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Cultura

23 de Noviembre de 2011

“El carnaval genera una cantidad de basura”

El artista Demian Schopf (36) actualmente expone su serie de fotografía “Los Coros Menores”, en la que retrata a bailarines de fiestas religiosas del altiplano boliviano en medio de basurales. Aquí habla sobre esta muestra, que se exhibe en el MAC/Forestal, y de su interés por el barroco.

Por

¿Por qué retrataste a bailarines de fiestas religiosas en basurales para tu serie “Los Coros Menores”?

-Hace bastantes años que me interesa harto el barroco peruano y boliviano.

Precisamente te interesas en las pinturas de ángeles y arcángeles de la escuela cusqueña del Perú Virreynal de los S. XVII y XVIII. ¿De dónde viene ese interés tan puntual?

-No tengo la menor idea. Cuando tenía 21 años mi madre me invitó a conocer Machu Picchu. Nunca había tenido contacto con ese mundo. Me acuerdo que llegamos y empecé a fascinarme mucho con las iglesias barrocas. El gran hit del viaje era Machu Picchu, pero yo me quedé en Cusco.

¿No te gustó Machu Picchu?

-Me fascinó, pero mucho más la cosa retorcida que tiene el barroco latinoamericano. Esta cosa media sanguinaria que tienen los cristos. Me acuerdo que antes pasamos por Arequipa y visitamos el convento Santa Catalina, que tenía un Cristo desollado y destruido. Y más chico aún hice un viaje al norte y me detuve en las animitas para sacarle fotos. De hecho, cuando empecé a pintar, lo hice pintando animitas, que están en una lógica formal bastante parecida a las fotos de “Los Coros…”, que son personajes que están dentro de un paisaje desértico y medio nublado. Y lo de la diablada me pasó cuando fui hace poco a Iquique a hacer un trabajo en una iglesia, donde intervine un altar y el discurso de la misa. Y ahí un amigo que me llevó a hacer ese trabajo, me acompañó a La Tirana, y pasó una cosa bien particular.

¿Qué?

-Ese año estaba la gripe aviar y prohibieron la fiesta en La Tirana y la hicieron en Iquique. Y se generó una mezcla bastante rara, porque veías entre los carteles de Cruz Verde o Ripley estas especies de diablos pobres chilenos bailando. Y esa imagen la retuve en la retina y me la llevé en mi imaginación para la casa. Y antes de eso, en el verano de 2009, había hecho un viaje a Bolivia donde me encontré, a la entrada de un motel en Sucre, una tarjeta donde aparecía un bailarín vestido de arcángel. Estaba tan cubierto con el traje que pensé que era una marioneta.

¿Y?

-Y pesqué esa tarjeta, que le hacía publicidad a un hostal en Oruro, y me fui por la ciudad preguntándole a la gente adónde podía comprar esa marioneta. Y de repente una señora se mató de la risa y me dijo “esa no es una marioneta, es un bailarín del carnaval de Oruro que representa al Arcángel Miguel”. Y me quedé con la bala pasada. Y decidí hacer este trabajo.

¿Pero qué te llama la atención de ese mundo religioso?

-Me fascina la relación que tienen con la muerte estos tipos. Por ejemplo, antes que llegaran los españoles estaba el Tiw, que representaba a Satanás, el tipo que regía todo lo que estaba bajo la tierra. Cuando los españoles armaron minerías para tener apaciguado a este Tiw, la gente le hacía sacrificios: le ponían hojas de coca y alcohol. Y ahora en las minas bolivianas hay un mono que se llama “el tío de la mina”, un tío emparentado con Tiw, que es un Lucifer: un mono con su pera, su bigote, su cuerno y su falo gigantesco. Y siempre está rodeado de botellas de cerveza y hojas de coca. Una vez al mes los mineros se reúnen a tomar en torno a este tío. Al parecer esta cosa era tan fuerte que a la Iglesia no le quedó otra que asimilarlo al panteón católico. Entonces, la diablada es una procesión donde, por medio de una coreografía, se representa la batalla del Arcángel Gabriel con Lucifer, y donde todos toman de una manera impresionante.

BASURA Y BARROCO

¿Te costó convencer a los bailarines para retratarlos en un basural?

-Bastante en algunos casos. Pero era bien paradójico. Porque el carnaval genera una cantidad de basura impresionante. Y la entrada a Oruro está llena de basura. Es raro, porque Oruro es como una especie de cadáver. En otras partes lo enterrarían, pero acá está totalmente expuesto a la vista y paciencia de todos los que pasan. Eso también pasa en Iquique, donde la basura es parte del paisaje cotidiano. Y, claro, a la hora de hacerles la proposición algunos pusieron cierta resistencia… Como sea, estos tipos muestran su estatus en el traje. Incluso, hay trajes que pueden llegar a costar 20 mil dólares. Sus trajes vienen siendo el Mercedes Benz del año. Pero viven al lado de estos basurales. Hay gente ahí que se ha hecho rica y convive con la basura.

¿Por qué te interesa tanto el período barroco?

-El 2006 hice una máquina que producía texto a base de una estrofa de “De la ambición humana” de Góngora. La cuestión barroca no me interesa solamente a nivel de estética media carnavalesca y travesti, sino a nivel de lo que implica la relación con la estructura de la representación.

¿Cómo?

-Me interesa como un problema universal, no sólo como una marca sudamericana. Después del Renacimiento, el barroco debe ser la estética que más tiempo se instaló. Más que el neoclasismo, más que el manierismo, más que la vanguardia todavía. Yo tengo la teoría que la vanguardia aún está viva. No creo que esté muerta.

¿Por qué no?

-El arte experimental aún es necesario. Eso sí, lo que hay en unos casos es un cómodo asentamiento en fórmulas que la vanguardia, por así decirlo, descubrió y que se han vuelto cuestiones institucionales y de mercado. Por ejemplo, en el caso de Chile, me resulta intolerable que el arte se siga limitando a la disposición de un objeto en un lugar para que el espectador le atribuya algún sentido. Esta máquina que te contaba instalaba un proceso, porque generaba versos a base de búsquedas de palabras que hacía en internet, y armaba estadísticas. Y esa estadística influía en los versos que se formaban. La forma de la obra estaba inscrita en una cadena causal que la afectaba directamente. Eso implica que la obra no tiene principio ni fin y no entra en la lógica de la contemplación. Yo no podría ni me sentiría cómodo en un patrón ya estandarizado.

¿Por qué escogiste un texto de Góngora?

-Tiene una doble negación: “Mariposa, no solo no cobarde, / más temeraria, fatalmente ciega, / lo que la llama al Fénix aun le niega, / quiere obstinada que a sus alas aguarde: / pues en su daño arrepentida tarde, / del esplendor solicitada, llega / a lo que luce, y ambiciosa entrega / su mal vestida pluma a lo que arde…”. Pero después me encontré con la figura de la muerte y de la trascendencia encarnada por el Fénix y lo efímero por la mariposa. Ahora estoy trabajando más o menos lo mismo, pero con un sismógrafo que me conseguí.

¿Y qué harás con ese sismógrafo?

-Las ondas telúricas irán incidiendo sobre unos versos. La tierra siempre está temblando, pero si alguien entra a una sala tiembla más. Y esa onda lo que hará será desconfigurar un texto de Atanasio Kircher sobre el mundo subterráneo. La idea es que con los movimientos el texto vuelva a su estado original.

A propósito de textos, Catalina Mena, en un artículo en La Tercera, acusó que en “Los Coros Menores” no mencionas debidamente en los créditos al fotógrafo Jorge Brantmayer como parte del proceso global de tu obra.

-No puedo responder por ese tipo de opiniones. Esa será su opinión y será respetable como toda opinión, pero no me parece. Hubo una colaboración y la puse en el crédito correspondiente. Y eso está solucionado.

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