de 2011

Archivo The Clinic y Raúl Ruiz: “En Chile me pongo machista, pesado y guachaca”

De casas de putas a codearse con la Deneuve, del restaurante El Parrón al Festival de Cannes, Raúl Ruiz no se inmuta y, hablando despacito, nos concede esta entrevista en un hotel del centro de Santiago. Le duele la espalda, se siente un poco cansado y representa más de los sesenta y dos años que tiene. También padece de diabetes y no puede comer pan, pero sí puede tomar vino. Según cercanos al cineasta, Ruiz es seco para empinar el codo, cosa que niega en esta entrevista -también me advirtieron que era mentirosillo-, aunque reconoce que en Chile se cae al frasco contagiado de tanta angustia. El regalón de los críticos franceses no filma en Chile puesto que no hay quien le asegure una buena producción y, en definitiva, parece que Chile le gusta pocazo. Que los chilenos somos envidiosos, huachacas y pesados, sentencia. Hasta acá llega para visitar a su madre y amigos, nada más.

Por

Entrevista realizada para The Clinic en el año 2003 por Lorena Penjean

Desde octubre de 1973 vive en Francia, país donde ha podido desarrollar su genialidad exitosamente. Antes de partir al exilio, participó activamente en la UP y le provoca la idea de hacer una película sobre el ambiente criminal que se respiraba y que se iba a llevar a cabo por la derecha o la izquierda: “menos mal que fue la derecha”, asegura. Raúl Ruiz dirige la entrevista como una de sus más de cien películas, saltando de un tema a otro, pasando por encima de cualquier linealidad. Aquí, la conversación con la lumbrera del cine sesudo, con el realizador que no acepta invitaciones en Chile porque siente que lo tratan con hostilidad, y que de adolescente se propuso escribir cien obras de teatro antes de cumplir los dieciocho años. Y las escribió.

Yo me lo imaginaba tomándose una copita de vino…
A partir de las siete de la tarde tomo una copa de vino. Soy una lata, muy regular, de lo contrario no podría vivir. Este año he hecho seis películas g una ópera, más la novela que escribo siempre.

¿Cómo es un día cualquiera de su vida?
Todos iguales.

¿No se aburre?
No, porque leo muchos libros.

¿Y no le dan ganas de llevar una vida más impredecible?
Ya la tuve y me aburrí. Todo lo impredecible a la larga se transformó en predecible.

¿Pero algo le gustaría de esa vida impredecible?
Sí, lo que tenía de regular. Yo me lo pasaba aquí al frente (Alameda) en 11 Bosco, conversando.

¿Se considera fome?
Llevo una vida fome, cosa que está muy bien.

Sospechaba que llevaba una vida entretenida…
Depende del punto de vista. Acá en Chile, una vida como la mía no es fome. Por el contrario, parece una vida llena de aventuras, donde uno toma un avión g puede agarrarse todo tipo de virus, llega a países donde te pueden meter preso porque hay irregularidades en el pasaporte o ir a África donde te puedes agarrar una buena malaria, como ya me pasó. Todos los aventureros que he conocido eran como yo, unos señores gordos que tomaban gin, tenían un hoyo en el cuerpo y tenían malaria.

Entonces, su vida nunca ha sido lo agitada que algunos imaginan.
Nunca. Cuando era más impredecible era otro tipo de regularidad, era ir al Bosco y estar hasta las cuatro de la mañana conversando. Finalmente, era una vida tan regular como acostarse a las ocho de la
noche.

Me habían dicho que usted era bueno para empinar el codo…
No, esas son invenciones chilenas, puesto que acá, cualquiera que haga algún trabajo artístico debe tener alguna anormalidad.

Puro mito entonces…
Todos los mitos tienen algo de realidad. Pero la mayoría de la gente que propagó ese mito tomaba más que yo.

Y yo que pensaba preguntarle si conocía algún remedio para la resaca…
Hace treinta años que no tengo una resaca, salvo en Chile, porque cuando vengo para acá absorbo la angustia del país y me pongo a tomar como todos los chilenos. A eso de las doce del día me dan ganas de tomarme una pílsener. Aparte de eso, nada más.

¿Por qué será que sólo en Chile le dan ganas de tomar?
Porque hay mucha angustia. No sé si la gente en Chile está mal o está estupendo, pero siente angustia igual. Ni en Rumania… Mi última película la hice allá g la próxima, que se va a tratar de Chile, espero que también sea así.

¿Porqué no la hace acá?
Acá no encontré a nadie que me pudiera dar un mínimo de garantías de organizar la producción. La película que haré en Rumania se tratará del Chile de los años treinta, cuarenta. También quiero hacer otra
película, una que trate de cómo encontrar a Chile en Rumania.

Usted decía que se angustia en Chile…
Sí, porque me trago-la angustia de los demás. Chile es un país que padece del complejo de Segismundo, de “La vida es sueño”. Este país se cree el príncipe que fue injustamente despojado de su poder, de la
corona. Eso no se da sólo en Chile, sino que en toda América Latina: todos los latinoamericanos se sienten príncipes despojados de su corona g se sienten angustiados más bien porque les quitaron la corona
y no por los que les ha pasada, no porque viven en una sociedad injusta, no porque viven una miseria enorme. La angustia es causada, sobre todo, porque sienten que debieran ser reyes y no lo son. Es una
forma de envidia. Por ejemplo, el portero de acá lee en el diario que el Papa fue a esquiar a Suiza g se pregunta “por qué el Papa y yo no. Por qué él es Papa y yo no soy Papa”.

Pero cualquiera se pregunta…
Eso no es normal: es chileno. Los seres humanos saben que una serie de circunstancias muy complejas hacen que el Papá sea Papa g que, de todas maneras, no todo el mundo puede ser Papa. Los chilenos todavía no saben eso.

LONGUEIRA, EL SENTIMENTAL

A usted, ¿ le gusta o no venir a Chile?
A cada cual su cruz. Uno se acostumbra. Parece que Unamuno era él que decía: “Me duele España”. Yo digo que Chile me hace cosquillas.

Aparte de angustia, ¿qué más le provoca Chile?
Hay cosas positivas como la capacidad de deconné, que en chileno no tiene traducción correcta. Vendría siendo algo así como revolverla, reír, echar el pelo, huevear. Me gusta el Chile más anodino, ese del
chileno deslavado, apocado, que quiere hacer todo bien y le sale todo mal. El Chile que tira para arriba o el revolucionario me parece un poco falso. Prefiero el roto acaballerado, que el caballero arrotado.
Ese era mi punto crítico con The Clinic, pero por otra parte lo leo.

¿Está muy afrancesado?
Me demoro una semana en volverme chileno, aunque Valeria, mi señora, dice que me demoro un día. Cuando me vuelvo chileno, me pongo machista, pesado, guachaca.

¿Se siente venerado en Chile?
No, por el contrario, siento una especie de hostilidad. Yo no me atrevo a asistir a ninguna invitación porque al principio son simpáticos conmigo, pero después del charquicán empiezan a tratarme mal.

¿Por qué será?
No lo sé, pero es así. Eso en mis tiempos se llamaba hacer la chillaneja, primero ser amable y después un botellazo. Luego uno se disculpa y cuando lo tienen tranquilo le pegan otro botellazo. No
acepto invitaciones y la verdad es que casi no me llegan.

¿En qué se diferencia el Chile actual del que usted dejó después de! golpe?
Chile no ha cambiado nada y puede volver a ser lo mismo de nuevo varias veces. El primer shock que tuve cuando volví a Chile el año 82, después de casi diez años de exilio, fue darme cuenta de dos cosas.
Una, que el país había sido siempre así, que los militares no habían hecho nada más que volver evidente una cosa que ya estaba antes. Lo otro, es que Chile era anterior a cuando me fui el año 73. En esa
época, Chile era un país casi futurista y cuando volví me encontré un país de los años treinta, con afiladores de cuchillos, vendedores de helados y gente que vendía frutas cantando, coma lo que nos contaban nuestros padres de Chile cuando era bonito. Yo no lo encuentro bonito, pero la gente que ve mis películas hechas acá opina lo contrario. Un amigo francés me dijo: “tú nos habías contado todo sobre la manera de ser de la gente, pero no nos habías contado que Chile era bonito”.

Usted dice que Chile no ha cambiado pero, por ejemplo, el socialismo del que usted participó no debe ser el mismo de hoy…
De alguna manera, sí. Esos ataques de todo el mundo contra todo el mundo par eso de los mails, bueno, en ese tiempo no había ni mail, pero pasaba en los cafés. Todo el mundo se acusaba de las cosas más raras, se acusaban de traición, se vivía un delirio completo. Algún día quisiera hacer una película de cómo era Chile en esa época, de cómo lo viví, porque tiene muy poco que ver con lo que la gente dice que era Chile en los setenta.

Estaba muy lejos de ser una pesadilla, pero había un clima de crimen que se iba concretar por la izquierda o por la derecha. Menos mal que fue la derecha.

¿No era una pesadilla?
Un amigo dice que antes de todos los grandes cataclismos se empieza a ver gente desnuda por la calle. Efectivamente, a partir del invierno de ese año, vez que salía a la calle veía gente desnuda. Un día vi a un caballero vestido de mujer, un travesti, entrar al Bosco y unas veinte personas lo salieron persiguiendo. Mientras lo perseguían, el travesti se desnudaba, y después, inexplicablemente, apareció vestido
de hombre. ¿En qué momento encontró la ropa para vestirse de hombre y volver? Eso fue muy raro.

¿Supo lo de Tunick acá en Santiago?
Yo desconocía esa vocación nudista de Chile, un país tan púdico. Parece que todos estaban conversando, que les faltaba solo la copa de vino y la empanada, hasta tal punto que el gringo dijo: “esto no me
sirve”.

Entonces, el socialismo era más o menos el mismo que el actual…
El socialismo tampoco es el mismo, porque no existía el capitalismo de hoy, que era algo inimaginable para nosotros. Ahora bueno, tiendo a perdonar al socialismo actual. Yo era bastante severo hace cinco años respecto del socialismo renovado, pero pasan cosas tan malas en el mundo que conservar una idea de servicio social, cualquiera que sea, es casi un milagro. Hoy se ha transformado en un lugar común decir que todo dinero que viene del Estado es necesariamente una malversación, un robo, y ese es un ataque que quiere decir que solamente el dinero que viene de capitales privados es honesto, y sabemos que eso no es cierto.

¿Ubica a Longueira?
Reconozco en él un lado lucho Gatica que me inquieta, un aspecto sentimental, y yo le tengo miedo a los sentimentales. Recordemos que el hombre más sentimental del siglo XX fue Hitler y él que lo seguía
se llamaba Mussolini. El sentimentalismo es a los sentimientos lo que el kitch a la belleza

PUTAS, MAFIOSOS Y LA UD

Me dijeron que usted era putero.
Hasta los veintitantos lo fui. Hay que tener plata para mantener una vida así y yo no la tenía. A mí me fascinaban esas niñas, sobre todo porque eran muy parecidas a las niñas normales; se vestían como tú o como esta señorita que está al frente. Las putas de ese tiempo eran como mis primas, como mis compañeras de la escuela de Derecho, hablaban de las mismas cosas y tejían mucho. Antes, las discusiones se seguían en los burdeles y no era necesario quedarse con las niñas, el asunto era tomarse un trago.

¿Cómo son las niñas de ahora?
Hasta hace unos diez años, antes de irme a mi casa, pasaba a tomarme un agua mineral a una especie de cabaret. Junto a mí se sentaban niñas y yo las invitaba a un trago. Como siempre tomaba agua mineral me decían don Vital.

De las casas de niñas a codearse con Laetitia Casta, la Deneuve…
No es lo mismo, las actrices que mencionas son como ministros que andan rodeadas de consejeros, de un verdadero gabinete. Tratar con ellas es tan simple y tan complejo como tratar con Ricardo Lagos.

¿Qué le parece el cine chileno?
Este fin de semana lo dejaré para ver algunas películas. A Chile yo vengo a vera mi mamá, a viejos amigos. El nuevo cine chileno tiene mucho de la comedia picaresca española. Valeria, mi señora, me dice:
“Las películas latinoamericanas me parecen un horror, pero las chilenas tienen una ventaja: que no se toman en serio”.

Leí que usted tenía unos mecenas mafiosos que le encargaban películas y se quedaban con la única copia…
Esas son injusticias, al único mecenas siciliano que tengo la mafia lo ha atacado montones de veces y hasta le ha puesto bombas en su edificio. Los mafiosos llegan hasta Frank Sinatra y Pavarotti, no van
más allá. Yo soy demasiado complicado para los mafiosos; a mí me apoyan o los jesuitas o los comunistas o algún democratacristiano medio raro. La mafia es como la UDI o el Opus Dei, con el agravante de
que se meten mucho más en las vidas de las personas.

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