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Nacional

15 de Mayo de 2012

Miguelito se hizo grande: así fue su primer homicidio

La carrera delictual de Miguel Ángel Moraga Fica siempre estuvo a la vista de todos. A los 14, ya tenía el récord de 16 detenciones y se convirtió en el niño símbolo de la Ley de Responsabilidad Penal Juvenil. Es difícil ese cartel para un niño. Esta es la historia de su barrio y de cómo dos niños que crecieron juntos terminaron en las páginas policiales sin que sus familias -también en el hampa- pudieran impedirlo. Uno se convirtió en víctima; el otro, en victimario.

Claudio Pizarro
Claudio Pizarro
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“¿Sabí lo que pasó en esa esquina?”, le preguntó María Fica a su hijo, tres días después que éste asesinara a balazos a un joven de 14 años en Conchalí. Miguelito miró el suelo. La pregunta lo dejó sin habla. Sabía perfectamente a lo que se refería su madre.

Miguelito mató a Nicolás Alcaíno Jara la noche del 25 de febrero pasado. Rato antes, Alcaíno Jara -junto a D., un amigo también menor de edad- estaba en una fiesta en la que ya había tenido una pelea con uno de los asistentes. No fue una noche tranquila. D. recuerda:

-El Nico le echó la aniñá; el huevón dijo que no pasaba nada y se fue. Después llegó otro loco, el Quique, y también tuvimos atado. A las finales nos dijo que no quería tener problemas y se viró.

Victoriosos, los dos se quedaron en la esquina de Principal y Cristina. Un amigo llegó en un auto, y Alcaíno lo invitó a fumarse un pito. Le dijo “bájate, si aquí está todo pagado, son todos hijos míos”. Un error, porque antes de prender el encendedor un Toyota Tercel rojo se estacionó y de él bajaron tres jóvenes. Uno de ellos, dice D., era Miguelito.

-Se bajó con así una pistola plateada, le pasa bala, se acerca al Nico y le pone cualquier balazo. Fue a quemarropa, cuando el Nico se cayó lo remató con dos balazos más. Después lo agarraron a patadas en el suelo.

D. huyó por los pasajes de la población seguido por los tres cómplices de Miguelito, que logró zafar y desapareció rápidamente. Su madre dice que esa misma noche tomó un bus hacia La Serena, mientras Nicolás Alcaíno moría en el Hospital San José. Faltaban tres meses para que cumpliera 15 años.

El lugar donde fue acribillado Alcaíno es el mismo sitio donde el papá de Miguelito fue asesinado de una certera estocada en el corazón, en julio del año 1993. María Fica cuenta que entonces estaba embarazada y que su esposo agonizó apoyado en su vientre. Cuatro meses después nació Miguel Ángel Moraga Fica, el mismo a quien su madre preguntó después del asesinato: ¿Sabí lo que pasó en esa esquina? Miguelito sólo atinó a mover la cabeza en sentido vertical.

Acababa de cumplir 18 años.

CUANDO CAIGA EL MANTO
“Ten cuidado cuando caiga el manto”, le soplaron a María Fica, al otro día de la muerte de Alcaíno. Ella de inmediato entendió que por la noche vendrían a cobrar revancha a su casa. “Me llamaron por teléfono la misma gente cercana al finado, me dijeron que me fuera; incluso llamaron a mi marido y a mi hijo que está en la peni”, cuenta. María sacó a sus nietos e hijos más chicos; los tres mayores se quedaron acompañándola. “No quería dejar sola la casa por miedo a que me la incendiaran”, explica.

A las ocho y media de la noche, dos autos cruzaron lentamente por el pasaje donde vive y otros dos se parapetaron en las esquinas. “¡Que salga Miguelito -gritaban-, que salga el hijo de la bastarda!”. María Fica y sus hijos alcanzaron a esconderse tras la única muralla de cemento de la casa antes que empezaran los disparos, que se extendieron por tres minutos. Dieciocho balas quedaron incrustadas en la casa. Antes que los autos se marcharan, María sintió un ruido en el techo y un fuerte olor a bencina. La mujer estaba preparada y junto a algunos vecinos comenzó a rociar el techo con agua.

-Teníamos listas las mangueras, menos mal que no se prendió el encendedor que tiraron -recuerda.

Horas después, a las cuatro de la madrugada, Miguelito regresó a la casa y se llevó a toda su familia a la playa.

Cinco días después compró materiales para construir un muro de cemento en el frontis de la casa. La vivienda, hoy, más bien parece una fortaleza.

Las escaramuzas no han cesado desde entonces. Pocos días después de la muerte de Nicolás, la casa de su abuela, Marlene Pincheira, fue impactada por cinco balazos disparados desde un auto de cuyas ventanas se asomaron los traseros de los agresores. “Están todos pedidos; cochinos culiaos se fueron en volá, si los pillo por ahí saco una pistola y los mato, no estoy ni ahí”, amenaza un amigo de Nicolás. Marlene Pincheira abandonó su casa y ahora está en otra, resguardada por la policía. También la casa de su hija fue baleada.

-Tengo una demanda puesta en la SIP (Carabineros), me fueron a tirar balazos a mi casa en Quilicura, andaban en una camioneta negra; el Miguelito andaba en el lote, nos quería intimidar. En Facebook dijo que me iba a quemar la casa, por eso me tuve que ir -cuenta Johana Jara, tía del muerto por Miguelito.

María Fica defiende a su hijo. Dice que si pasó algo así fue porque la tía del finado, junto a su marido, intentaron quemarle su casa.

-No te puedo decir si Miguelito fue a su casa, a lo mejor sí. Si fue, estamos a mano porque ellos vinieron también a mi casa. Más encima, cuando les viene la veleidad, pasan a balearme la casa -cuenta María Fica.

La escalada sigue. Un par de semanas atrás, cuentan en la población Chacabuco, un conjunto de blocks tipo dúplex donde vivía Nicolás, balearon al “Grasita”, un niño parecido a G., el hermano mayor del finado. Fue en represalia por otro baleo en la población Ferrer, donde vive Miguelito, que dejó cinco heridos, entre ellos un niño de 13 años que ahora se rehabilita en la Teletón.

A tanto ha llegado el odio, acusa María Fica, que el hermano de 17 años del muerto, habría intentado matar a la hija de cinco meses de Miguelito:

-Quieren puro secuestrar o matar a mi nieta para hacerle daño a mi hijo. El otro día estaba el coche afuera de la casa de su otra abuela y lo agarraron a balazos pensando que la niña estaba ahí, si la niña no tiene la culpa, así son ellos.

La familia de Nicolás alega que G. no tiene nada que ver y que los supuestos ataques son de gente que aprovecha la ocasión para desquitarse de Miguelito. A tal nivel ha llegado el absurdo de los enfrentamientos que ambos muchachos, G. y Miguelito, tienen hijos con unas hermanas, sus hijas son primas y ellos, en rigor, concuñados.

“PERKINES RESENTIDOS”
El miércoles 29 de febrero, Ximena Jara Pincheira, condenada por tráfico de drogas hasta el año 2021, recibió el cuerpo de su hijo Nicolás en la capilla de la Cárcel Femenina de San Joaquín. “Estaba dopada, apenas se podía las piernas”, recuerda su madre, que estuvo ahí acompañada por G. y su hija, Johana. “Ver a un hijo muerto en la cárcel no se lo doy a nadie, es un dolor insoportable”, agrega.

Ximena Jara, en cuanto vio el ataúd, corrió a abrazar a su madre.

-Mataron la mitad de mi vida, gritaba, besaba a Nicolás a través del vidrio, le hacía cariños, le decía que nunca más lo iba a ver y que no lo iba a olvidar nunca -recuerda Marlene Pincheira.

La mujer, recluida desde mayo del año 2008, se enteró de la muerte de Nicolás a través de una llamada telefónica. “Yo no quería avisarle porque es capaz de cualquier cosa”, agrega su madre.

A Ximena Jara, conocida en el hampa como La Quintrala, hoy la acusan de ofrecer dinero por la cabeza de Miguelito.

Jara se hizo cartel como la más grande traficante de Recoleta. Tenía varias propiedades y era querida en el barrio. Cuando cayó presa, se hizo famosa luego de fugarse al interior de un bolso en julio del 2007. Sacó portada en LUN y desde entonces la llaman “La reina del escape”. Luego partió a Europa, donde estuvo poco más de un año hasta que fue deportada desde Suiza y regresó a la cárcel.

-Nos mandaba encomiendas llenas de relojes, ropas, joyas. De chica le gustaba tener, no dejaba que la pasaran a llevar. Viajaba a Europa con gente conocida. A sus hijos nunca les faltaba nada. Cuando murió el Nico, llegaron coronas de distintas cárceles -recuerda Marlene Pincheira.

Desde la cárcel, La Quintrala estaba al tanto de las andanzas de sus hijos y monitoreaba sus pasos. Conocía perfectamente de las disputas con Miguelito y sabía que el asunto en cualquier momento podía pasar a mayores. Por eso intentó interceder:

-Hablé incluso con el padrastro de Miguelito, el Moraga, que está en la Peni. Como mamá, le advertí lo que podía pasar. También conversé con su mamá, le dije que frenara a los cabros. La culpa es de esa vieja, que nunca paró a su hijo -acusa La Quintrala desde la cárcel.

María Fica reconoce el llamado de la mujer. Ocurrió, dice, después que un amigo de Miguelito baleara en una pierna al Gary, luego de robarle un medallón de oro. “Me dijo ‘hermanita, estos tales por cuales andan pasando a llevar la casa de los choros. Voy a hablar con estos cabros huevones para que ocupen las pistolas para chorear y me manden algo a la cana porque estoy terrible tirá. Mi marido también habló con ella y le dijo que le parara la mano a sus hijos porque Miguel era chico pero decidido”, recuerda María Fica.

Ninguna de las familias pudo contener a Miguelito y Nicolás. La vida de los dos se desarrollaba en la calle. Los padres de Nicolás estaban presos y la madre de Miguelito fue incapaz de ponerle coto a sus desmanes. Miguelito a los 14 años había sido detenido más de 15 veces. Su historia le valió ser el niño símbolo que usaron las autoridades para promover la Ley de Responsabilidad Penal Adolescente. Con Nicolás se conocían de siempre.

-Cuando niños conversaban, compartían, Nicolás iba para mi casa, se bañaban en la piscina, eran amigos. Yo les preparaba sándwiches. Incluso un hijo mío, el Gustavo, fue compañero de camino con la Ximena, trabajaban juntos. Después que el Gary agarró a balazos mi casa, la cosa cambió -explica María Fica.

El distanciamiento, Fica lo atribuye a un vocablo que se usa frecuentemente en las poblaciones: la veleidad, que no es otra cosa que el resentimiento y la envidia elevada al cubo. Ximena Jara, desde la cárcel, coincide: Miguelito, dice, comenzó a mirar con celos a su Nicolás cuando éste empezó a robar cajeros automáticos. “No quería tener sombra, no podía ver a otro cabro chico igual que él”, cuenta. Marlene Pincheira, la abuela de Nicolás, cuenta que Miguelito una vez le robó una moto a G, su nieto, y ella tuvo que ir a buscarla a la casa de su mamá. “Si era terrible ese cabro chico”, cuenta. La rivalidad fue creciendo a medida que Nicolás dejaba de ser niño. Los papeles lentamente comenzaron a invertirse.

-Al principio, Miguelito se juntaba con nosotros. Salíamos a robar juntos. A veces llegaban pa’ acá con su piño, traían pitos; nosotros se los fumábamos, quedábamos volados y más encima les pegábamos. Llegaban en moto, se las quitábamos y volvíamos en la tarde. Con el tiempo, Miguelito empezó a cachar que el Nico era más que él y no le gustó -cuenta un amigo de Nicolás, miembro de la Banda del Terror -Los Bandalitos-, un grupo de fanáticos de la Universidad de Chile.

Las peleas entre Los Bandalitos y el grupo de Miguelito se agudizaron. No podían verse ni en pintura. A veces estaban sentados en las escaleras de los blocks, recuerda un amigo de Nicolás, y descubrían que los apuntaban con un láser. “Nos agachábamos y empezaban a disparar. Era el Miguelito. Son perkines resentidos porque uno les ha pegado, los ha paqueado, entonces quedan con la mente sucia y lo único que quieren es desquitarse”, agrega.

Para colmo, tenían líos de falda. Cuenta uno de Los Bandalitos: “El Nico más encima le comía la polola a Miguelito y lo vacilaba en Facebook. El Nico pasaba, la llamaba y la hueona se subía a la moto. El Miguelito estaba vivo de lo que pasaba y se ponía terrible bravo”, agrega. Pero D, la joven menor de edad en cuestión, niega cualquier relación con Nicolás. Lo único que reconoce es que vivió un tiempo al cuidado de La Quintrala cuando tenía nueve años. “Mi papá, que era amigo de ella, cayó preso y me dijo que fuera a vivir con la Ximena. Estuve unos meses, después ella se fue en cana y yo me fui para mi casa”, precisa.

-La Ximena crió a la D. como hija, su mamá la dejó tirada porque es angustiada. Mi hija la vestía de punta en blanco, le ponía anillos de oro, le compraba ropa de marca, andaba derechita. Sufrió mucho cuando se fue presa y tuvo que dejarla botada -cuenta Marlene Pincheira.

D. no sólo conoce de cerca a la familia de Nicolás. También a sus amigos. “Son de donde vivía yo, un piño grande, se creen choros pero son puros cabros chicos, de 12, 15 años, puros giles, perros del Nico”, dice. Desde la muerte de Nicolás que D. está amenazada de muerte. Hace poco le escribieron en Facebook que “se la estaban tejiendo”.

“SOY UN NIÑO, TENGO DIEZ AÑOS”
En agosto del 2011, Miguelito viajó a Europa. Estuvo allí 40 días y, según las fotos de su Facebook, recorrió París y Roma. “De chiquitito ha viajado, se crió en Europa, la primera vez fue cuando tenía 8 meses. Incluso tengo un hijo que nació allá, en Milano”, cuenta María Fica. El padrastro de Miguelito, Sergio Moraga, fue el que se llevó a todo el clan al primer mundo.

-Vivimos en Bélgica, Alemania, Italia y Paris. Estuve seis años. La vida es buena afuera, pero hay mucho racismo y la gente es muy fría. A Miguelito lo conoce toda la gente que viaja para allá. En Europa aprendió a cuidarse. Los compañeros de Miguel son de otra clase, gente que viene de la cuna -agrega su madre.

El regreso temprano de Miguelito generó especulaciones. Sus enemigos dicen que llegó pato y “más picao a choro que nunca”. Su madre asegura que le fue tan bien que decidió regresar antes. “Incluso tiene plata ahorrada”, cuenta.
Su llegada a Chile estuvo marcada por tres hechos: el nacimiento de su hija, su cumpleaños número 18 y la muerte de Nicolás Alcaíno. Fueron seis meses intensos donde siguió trabajando en lo suyo, arrancándose con su polola a la playa y llenando el refrigerador de su casa.

-Él siempre se preocupó de que no nos faltara nada, me acuerdo que una vez que nos incendiamos, a puertas cerradas, Miguelito llegó con un living y un camarote. Tenía apenas 12 años. Otras veces llegaba con 200 lucas. Me decía que mi esposo la había mandado, pero era mentira: era plata de él -recuerda su madre.

Cuando su marido cayó en prisión, María Fica tuvo que apechugar sola con siete hijos. Miguelito entonces tenía seis años. “Él veía que éramos muchos y yo estaba sola. Si robaba, lo hacía para ayudarme”, cuenta Fica.

¿Y usted no trabajaba?
-Yo siempre le he dado a mis hijos. Trabajé en la feria, vendía hawaiianas. Hasta tuve que traficar y no lo niego. Hace tres años que mi hijo me dijo que nunca más lo hiciera. Cada 15 días va al supermercado y llena el refrigerador. No creo que ninguno de Los Bandalitos haya hecho eso con su mamá.

María Fica sabe que todo el mundo la critica por no haber enrielado a tiempo a su hijo. Pero ella dice que lo castigaba y a veces lo agarraba a correazos. Cada vez que su hijo robaba, María lo obligaba a repetir: “soy un niño, tengo 10 años”. Miguelito repetía la frase a regañadientes.

-Hay gente que me critica porque apoyo a mi hijo, pero qué le vamos a hacer, para una madre no hay hijo malo, así es el destino. Nadé contra la corriente y si no se pudo, qué le voy a hacer -se defiende.

Y no se pudo. Ni el Estado pudo o se interesó en hacerlo, porque Miguelito estuvo cuatro veces preso en centros de menores: tres en San Joaquín y una en San Bernardo. En cuatro oportunidades estuvo con libertad asistida. También participó del Programa de Intervención Especializada (PIE), donde eran derivados los casos más conflictivos. María Fica dice que cuando salió venía con otra mente, “en vez de ayudarlo, lo perfeccionaron”.

Y Miguelito, cuando cumplió la mayoría de edad, parafraseó a su madre y le dijo: “Soy un hombre, tengo 18 años”. Y tres meses después de celebrar su cumpleaños asesinó a Nicolás Alcaíno. Estuvo escondido dos semanas y luego volvió a su barrio.

-Tenía claro que ellos iban a cobrar y que si se regalaba se la iban a hacer -explica María.

Y así fue. El domingo 8 de abril, Miguelito fue a buscar las llaves de su casa donde una tía que estaba en el Mall Plaza Norte. Iba con su polola y decidieron entrar a ver una película. A la salida se sentaron en una banca. Sintieron unos disparos. Miguelito se tiró al suelo, intentando proteger a su polola, mientras le disparaban por la espalda. Recibió dos balazos con salida de proyectil, uno en el hígado y otro en el tórax. D. se lo llevó al Sapu y de ahí lo trasladaron al hospital San José. Allí fue formalizado por el delito de homicidio calificado y se abrió una causa por homicidio frustrado en su contra.

Miguelito, en rigor, sigue como siempre: es víctima y victimario.

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