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Opinión

13 de Octubre de 2011

¿Quiénes son los ultras?

Cuando el gobierno acusa al movimiento estudiantil de haberse radicalizado, automáticamente consolida su radicalización. Etiquetar al interlocutor es una manera de dificultar el diálogo, y cuando éste se traba, priman las declaraciones de principios. Las frases como espadas, incapaces de construir un texto común. Los dimes y diretes, las acusaciones en lugar de las invitaciones. […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Cuando el gobierno acusa al movimiento estudiantil de haberse radicalizado, automáticamente consolida su radicalización. Etiquetar al interlocutor es una manera de dificultar el diálogo, y cuando éste se traba, priman las declaraciones de principios. Las frases como espadas, incapaces de construir un texto común. Los dimes y diretes, las acusaciones en lugar de las invitaciones.

Cada vez que carabineros salió a la calle a enfrentar con explícita dureza una marcha no autorizada, lo que hizo fue llamar a los encapuchados tocándoles la oreja. Hubo manifestaciones después del jueves negro (4-8-2011), en que carabineros y los dirigentes estudiantiles coordinaron de común acuerdo la seguridad en las marchas, y prácticamente no existieron disturbios. Los “capuchas” fueron aislados, y enfrentados por los mismísimos marchantes. Sucedió en la de los paraguas (el día que nevó) y en la más multitudinaria de todas, una semana antes… pero esta coordinación se rompió tras el paro del 24 y 25 de agosto.

Últimamente, desde el gobierno y con ayuda de la prensa escrita, se ha instalado la sensación de que estamos ante un movimiento extremista. El diario La Tercera presentó en su cuerpo de Reportajes a un lote de dirigentes universitarios con sus respectivos prontuarios, y el pecado común de gustarles el raeggetón. La aparición del alcalde Labbé cerrando colegios y, a su manera, pidiendo mano dura, fijó un momento de inflexión. No sólo se cuadraron con él los presidentes de los partidos de la Alianza, sino que a los pocos días apareció Hinzpeter proponiendo penas de cárcel para quienes se tomaran las escuelas e interrumpieran el tránsito vehicular. La gente que ha salido a las calles, sin embargo, lo ha hecho muy mayoritariamente de modo pacífico y en apoyo de demandas harto sensatas. Le huyen a los peñascazos y a las bombas lacrimógenas.

El diagnóstico de que el sistema educacional requiere transformaciones importantes, a estas alturas, es sólo discutido por el exclusivo Tea Party de sus fundadores pinochetistas, y, no obstante, pareciera que fueran precisamente ellos los que se han impuesto. Piñera en persona catalogó ante la Asamblea de las Naciones Unidas de “causa noble, grande y hermosa” la empujada por los estudiantes. Agregó que ahí estaba la madre de todas las batallas. ¿Qué pasó que de pronto se afeó el cuento, y la princesa se convirtió en sapo? Para un político talentoso, los posibles excesos de algunos dirigentes universitarios no debieran bastar de excusa.

Le corresponde al gobierno antes que a ellos procurar las vías de salida para un conflicto en que el 80% de la población apoya el grueso de las reivindicaciones. Pero el gobierno no ha sabido abonar los espacios de avance, quizás porque lo que se le está pidiendo mina algunas de las convicciones centrales del ala más ortodoxa de la derecha neoliberal. “La única posición que se ha endurecido es la del gobierno de Chile y por ello el diálogo ha sido infértil. Fijó su posición y de ahí no se ha movido un centímetro, porque esta movilización no toca algo superficial ni cosmético, sino que va al meollo de la ideología de la derecha de este país. Y nosotros aspiramos a que eso se transforme”, declaró Giorgio Jackson al diario El País.

Me temo que esta historia se está polarizando. Los tiros van y vienen entre un gobierno que se ha atrincherado y esos miembros de la CONFECH para los que toda rigidez oficial es un argumento a favor de su intransigencia. La fiesta ciudadana que comenzó siendo este movimiento, le ha cedido terreno a las batallas irracionales. ¿Estrategia o torpeza? Como dice P.V., “ultra” es el que actúa al margen de los argumentos: el policía que golpea para acallar al que reclama, y el que sólo sabe reclamar a golpes. Tiempo atrás, el senador Hernán Larraín sostuvo que éste no es un tema de seguridad pública. ¿Se darán cuenta en La Moneda de la chichita con que se están curando? Mientras tanto, Hidroaysén avanza…

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