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Nacional

8 de Septiembre de 2011

Los malabares de una familia para sobrevivir con 220 lucas al mes

Los visitamos en su casa durante todo junio, en lo peor del invierno. Tres generaciones -nacidas y criadas en distintos campamentos- nos mostraron su vida, hablaron de lo que comen, cómo se educan, qué salud reciben y dónde trabajan. Dijeron qué piensan del país y de la desigualdad, que no les ha dado la libertad para elegir. Es la historia de una familia pobre a la que el chorreo nunca mojó, el vaso vacío del desarrollo.

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Fotografías: Alejandro Olivares

En El Peñoncito, un campamento de Puente Alto, dicen que no te ven ni para bien ni para mal. Hoy, primero de junio, se dictó preemergencia ambiental en la ciudad pero sobre el tejado raso de calaminas de la casa 25, un tubo de chimenea humea al lado de una antena de televisión satelital. Allí, ninguna autoridad ha llegado jamás a partear a alguien por quemar leña. Viven tan al margen -explica la gente de El Peñoncito- que situaciones como ésta son parte de la invisibilidad en la que se encuentran.

La casa número 25 pertenece a Elena Moya (42) y Orlando Carrasco (46). Los dos son dirigentes vecinales. Nos conocimos el 19 de mayo, cuando la Corporación También Somos Chilenos, que agrupa a los dirigentes de los campamentos del país, lanzó en su barrio una triste estadística: 25 mil, de las 33 mil familias que viven en campamentos, no están inscritas en el programa Chile Solidario, paso fundamental para salir de la pobreza. Esa vez le propusimos a Elena y a Orlando que nos dejaran entrar a su casa durante un mes, para conocer en detalle las dimensiones de su marginalidad. Y aceptaron.

Así llegamos ese primero de junio a la casa de Elena y Orlando. Una mediagua levantada con una serie de cubos armados con paneles de pino -en sus versiones tabla, prensado y planchas carpinteras- que con el tiempo, casi como si tuviesen vida propia, se han ido acomodando a las necesidades de la familia. Allí viven sus hijos: Francis (7), Giselle (14), Yesenia (17), Sergio (21) y Estela (24), que tiene su propia mediagua hace cinco años en el patio, donde vive su pareja y sus hijos Esteban y Marcela. Genoveva, la mayor de los Carrasco-Moya, vive en Renca, también con sus hijos y su pareja.

Por fuera de la casa, por el camino principal que es de tierra y piedras, suenan los cascos de un par de caballos. Pasan dos carretoneros, el oficio más común en El Peñoncito. En la puerta se escucha una mezcla de ruidos y conversaciones indescifrables al comienzo, pero que al cruzar el dintel de una rústica mampara se hacen audibles: la cortina de inicio del noticiero de Canal 13 que Orlando mira en la pantalla y la alabanza cristiana ‘Mora en mi vida’, que Yesenia toca en su banjo. También se oye el serruchar trabado de una vieja sierra sin dientes sobre un palo. Es Sergio, quien a sus 21 años frustradamente trata de hacer un barco, una Esmeralda que aparece en un Icarito edición “Mes del mar”, para una tarea escolar. Al frente, Elena pela papas para cocinar un ajiaco y Estela amamanta a su hijo Esteban. Francis y la Marcela –los niños de la casa- colorean unas imágenes que aparecen en una página web educativa en el computador que tienen en el living.

Orlando nos invita a sentarnos en un sofá azumagado, y mientras mira los titulares de las noticias cuenta su historia. Una que Elena me había adelantado el día que nos conocimos: “llevo toda una vida viviendo en campamentos”, dijo ella esa vez.

Puedes leer la primera parte de este reportaje hoy en The Clinic, en todos los kioscos del país

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