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Nacional

21 de Agosto de 2011

Sonrisa de mujer

María Victoria dejó un buen pasar; Margarita Donoso y Carmen Bichunante casi pierden la vida en el intento. Las tres vivieron años junto a hombres violentos que les robaron la alegría y las llenaron de miedo. Un día tuvieron el valor de decir no más y se atrevieron a dejarlos. Ahora están al otro lado y cuentan cómo lo hicieron.

Por

Carmen Bichunante:
“Cuando él murió sentí alivio y empecé a recuperarme”

Yo me casé muy jovencita y desde el principio él fue violento. Nos conocimos porque su hermano vivía al frente de mi casa y él una vez vino de visita y nos vimos y nos quedamos mirando. A los dos días el me habló y a las dos semanas nos pusimos a pololear. Al principio él se hacía el bueno y nos engañó a mi mamá y a mí. Era cariñoso, me trataba bien.

Después se vino a vivir a mi casa y nos pusimos a convivir. Yo vivía con mi mamá y un hermano, -somos tres hermanos, pero los demás se habían ido-. Luego mi hermano también se fue y nos quedamos mi madre y yo con él. Después de unos meses se mostró como era. Empezó con cosas pequeñas, quería mandarme y cuando no le hacía caso me gritaba. Revisaba que hubiera hecho el aseo bien, pasaba el dedo por las cosas. La primera vez que me pegó fue una vez que llegó con trago. No recuerdo bien los motivos, pero hubo una pelea y me agarró a combos. Desde ahí nunca más paró. Yo me llené de miedo y no pude hacer nada más. Ya no podía salir a la calle sola, él no me dejaba, y cuando salía con él tenía que andar igual que los caballos, mirando hacia abajo. No podía saludar a nadie. Todos los amigos que yo tenía creían que estaba enojada con ellos porque de un día a otro no los saludé más. Nadie sabía que era porque si no él me pegaba cuando llegábamos a la casa. Ninguno de los vecinos sospechaba porque él era muy simpático con todos. Tenía doble personalidad.

Una vez también le pegó a mi mamá, después ya se hizo frecuente, y nos pegaba a las dos. Cuando nacieron mis hijos la violencia continuó, no le importó nada. Una vez él me estaba pegando delante de mi mamá y ella llamó a los carabineros para hacer una denuncia. Ellos le preguntaron si le estaban pegando a ella, cuando ella dijo que no, le respondieron que no se metiera, que los problemas de los matrimonios se solucionaban en pareja y que cuando nosotros nos arregláramos ella iba a quedar mal.

Él me daba patadas, me decía que me iba a matar, pero nunca me agredió con algún objeto. Eso hizo que nunca tuviera que buscar ayuda en un hospital, porque nunca me dejó inconsciente o algo así. Cuando yo no quería tener relaciones con él me obligaba, no me dejaba cuidarme, y más encima yo tenía problemas, porque los tratamientos no me hacían efecto, los rechazaba, entonces me embarazaba con facilidad, y ni por eso él se cuidaba. Tuve nueve hijos, por gracia de Dios, porque si no, podría haber tenido más. Mi esposo estuvo preso una vez por lo mismo, creo que fue justo por navidad, pero no recuerdo el año. Lo que pasa es que me había pegado, me dejó toda moreteada y yo fui a denunciarlo en el mismo momento, lo detuvieron y lo encerraron tres días. Cuando salió me dijo que mientras más lo metieran preso, él más me iba a pegar, que no sacaba nada con denunciarlo. Eso hizo que después no lo denunciara más. Él era violento con mis hijas también, las trataba mal, no las dejaba tener amigos, las encerraba. Mis hijas mayores apenas pudieron se fueron de la casa. La mayor desapareció un día y como a los tres meses tuve noticias de ella, me llamó para avisarme que estaba en Puerto Natales, que estaba bien y que había encontrado trabajo. De esto hace más de diez años. Con la otra lo mismo, apenas pudo se mandó a cambiar y se fue a vivir a Valparaíso, lejos de mi esposo. Ellas fueron mamás solteras, y cuando se fueron me dejaron a sus hijos y yo los crié como si fueran míos, ellos me dicen mamá a mí y vivimos todos juntos.

La violencia siguió. Y un dia me volvió a amenazar de muerte. Me dijo, “ésta es tu últma semana, aprovecha para estar con tus hijos”. Dijo que ya estaba aburrido de mí, que no requería tener más Yo puse una constancia en Carabineros. Estaba aterrada. Y el sábado de esa última semana él se fue a jugar a la pelota y le dio un infarto. Se murió al tiro. Yo creo que fue un milagro. Nadie lamentó su muerte, mis hijos los sintieron como un alivio y yo también.

Recién ahí empecé a recuperarme. Yo estaba traumada por la violencia y no salía de mi casa, estuve encerrada cerca de un año, no salía a ninguna parte, tenía miedo de la gente, tenía miedo de él, pensaba que en cualquier momento iba a aparecer. Después estuve con depresión, no me levantaba de la cama, no quería vivir. Mis hijos se criaban prácticamente solos, en el colegio los habían inscrito en un programa que les daban todas las comidas del día. Ese programa se realizaba en el mismo lugar donde se daban los talleres para personas que sufrían violencia intrafamiliar, y a través de ellos llegaron a mí. Me invitaron muchas veces a participar, pero nunca tuve la fuerza para salir de mi casa y asistir.

Hasta que un día amanecí mejor y fui a buscar a mis hijos, estaba la sicóloga en el lugar y conversamos un rato. Fue una experiencia muy buena, ella era una persona que te escuchaba, era muy simpática, no te preguntaba cosas tan directamente sino que hablábamos de otras cosas primero, después me dejó invitada para otros días y empecé a ir una y otra vez, hasta que empecé a salir del hoyo en que estaba metida. Ahora vivo tranquila con mis hijos, no me siento con ningún trauma, aunque a veces me doy cuenta de que no tengo interés en tener otra pareja, y eso puede ser a causa de la violencia de la que fui víctima. Pero lo importante es que me pude integrar a la sociedad, o a una comunidad, porque antes yo estaba aislada, no tenía amigas, no salía de mi casa, andaba asustada por la vida, ahora recuperé a los amigos que tenía antes y ellos no pueden creer todo lo que pasé, tengo nuevas amigas en la comunidad y hago actividades, vivo feliz junto a mis hijos.

María Victoria Torres:
“Toda la comodidad que tenía, no la cambio por lo que tengo ahora”.

Él era machista, autoritario y necesitaba a una mujer como yo, provinciana, inocentona, para moldearla y manejarla. Yo me casé embarazada de cinco meses y como a los ocho comenzó la violencia. Primero fue psicológica: insultos, malos tratos.

Luego, a los dos años empezó a pegarme. Él entró a trabajar en una ferretería donde nos daban la casa y él se iba el sábado en la tarde y no llegaba hasta el domingo a cualquier hora. Me dejaba sola en ese lugar y a mí me daba miedo porque no tenía vecinos, estaba aislada. Entonces un día me pidió ropa porque iba a salir y yo le dije que se las arreglara solo. Él me gritó que si su ropa no estaba cuando saliera del baño, me iba a castigar. Yo me puse chora y claro, cuando salió del baño y no estaba su ropa me sacó la mugre. Me arrastró por toda la casa del pelo. Me pegó cachetadas y patadas. Esa vez, cuando por fin se fue, fui a una comisaría, toda machucada a hacer la denuncia. El carabinero que me atendió me dijo: “ay, señora, quizás qué hizo usted po, si a las mujeres les gusta que les peguen”. También me dijo “los problemas de matrimonio se solucionan en la cama, usted sabe eso de las reconciliaciones”. Eso me pasó varias veces y terminé pensando que no sacaba nada con denunciar.

Además, las mujeres tenemos tanto sentimiento, que una dice “él no va a ser capaz de pegarme de nuevo porque me quiere”. Y después que te pega, piensas “no si él no es malo, es que yo soy la tonta porque le busco el odio”. Así es como una empieza a justificar la violencia. Al final yo me decía “ésta es la vida que me tocó y tengo que arreglármelas no más”.
Yo era del sur, no tenía ni familia ni amigas en Santiago y él implantó el terror en mí. Me vi sola, con un hijo, con un hombre agresor y en un lugar donde las personas que me tenían que ayudar, me agarraban para el leseo. No sabía qué hacer… porque ellos te convencen de que sola te vas a morir de hambre, que nadie te va a pescar porque eres gorda, fea, tonta, etc. Él me decía “si tú cambiaras, sino me hicieras enojar, yo podría cambiar”. Y yo empecé a encontarle razón.

Pero no había forma de complacerlo. Él era de los que llegaba a la casa, pasaba el dedo por los muebles y si estaba sucio me pegaba. También me encerraba en un cuarto oscuro con llave y no me sacaba hasta que le pidiera perdón y le dijera que él tenía la razón. Entonces yo iba y le decía que él tenía razón, que lo quería mucho, que yo era la que estaba mal. Yo quedé con claustrofobia. Todavía me angustia meterme en un ascensor.

Nunca le conté a nadie, ni a mi familia. Tenía vergüenza. Ni mis hijos sabían, porque él nunca me pegó delante de ellos. Para ellos era el papá modelo, el papá buena onda. Y yo cooperaba con esa imagen, porque le tapaba todo. La primera vez que el niño me pilló llorando con la cara hinchada, le dije que venía corriendo y choqué con la puerta. Yo no quería decirles la verdad porque no quería llenarle la cabeza con cosas de ese tipo. Y no me arrepiento, porque generalmente los hijos con estas cosas se vuelven golpeadores.

Tiempo después nos fuimos a Antofagasta y estuve 14 años allá. Siempre me decía que iba a cambiar, pero todo seguía igual. Yo fui violada en reiteradas ocasiones.

En Antofagasta le empezó a ir bien. Llegamos a tener dos autos en la casa y una situación económica envidiable. Todo el mundo me decía “¡qué suerte!” Cuando les dije que me iba a separar me preguntaban si estaba loca.

Lo que detonó mi separación fue que él empezó a maltratar a los niños. Cuando vi que los garabateaba dije “ya, hasta aquí no más. Ellos no se merecen esto”. Además, el caballero andaba con otra mujer joven.

Y entonces, por casualidad, escuché que había partes donde las mujeres podían ir y podían hacer como denuncias. Creo que fue en 2003 y pensé “pucha, a lo mejor aquí me creen”. Cuando fui a ese centro para las mujeres, me atendió una señora muy amable, me hizo pasar a su oficina y me dijo, “cuéntame” . Y yo le dije “¿de verdad me quiere escuchar?” Y cuando me dijo que sí, me puse a llorar, lloré mucho rato y ella no me decía nada, sólo me miraba y me decía que llorara todo lo que quisiera. Después la abogada del centro me dijo que tenía que separarme, que ese hombre tenía que salir de mi casa, porque era un peligro. Me dijo “yo sé que tienes miedo, pero nosotros te vamos a apoyar y a cuidar”. Fue tanta la convicción que me transmitió, que salí de ahí pensando en que me tenía que separar.

Bueno, yo puse mi demanda de divorcio apenas salió la nueva ley, de hecho fui la primera en poner la demanda, salí en las noticias y todo, y hasta el día de hoy no he tenido ninguna noticia. No lo encuentran, así de eficiente el nuevo sistema. También puse una demanda por pensión alimenticia para mi hija, porque el hombre había dejado de pagar la luz, el agua. Al final pagó dos meses y nada más. Fue un caos total.

Yo me sentía tan humillada, me sentía más abajo que cualquier cosa, hasta que empezaron las terapias de grupo. Las primeras veces entraba al taller y lloraba, lloraba, hasta que un día me decidí a hablar y me empecé a recuperar. Yo nunca pensé que iba a salir de esto.

Al principio lo pasamos mal. Llegamos a la casa de mis papás, después de vivir con muchas comodidades y a veces faltaba el pan. Yo empecé a trabajar de nana y mi hija en un supermercado, los fines de semana. Mi papá es jubilado de ferrocarriles y sus 111 mil pesos son nuestro gran ingreso.

Pero ahora estoy tranquila. Para mí separarme fue la felicidad misma. Toda la comodidad que tenía, no la cambio por lo que tengo ahora. Me siento digna y contenta. Además, ya no le tengo miedo. Ahora si yo lo veo no me da ni tos.

Yo no he tenido parejas después él, pero no es porque me haya cerrado. Es sólo porque mi necesidad de estabilizarme económicamente no me deja pensar en otra cosa. Por ahora mi prioridad es sacar a delante a mi hija y así soy feliz.

Margarita Donoso, 63 años:
“Cuando lo volví a encontrar ya no le tuve miedo”

Mi papá también le pegaba a mi mamá. Le pegaba hasta porque era fea. Un día él le estaba pegando con un palo y justo llegamos mi hermana y yo. Mi hermana tomó una bacinica y se la chantamos en la cabeza. Yo no sé si fue por la presión o por la rabia de él, pero no se la podía sacar. Y mi mamá se enojó tanto… No lo podíamos entender. Nos dijo “qué tienen que meterse, si me pega, me pega mi hombre no más”. Ahí quedamos. No nos metimos más. Ella estaba acostumbrada a que le pegaran. O no tenía capacidad para dejar de sentirse sobrepasada.

La primera vez que mi pareja me pegó, todavía estábamos pololeando. Yo estaba peinando a mi hijo para que se fuera al colegio y él me llama. Como yo no le hice caso me gritó algo así como “deja a ese cabro chico” . Yo le contesté que estaba preparando al niño para el colegio, que se tenía que esperar y él me tiró un cuchillo. Me quedó enterrado en la pierna.

Desde ahí me entró el pánico y no volví a ser la misma. Recuerdo que mi hijo, que tenía como 10 años se quedó callado mirándolo, lleno de odio, pero sin poder hacer nada. Se fue como para adentro. Después me pegó con una correa.
Con él perdí siete años de mi vida. La relación fue un ir, venir, terminar, volver. Me iba de Santiago y él me seguía. Y me pegaba. Y cuando me pegaba me trataba de usted, nunca me tuteó. Me decía “usted, Maguita”.

Él se creía un dios o algo así y me otorgaba el derecho a hablar. Ahora me acuerdo y me da vergüenza, hasta risa, pero me acuerdo que me decía “si usted quiere decirme alguna cosa le otorgo quince minutos para que me diga todo lo que quiera. Si quiere insultarme, decirme lo que quiera, hable”. Y yo le decía “pero qué va a pasar después”. “Veremos po”, me contestaba.
Hasta ese momento no me había pasado nada grave, además del cuchillo, pero siempre había golpes, patadas, de todo, por cualquier cosa, hasta sólo porque tenía ganas de pegarme me pegaba.

Cada vez que me pegaba se arrodillaba delante de mí a pedirme perdón, que nunca más lo volvería hacer. Yo lo perdonaba por miedo. Le tenía pánico, no podía hacer nada contra él.

Muchas veces traté de arrancar. Pero no podía con cuatro niños. Un día interné a los niños y huí. Me fui a trabajar a Los Andes y nunca me encontró, pero una vez cuando vine a Santiago a visitar a mis hijos él ya había averiguado todo sobre los horarios, las visitas y me estaba esperando. Cuando iba saliendo con mi hijo menor, él estaba al frente del internado.

Hice parar un taxi para arrancar pero él se subió al auto y ya no pude hacer nada. Para tranquilizarlo le hice creer que estaba todo bien, que iba a volver con él, pero que primero tenía que pasar a pagar unas cosas y luego nos íbamos a su casa. Yo pensaba pasar a pagar a la casa de una señora a la que le debía un chaleco y pedirle ayuda. Lo convencí de que no me demoraría nada y que me esperara en el auto. Llamé un par de veces a la puerta de la casa y no salió. Pasaron varios minutos y él se bajó del auto. Traté de tranquilizarlo, pero no hubo caso. Me empezó a gritar y en eso siento unas cachetadas en la cara. Luego me quitó la cartera y se fue.

En eso mi hijo grita “¡mamá, tu cara!” y me toco y siento dos lonjas de piel, la mejilla partida por la mitad. Me sangraba el cuello, todo. Nunca supe bien con qué me atacó. Salí corriendo con mi hijo en una mano y la otra en la cara y me puse en medio de la Gran Avenida a pedir ayuda. Cuando llegué al hospital me pusieron 60 puntos en total y quedó estampada una denuncia. Yo estaba deformada, mi ojo se había achicado, como que se me había corrido la cara, no sé, estaba desfigurada.

Después de unos días, me fui a meter a la casa de mi ex cuñada. Quería mostrarle cómo era realmente su hermano, porque nadie me creía, todos lo encontraban tan bueno. Pero cuando llegué, estaba él. Me llevó para su casa y me tuvo encerrada quince días. Me alimentaba con una bombillita, me hacía cariño, me cuidaba con “cariño”, me pedía perdón. Yo necesitaba sacarme los puntos a los ocho días, y él me tuvo quince días y los puntos estaban resecos y cuando él se iba a trabajar me dejaba con llave. A los quince días lo convencí de que tenía que ir a sacarme los puntos, que ya no podía esperar más.

Él no quería que fuera porque me decía que lo iba a mandar preso. Yo le decía que no, que si quería me acompañara para que me asegurara de que no lo iba a denunciar y él me creyó. Cuando llegamos al Barros Luco la doctora me hace pasar y yo le explico la situación. Entonces la doctora me saca una parte de los puntos, me pone en una camilla y le dice a él que me lleva a pabellón. Me pasea por unos pasillos me lleva no sé a dónde, me sube a una ambulancia, que me va a dejar a invstigaciones, y después ellos lo buscaron y me avisaron que cuando él ya estaba preso. Ahí estuvo 18 meses.

Yo antes decía que mis cicatrices eran producto de un accidente automovilístico, porque me daba vergüenza contar lo que me había pasado, hasta que finalmente pude asumirlo y decir la verdad. La sicóloga me ayudó mucho. A mí, por ejemplo, me costó volver a tener una pareja estable. Me bloquié, perdí el apetito sexual, no quería nada con los hombres. Sólo después del tratamiento pude volver a ser normal. Ahí pude ayudar a mi hija, que había visto todo tipo de violencia en mi contra. La niña le tenía aberración a los hombres, no se podía acercar a ellos.

Ahora siento que he superado esta historia. Incluso hace dos años me encontré con mi ex pareja en el funeral de su hermano. En el taller me mandaron a enfrentar mi problema. Ésa era la prueba de fuego. Y fui y lo enfrenté y no tuve miedo.

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