Vivan las antípodas

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“Los localidades antípodas son aquellas que se encuentran exactamente opuestas en el globo terráqueo. En la tierra, al ser casi en su totalidad agua, encontrar dichos lugares es complicado y los ejemplos escasos”.

Esta es la explicación que subyace en la raíz de este documental, una coproducción con apoyo de distintos países: Argentina, Chile, Alemania y Rusia. La escena inicial y punto de referencia al que regresa la obra es Entre Ríos, con dos hombres que habitan un paraje casi solitario pero de una hermosura sobrecogedora, captado por una cámara que registra con la misma riqueza con que puede trabajar los colores un pintor.

Pronto, la música se revela como otro de los recursos de los que se sirve el autor para construir con paciencia un filme a cuyo embrujo es imposible escapar. Son cuatro parejas de localidades antípodas las seleccionadas por el director, introducidas sucesivamente, pero que no desaparecen a lo largo de la película, sino que se vuelve intermitentemente a ellas. En esos lugares que comparten tan extraña coincidencia, se encuentra lo mismo: la vida que brota en pequeños detalles de los seres humanos y de los animales, la belleza de los ambientes, el silencio que llena las cosas de sentido. Kossakovsky cree en el poder de revelación de la imagen, lo dice en uno de los mandamientos de su decálogo: “No filme si quiere decir algo, solo dígalo o escríbalo. Filme solo si quiere mostrar algo o si desea que la gente vea algo”.