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Nacional

16 de Febrero de 2012

La tragedia de R.

La silueta que usted mira recortada en la foto es la de una niña que apareció en nuestra revista en el año 2007, cuando vivía con su madre bajo el puente Loreto, en el Mapocho. Desde entonces, esporádicamente, hemos contado parte de su vida. Hoy las circunstancias son otras: R. acaba de ingresar al Sename luego de ser abusada por su padrastro. La historia de abandono y soledad –y que a veces tenía rayos de alegría- que hemos retratado a lo largo de estos años ya no podemos contarla de la misma forma. R. ahora es una víctima. Esta es la crónica de un fracaso de todos.

Por

Fotos: Alejandro Olivares

-Tío, ¿cómo se llama el país al que voy a ir? –me pregunta R., sin entender mucho sobre cuál será su futuro.
La niña que no aparece en la foto, hoy tiene siete años, y su vida ha cambiado drásticamente durante las últimas semanas. No es la misma que conocimos en la navidad de 2007 y que vivía con su madre, Margot Contreras Zapata (43), la China, bajo el Puente Loreto y tenía apenas dos años. Tampoco la que hace tres inviernos encontramos viviendo en una casa y estudiando en un colegio. O la del 2009, que visitamos mientras vivía con su mamá y Juan Zamudio, el Pelao, su padre legal. Además de haber crecido, R. está cambiada. Su ánimo es distinto y también la condición legal en la que se encuentra.

El pasado 19 de enero, la jueza Carolina Illanes, del primer juzgado de familia de Santiago, decretó su protección. Es primera vez que ocurre. En el año 2009, cuando su madre estaba presa y la niña se encontraba viviendo con su padre, el tribunal había rechazado una solicitud igual, por considerar que la menor aún tenía redes familiares. Esa vez, la China se presentó con su hija vestida impecablemente y le rogó al juez que no se la quitara, que de ahora en adelante ella se iba a hacer cargo. Las cosas, sin embargo, no fueron así: hoy, ninguna de esas redes familiares existe. R., según denunció su madre, fue abusada por su padre entre pascua y año nuevo, motivo suficiente para que, sumado a la adicción a la cocaína que sufre la China, fuese separada de todo contacto familiar. En realidad no se va a otro país, como ingenuamente sospecha, sino a un hogar de menores.

R. sabe todo lo que le pasó y ha relatado los hechos a los especialistas del Hospital Roberto del Río, donde se encuentra a la espera de ser trasladada a un centro del Sename. Legalmente, lo que hay, es una causa en un tribunal de familia, y aún no se ha iniciado una investigación que busque la responsabilidad de su padre en este abuso, aunque existe prohibición de que él se acerque a la niña.

R. se ha hecho querer en el hospital. Las enfermeras se han encariñado con ella y sus compañeros de pieza también. Lleva más de quince días en este lugar y, para hoy lunes 23 de enero, la justicia familiar ha fijado su traslado. Hace algunos instantes una asistente social se ha encerrado con la niña en una sala y le ha dicho que se va a ir a un hogar, donde conocerá más niños y más tías que la ayudarán. La niña se puso a llorar. No es la primera vez que se lo han dicho. Desde hace varios días, distintos especialistas le han comentado que su paso por el hospital es transitorio. Pero en su cabeza hay confusión. Ignora qué es el Sename y lleva tantos días internada que dice que quiere quedarse acá, que las ‘tías’ la esconderán para que no se vaya. También quiere estar con su mamá, la China, a quien no ve desde hace un día.

Su cama en el hospital está estirada. Sobre ella hay una muñeca tipo Rosalba y dos bolsas de nylon amarradas. Allí ha guardado un par de muñecas, un shampoo, papel higiénico, jabón, colonia, dos poleras, dos short, calzones, calcetines y un par de chalitas. Son las cosas que su mamá le compró mientras estuvo hospitalizada y que hoy, de alta y lista para partir al hogar, se lleva consigo como único patrimonio y set de sobrevivencia en el hogar.

Mientras espera que vayan por ella, maneja un auto a control remoto. Sigue así toda la tarde. Ya cerca de las seis le informan que el traslado fue abortado. Como ningún adulto está a su cargo, es a ella misma a quien los médicos deben comunicarle todo, y le dicen que mañana pasarán a buscarla. A sus siete años, R. depende prácticamente de sí misma. Pese a que en el hospital hacen esfuerzos por atenderla, ella tiene que vestirse sola, nadie la abraza. Nadie la acompaña, tampoco. Y eso le afecta. Según cuenta una mamá de un niño internado en el hospital, esa noche R. lloró. Extrañaba a su mamá, la China.

Al día siguiente, luego de jugar en la biblioteca, se despidió de las tías. No lloraba, pero se restregaba los ojos. Salió del hospital cargando en una mano un bolso que le colgaba hasta más abajo de la cola, y en la otra su muñeca tipo Rosalba. Se subió a una ambulancia y se fue.

A los siete años R. entró a Regazo, un centro de la red Sename, tal cual como le pasó a esa misma edad a la China, a su hermana Nadia Gatica y a su hermano Nelson Gatica, en otros centros en el pasado. Todos ellos deambularon por hogares y cárceles, pasando de ser menores protegidos a infractores y de infractores a delincuentes, como Nelson que hoy tiene 21 años y está a punto de cumplir una condena de 8 años por robar 58 farmacias.

Como si su historia y la de sus hijos no fuera lo suficientemente triste e indignante -y los 35 años que ha vivido en la ribera del Mapocho, suficiente castigo-, la China acaba de tener otro hijo, Carlitos, el chico Carlos, como le llama. Carlitos nació un día antes que R. se fuera al hogar, perpetuando en ella un drama que la mantiene periódicamente repitiendo su historia de calle en sus hijos, su propio mito del eterno retorno.

Fue por el parto que la China no alcanzó a despedirse de su hija. Y eso la tiene angustiada y con miedo. Con certeza sabe lo que le puede pasar a la niña en el hogar.

-Se va a escapar y se va a perder, como yo y sus hermanos. Cuando nos dijeron que se iba a ir a un hogar, se cayó sobre mí, me decía: “¿Cómo vai a permitir? ¿Cómo vai a permitir que nos separen?”. No sabes cómo quiero abrazarla, quedarnos dormidos, despertarnos y decir que este fue un mal sueño -me dice.

LOS ÚLTIMOS TRES AÑOS
Los últimos tres años de R. y su madre se arman por fragmentos dispersos, muchos de ellos contados por la China en una mezcla de verdad-ficción. Un relato lleno de hipérboles en las partes más crudas, intentando sacarle provecho a su destino.

La última vez que publicamos algo de R., vivía con la China, el Pelao y su hermana Nadia en la casa de su abuela paterna. Allí, en un espacio diminuto, tenían instalada las camas, el comedor y la cocina. Pese a que la niña se cimbraba al borde del precipicio, lo que tenía era más de lo que su madre había conseguido en toda su vida con el resto de sus hijos. Así relataba su vida la China:

-Es muy diferente estar acá que en el río, porque a mí no me gusta que me manden y acá en la casa tengo que hacer las cosas como le gustan al Pelao. Igual he aprendido cosas nuevas que antes no hacía, como cocinar. Ayer hice carbonada de guatitas y nunca en mi vida había cocinado algo así. También aprendí a lavar -contó la China en julio de 2010.

Pero las cosas no resultaron. En diciembre, la China tuvo que salir arrancando de esa casa porque un día el Pelao le pegó. Por miedo a que le hiciera algo a la niña, se había ido a una casa en el barrio de La Chimba, donde por 35 lucas le arrendaba una pieza a un pastabasero. Por ese tiempo, la China también se apareció un día con el padre biológico de R., el Melón. El Melón andaba curado, y mientras la China cargaba sobre un coche de guagua un refrigerador que le habían regalado, él miraba a su hija y lloraba. “¿Se parece a mí, cierto?”, preguntaba.

En la Chimba, la China vivió hasta que un día nuevamente la encontré deambulando, sin tener dónde ir. Según me dijo, el pastabasero al que le arrendaba la pieza, una noche había intentado abusar de ella, pero se defendió y arrancó. Esa fue la razón por la que decidió partir al campo, a San Vicente de Tagua Tagua, en la Sexta Región. Allí vivía su hija Nadia, quien también se había ido de la casa del Pelao. El ambiente, decía, le agradaba, todo tranquilo para cultivar y tener a su hija. Pero su paso por este lugar tampoco duró mucho tiempo. Nadia hoy recuerda que su madre se peleó con su pareja, la que las alojaba, y que por eso tuvo que salir arrancando nuevamente. En todo este periplo R. acompañó a su madre viendo cómo todo se derrumbaba.

Carlos Laredogitia, el padre de Carlitos, la recién nacida guagua de la China, la conoció cuando ella estaba de vuelta de San Vicente.

-La conocí en enero del año pasado. Ella vivía en la calle. Llevaba dos semanas carreteando intensamente, pero la niña no estaba con ella. Estuvimos dos semanas viviendo juntos, pero como amigos, sin intimar -cuenta.

Se alojaron en unas piezas que Carlos había construido en un terreno que se había tomado con un amigo, en la calle Curicó. Cuando supo que la China tenía una hija le dijo que la trajera a vivir con él, pero que tenía que meterla a un colegio. Según él, la niña estudió de marzo a mayo en un establecimiento cerca de La Chimba, en Conchalí. En ese mes discutieron y se separaron. Un mes y medio después se reencontraron y la China le dio la noticia: estaba embarazada.

-Ella fue la que me dio el deseo. Me dijo: “sabí qué, quiero darte un hijo. Es lo que más quiero”. Yo le dije que también quería y lo hicimos. Eso fue al mes de habernos conocido -cuenta.

Cuando él conoció a la China, dice, vio en ella a una persona que venía mal, por la adicción. En ese tiempo, recuerda, él estaba en busca de una misión. En el 2007 salió de la cárcel luego de pasar 10 años preso por matar de dos escopetazos al amante de su ex esposa. Los descubrió acostados en su propia casa. Su paso por la cana le dejó un cáncer estomacal que hoy lo tiene desahuciado. Le dieron dos años de vida. Y por eso, dice, es que buscaba una misión:

-Quería hacer algo bueno después de todo lo malo que he hecho. Y considero que con ella lo puedo hacer, me creo capaz. Sé que me tengo que ir pronto de este mundo, pero por mientras voy a hacer cosas buenas, algo que quede.

En la casa de calle Curicó, Carlos, la China y R. vivieron hasta septiembre del año pasado. En esa fecha pillaron a la China consumiendo cocaína y el dueño del terreno los echó. El contacto de ambos se volvió esporádico y la China volvió a la casa del Pelao, donde también había vuelto la Nadia, luego de su paso por San Vicente. Sólo en diciembre se enteró de lo que había pasado en esa casa y, desde ese momento, no se ha separado de ambas.

La China tiene la mejor impresión de su nueva pareja y mucho odio contra su pareja anterior:
-El Carlos ha sido un gran apoyo en mi vida, es un cabro tranquilo. Si él no hubiese aparecido quizás dónde estaría. Pero tengo un odio contra el Pelao, por lo que le hizo a mi hija. Yo no soy mala, hermano, no tengo malos pensamientos, pero nunca antes había maldecido a una persona así como maldigo a este huevón, lo maldigo todos los días. El culiao hizo esto porque yo lo había dejado de querer. Ahora le queda la cana y después la mano mía -me dice.

LA CHINA
La China no dejó de ir a ver a R. al hospital desde que la internaron. Embarazada y todo, caminando con las piernas hinchadas, siempre estuvo allí, hasta el día en que se fue al Hospital San José. Su idea era parir después que a su hija la trasladaran al hogar del Sename, por eso se aguantó durante cuatro días las contracciones. Pero no alcanzó.

La angustia ha hecho trizas su mente. No sólo la agobia la pena de no estar con R. y no saber qué pasa con ella en el hogar. También le preocupa su nuevo hijo, que ya tiene 11 días. En el hospital, el psicólogo le ha dicho que ella se tiene que internar en un tratamiento para dejar la cocaína y que a Carlitos lo van a derivar a un internado de la red Sename. Al término de estas dos semanas, la China habrá perdido otro hijo.

Hace un par de días me llamó llorando. Decía que no aguantaba más, que si el doctor hacía lo que le había dicho, ella se iba a tirar con su hijo desde el cuarto piso en el que se encuentra internada. “Tú sabí que soy capaz, tío”, me dijo. “Yo sé que tengo que internarme, pero lo que yo quiero es que me pongan en un hogar con mi hijo, los dos juntos”, pidió.

Carlos, el padre de la guagua, tiene miedo. Anda como loco. La noticia le ha cambiado el ánimo y sus planes. Le atemoriza la actitud de la China. Dice que desde que le dijeron que le iban a quitar a Carlitos, a la China le tirita la pera, por lo nervios y por los casi 20 días sin consumir cocaína que lleva.

Su adicción ha sido incontrolable. Pocos días antes de tener a su guagua, un doctor del Cosam de Recoleta la mandó con una interconsulta al Instituto Psiquiátrico José Horwitz, para una desintoxicación. El diagnóstico del médico es triste: “consumo dependiente de cocaína $20.000 por día. Incapacidad de detener consumo. Mantiene consumo durante el embarazo. Actualmente en situación de calle. Test de personalidad: limítrofe”.

Cuando le pregunto a la China por su adición, ella dice que no es tanto, aunque después reconoce que lo es. Aclara sí, que en los días previos al parto no jaló. Pero que cuando supo lo que le pasó a su hija y la internaron en el hospital se borró por un par de días.

-¿Cómo creí que estoy hermano? Estoy de nuevo en el puente. Allá me he drogado, pa’ qué te voy a mentirte. Es lo único que me hace pensar en otras cosas, estar tranquila, no ver a mi hija. Yo sé que es malo, porque estoy esperando una guagua, pero me tengo que borrar. En el puente cierro los ojos y veo a mi Chucky correr, jugando con arena, cuando pedíamos moneas. Ver la niñita que yo tuve, hermano. La niñita que conversaba, que se divertía, que se reía, que era feliz. No lo que hay ahora. Me la van a llevármela a un hogar por un desgraciao. Mejor me hubiera ido pal puente con mi hija, mil veces. Allá ella sabía lo que era el cariño, el respeto. Ahora tú la vierai hermano, ella no es la misma y yo no soy la China -dijo el día en que me contó la tragedia.

La China dice que en su desesperación buscó a su madre para que la ayudara. Volvió a golpear la puerta de la casa de la que hace 35 años había salido, pero allí nadie la pescó. Ella dice que todo esto pasó por querer darle una vida mejor a su hija, un casa, como tantas veces se lo habían repetido los ‘tíos’.

-Los hogares culiaos no tienen ni un brillo, las familias no existen, no existen, no existen… Fui donde mi mamá a pedirle ayuda, como no me veían hace cualquier año pensé que me iban a ayudar, pero me pegaron un portazo en la cara. Yo soy sola contra el mundo -dice.

Esa desconfianza en la familia es fruto del fracaso en su historia y en la de sus hijos. Nada de lo poco que ella hizo, o lo que el resto hizo por ella para sacarla de la calle, resultó. Salvo el caso de Nilvia Gatica (28), la primera hija de la China, que hoy vive en casa de un familiar y no quiere saber nada de su madre, el resto de sus hijos son el resultado de la calle, los hogares y las cárceles. R. ya alcanzó el segundo nivel de esta triada.

LA MISMA HISTORIA

Si hay algo en que han coincidido todos los educadores que han intentado ayudar a esta familia en las últimas tres décadas y media, es en que, por sí sola, la China nunca podrá salir de la ribera del Río Mapocho. Por añadidura, sus hijos tampoco podrán hacerlo y caerán una y otra vez en centros de protección. Hace tres años esa era la profecía que recaía sobre R. Con matices, la predicción se cumplió. Si bien en algún momento la vida de la niña parecía alejarse del destino del resto de sus hermanos, su actual situación la puso nuevamente en este espiral familiar que ha convertido el abandono casi en un código genético, pues pareciera ser que los hijos de la China llevan en el ADN la impronta de la desesperanza. La R. lo ha vivido ahora, a los siete años, y Carlitos, apenas a los 11 días de vida, pues al cierre de esta edición, la petición de protección en favor de él ya se encontraba tramitada.

Pese a que Nadia Gatica dice que su madre dejó el ‘hampa’ por R., asegura que ella no es apta para tener una guagua ni criar cabros chicos: “la China siempre ha sido así, loca”, explica. Ella duda de que su hermana tenga un buen futuro en un hogar. Habla desde la experiencia. Nadia pasó por toda la cadena y gran parte de este fracaso lo atribuye al Sename.

-El Sename es una mierda, ha fallado con todos nosotros. ¿Tú creí que hemos cambiado por el Sename? He estado en todos los hogares y nadie te hace cambiar. Al revés, hay un puro camino. Yo también entré a los siete años como protegida y si a mi hermana no le ponen un stop va a ser una delincuente más. La R. va a querer estar con su mamá y va a arrancarse. Cuando tenía un poco más de edad que ella, yo me arranqué porque quería estar con mi mamá, pero ella estaba presa. Nunca la encontré. Empecé a robar pa’ comer -recuerda.

Nadia reconoce, eso sí, que el hogar al que mandaron a su hermana no es tan malo como por los que pasó ella. Al menos, avizora que ahí R. puede tener una opción.

Mireya del Río, experta que trató a la China en el 2004 cuando la juntaron con tres de sus hijos en el Hogar San Camilo, queda atónita al escuchar lo que le ha sucedido a R. en estas últimas semanas, pero no le impresiona. De alguna manera, el estilo de vida de la familia la exponía a eso.

Parte del padecimiento de esta familia -dice- tiene que ver con que el Sename cortó el presupuesto del Hogar San Camilo y la China y sus hijos quedaron a la deriva, cuando necesitaba de un acompañamiento durante un período largo. Asegura que las políticas del Sename no tienen un acercamiento a la realidad de las familias, porque están hechas con criterios de intervención del Estado, sin respetar lo que la familia ha construido, sin acercarse a ellos respetuosamente. Por eso, ella exime de mayores responsabilidades a la China en toda esta historia.

-El Sename hizo cosas esporádicas por los hijos de la China. No se le puede pedir que ella sola sea responsable de su familia. Ella requiere un período largo de apoyo, no solo material, también psicológico, y eso nunca se le ha entregado. Ella misma es una víctima de toda la vida que ha llevado. Se le ha separado de sus hijos, se le ha puesto en residencias, pero los internados no remplazan a la familia -dice.

La mirada de la China sobre el futuro de su hija tampoco es esperanzadora. Al igual que para la Nadia, el peso de su historia es el argumento principal.

-Yo crecí en los hogares del Sename y nunca me dieron ningún apoyo. Conozco todos los hogares y me dieron una mala vida. La R. va a aprender lo mismo que aprendieron sus hermanos –pronostica.

En el hospital San José, la China espera el traslado de su hijo Carlos, mientras piensa en R. Recuerda lo último que habló con ella, cuando la niña le dijo lo feliz que se iba a poner cuando naciera su hermanito. También cuando se puso a llorar y la consoló diciéndole que su pena también era la pena suya.

La China mira a Carlitos que está acostado en la misma cama. Acaba de amamantarlo. Dice que de la nariz hacia arriba es igual al papá y que la pera es de ella. El Sename y la justicia familiar, que ahora se harán cargo del niño, esperan que eso sea lo único que su madre pueda heredarle.

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#niña del puente#r#sename

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