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Cultura

7 de Noviembre de 2011

“No tengo esa autoestima de muchos de mis colegas que están convencidos de ser unos genios”

Tal vez sea la misma intención del niño de primero básico que hace un dibujo perfecto y dice que le queda feo para que la profesora, los papás, los compañeritos le digan no: está precioso. El de la mina increíble que dice que está gorda para escuchar: no, no estás. Tal vez no sea nada […]

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Tal vez sea la misma intención del niño de primero básico que hace un dibujo perfecto y dice que le queda feo para que la profesora, los papás, los compañeritos le digan no: está precioso. El de la mina increíble que dice que está gorda para escuchar: no, no estás. Tal vez no sea nada de eso y se trate, no más, del intento de alguien que necesita protegerse con un poco de humor del orgullo -pechito inflado- de ser la estrella de la nueva narrativa argentina.

Tal vez sea quién sabe cuál la razón por la que César Aira -sesenta años, más de sesenta libros publicados- habla como habla. Como autoboicoteándose:

-No estoy muy convencido de ser muy buen escritor. Yo siento que soy más bien una especie de curiosidad, un freak, algo que se pone en exhibición, alguien distinto. No tengo esa autoestima alta que tienen mucho de mis colegas que están plenamente convencidos de ser unos genios. Me gustaría mucho tenerla.

-No creo que te gustaría.
-Siempre estoy pensando que, en realidad, están todos engañados. Se lo han creído y yo no estoy del todo convencido.

-Suena a zoológico pero como atractivo principal de esta Feria del Libro y de otras ¿te sigues sintiendo una curiosidad, el secreto bien guardado del que alguna vez se habló?
-Secreto mal guardado en todo caso. No sé qué pensar realmente. No puedo opinar sobre mí mismo. Soy mal juez de mis libros. De hecho de muchos libros he dicho: “esto es lo peor que he escribí” y seguro que va a venir alguien y me va a decir: “Esto es lo mejor”. Y viceversa.

-Pero te critican poco.
-Eso he notado: que no tengo enemigos.

-Qué aburrido.
-Sí. Necesito algo a que oponerme o algo a qué enfrentarme, tomar un poco de energía. Siempre -desde que empecé a publicar- hubo como un consenso de verme aparte de la corriente principal. De pensar: ‘Éste es tan raro, tan loco, que es como inofensivo, dejémoslo ahí con su fantasía y con sus disparates’. Eso, por el lado de mis colegas y del periodismo cultural. Por el lado de las universidades pasa que lo mío les da un material muy fácil para trabajar.

-¿Por qué?
-Por ejemplo: en una novela mía aparezco yo como científico genial, genio del mal, que decido hacer un ejército de clones de Carlos Fuentes para dominar el mundo. Y, para eso, necesito una célula de Carlos Fuentes que tengo que meter en el clonador. Entonces construyo una pequeña abejita mecánica para que vaya y le robe una célula a Fuentes en un congreso de literatura y la abejita va, y le roba, pero no de su cuerpo, si no de la corbata porque la abejita no tiene instrucciones precisas. La corbata es de seda natural, azul fluorescente. Cuando meto esa célula en el clonador, y al clonador lo pongo en modo genio, empiezan a salir gusanos azules gigantes que destruyen la ciudad. Eso lo toma un tesista en la universidad y lo tiene todo ya hecho ¿no? . Mientras que en una novela seria donde pasan cosas serias meter un concepto de Deleuze les da un trabajo terrible.

-Já. No creo que sea por eso no más que te va bien.
-Yo creo que es la clave. El secreto de mi éxito en el ámbito universitario.

-Estás instalado en las universidades, te critican bien, etcétera ¿Te da susto pasar a ser esa vaca sagrada que tanto has criticado?
-Es cierto. No lo había pensado. Pero en realidad las vacas sagradas contra las que yo no estoy en simpatía son las que se forman generalmente con escritores muertos de los que parece casi un insulto patriótico hablar mal. Eso pasó con Cortázar. Cortázar tenía esa postura política de izquierda, era un buen escritor. Un día, en un encuentro de escritores en Barcelona al que yo había ido junto a mi difunto amigo Fogwill, Fogwill -muy en su estilo- empezó a hablar mal de Cortázar y se levantó alguien del público, y le dijo que no podía hablar mal de Cortázar. Ahí me di cuenta: si la literatura, la lectura, tiene que ser un campo de libertad -tenemos tan poca libertad en nuestra vida, tenemos tantas restricciones morales, éticas, sociales en nuestra vida real- que tenemos que abrir ese campo de libertad. Lo mismo pasa en México con Rulfo. Te echan si dices algo.

-Y tú sueles hablar mal de Rulfo…
-Rulfo es un escritor totalmente insignificante, con esos dos libritos relamidos. Por suerte que estoy en Chile, si no ya me habrían fusilado. Pero bueno. A lo que voy es que no creo que alguien se levante cuando se habla mal de mí para decir: ‘no se puede’. En primer lugar, porque no tengo ninguna postura política correcta ni incorrecta, ni nada. Soy un escéptico total. No sé. No toco cuestiones éticas, ni morales, ni de derechos humanos. Escribo como cuentos de hadas. ¿Por qué hablar mal de los cuentos de hadas?

-Hablas poco de tu vida no-literaria. ¿Te preguntan poco o no te gusta?
-Lo que pasa es que mi vida cotidiana no tienen nada de especial. Soy lo más pequeño burgués-rutinario-padre de familia que se pueda pedir así que no hay nada interesante. Hace casi diez años ya no hago nada: andar en bicicleta, leer, dormir la siesta, mirar televisión, escribir un rato por las mañanas, jajajaja, no hay mucho que decir ¿no?

-Pero algo tendrá que pasarte. Una vez dijiste que si no podías conectar con tu vida lo que escribías no funcionaba.
-Es que no es tan autobiográficamente como emocionalmente. Algo que me toque.

-¿Hay algún tipo de cosas que te toque emocionalmente?
-Sí. Cosas de la infancia, de la infancia mía. Amigos que se han muerto, por ejemplo. He tenido la desgracia de sobrevivir a muchos de mis mejores amigos. Mi madre que envejece, envejece mal. Se ha sobrevivido, ¿no? Como mucha gente que pasa la edad sin ningún interés cultural, sin ningún interés de ningún tipo. Los hijos son grandes, los nietos son grandes,ya no tiene de qué ocuparse una mujer que ha dedicado a la familia y de pronto la familia se hace autosuficiente. Eso me pasó el año pasado, fui jurado en un festival de cine -y en la Argentina todo el mundo se ha hecho la idea de que a mí me pasa algo y me voy a mi casa y escribo una novela sobre lo que me pasó- así que cuando iba a una función todo el mundo me decía: “Ahora viene la novela del festival”.

-Puro egocentrismo.
-Sí y hablaban de la novela del festival, la novela del festival, y tanto me lo decían que se me ocurrió la idea de un festival en la que el invitado estrella es un director de cine belga que pide dos pasajes. Como es un hombre algo mayor y no está bien de salud, piensan que va a venir un asistente o algo, pero -para sorpresa de todos- se aparece con su mamá, muy anciana, que le da muchos problemas. Ahí puse toda mi historia con mi mamá.

-Y la infancia. Has dicho que de chico querías ser escritor famoso.
-Tuve la suerte de tener una vocación definida desde muy chico porque eso ahorra mucho tiempo.

-¿Y lo de famoso?
-Si fue una fantasía infantil, quedó atrás. Ahora que tengo cierta fama, creo que todo lo bueno que yo puedo hacer lo puedo hacer solo en mi casa o en un café donde me siente a escribir. Todo lo demás: la cosa institucional, ferias, presentaciones públicas no sirven para nada en el fondo, ¿no?

-¿Por qué vas?
-Son una buena excusa -vivo de esxcusas- para viajar, para salir un poco porque también es cierto que me aburro de la rutina. Me gusta viajar. Lo que no me gusta son los aeropuertos: tienen algo anodino, algo de histeria, la gente anda nerviosa, preocupada y yo también me preocupo de si voy a perder el avión o no. Y nadie pierde los aviones nunca. No sé. Los aeropuertos no me gustan y tampoco me gusta hacer escala. Eso me mata. Pero ahora como tengo cierto prestigio y cuando me invitan -insisten en invitarme- puedo pedir clase ejecutiva y vuelos directos, y si no, no voy a nada.

-No es tan mala la fama.
-Sí, de algo tiene que servir ¿no?

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