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Opinión

30 de Enero de 2012

El recuento del siempre patético verano

Sopa y Pipa (o sapo) son leyes que se están aplicando en gringolandia y que protegerían el derecho de autor (o irían contra la piratería), dicen, pero que para un sector amplio de usuarios es una amenaza potente que afecta a toda una cultura paralela que se ha ido construyendo en la llamada red (que […]

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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Sopa y Pipa (o sapo) son leyes que se están aplicando en gringolandia y que protegerían el derecho de autor (o irían contra la piratería), dicen, pero que para un sector amplio de usuarios es una amenaza potente que afecta a toda una cultura paralela que se ha ido construyendo en la llamada red (que se teje y nos amarra).

“El problema no es el derecho de autor, sino la desmovilización de las masas”, me escribía mi amigo Alfredo Davenezia, en actitud de atrincheramiento, linkeándome la información sobre Anonymous y la operación Represalia que silenció a la red. A mí lo que más me gusta de internet (o de cierto uso que se le ha dado) es que ha puesto en tela de juicio la noción de autor (que es un cambio brutal de paradigma) y le han cagado el negocio a muchos malditos monopolizadores de contenidos autorales. En el fondo es un medio que ha democratizado los mercados del arte y del diseño, y que ha desarrollado la discursividad autónoma y eso es lo que se persigue. Contra eso hay un complot y todos sabemos que es mucho más peligroso lo que se viene a nivel global. Si somos exagerados y tributarios de la lógica conspirativa, aquí hay una amenaza contrarrevolucionaria comparable a la quema de libros de los nazis o a la prohibición de enseñar la teoría de la evolución. Otra cosa es la regulación de un mercado, aunque hay mercados cuyo plus es, precisamente, la desregulación. En Chile sabemos harto de eso.

Y a propósito de la insoportable isla llamada Chile, la cosa se viene dura y peluda, porque los cancerberos Sabat, Labbé y Hinzpeter, y los otros, se vienen con todo. Y tenimoh que estar preparados, no podimoh cometer las mismas torpezas de siempre. De las redes sociales tenemos que pasar a la calle, a las grandes alamedas del hombre (y de las nanas). Los encapuchados tienen que usar pañuelos más decentes, más cercanos a Armani que a un pasamontaña regateado en el persa, porque la revolución debe ser a cara descubierta, compañeros. Y las alianzas estratégicas de los estudiantes con los compañeros mapuches, en guerra contra el Estado, y con otros sectores (trabajadores y profes), tiene que hacerse con precisión (hay que recordar que en esa área hay mucha basura concertacionista y pequeños comerciantes electorales sacando cálculos menores). Hay que crear asambleas permanentes en todos los niveles (en colegios, sindicatos, barrios, etc), que vayan tratando los temas y generando estrategias, no sólo reuniones superestructurales. La Confech debiera generalizar esa instancia a nivel nacional, una actividad que podemos llamar “los estudiantes trepan por Chile”.

Porque si no hacemos bien las cosas le entregamos la iniciativa al enemigo, es el caso de Sabat con su puterío, porque en términos generales, compañeros, el enemigo tiene razón, muchas instituciones son un puterío en Chile, no sólo un liceo específico, los municipios suelen serlo, el de mi comuna, al menos, lo es, el parlamento también y La Moneda no se queda atrás. No puede quedar la imagen de que el pendejerío en toma chupa y culea hasta hartarse y que protesta sin proyecto definido.

Este verano tiene que pasar rápido para que en el periodo invernal ajustemos cuentas con todos estos hijos del puterío institucionalizado. No hay nada peor que el maldito verano vacacional, ese de las cancioncillas playeras y de guatones ordinarios con traje de baño y hawaianas, paseándose impúdicos por una calle de un balneario que podría ser El Tabo, con una chela en la mano. Aquí estoy en mi comuna de mierda, tratando de soportar este veranito de tambores carnavalescos en que el alcalde mueve el culo y lleva el pandero para beneficio electoral.

Que las tetas de la gitana Perla que están instaladas en el imaginario wachitúrrico imperante y que pueblan los paisajes veraniegos con su genitalidad a flor de piel (o a flor de hocico) no nos paralicen. Lo demás es caca que pisamos en el pavimento y que transportamos en nuestros zapatos, cuyas huellas se depositan en las alfombras por donde transitamos. A este país le falta más el relato radial de un Julián García Reyes, para mejorar, al menos, la dicción de la farándula obscena de la televisión abierta, que se mueve entre las predicciones mayas y la violencia intrafamiliar al interior de palacio.

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