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Opinión

24 de Mayo de 2012

Sin tanto dique

El 21 de mayo, a estas alturas, tiene poco que ver con el Combate Naval de Iquique. Es el día en que el presidente da su discurso anual. Todo el poder político participa de un show en vivo. El público externo, como nos fue develado, se disfraza y ovaciona al primer mandatario a cambio de […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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El 21 de mayo, a estas alturas, tiene poco que ver con el Combate Naval de Iquique. Es el día en que el presidente da su discurso anual. Todo el poder político participa de un show en vivo. El público externo, como nos fue develado, se disfraza y ovaciona al primer mandatario a cambio de un queque bañado en chocolate –un Chocman–, y un juguito en caja. “Nos dijeron que nos llevaban pa’ la playa”, contestó una señora con tenida piñerista cuando le preguntaron por qué estaba ahí con esas pancartas, y a continuación describió el cocaví.

En frente, al final de una escalera y una alfombra roja como la de los premios Oscar, la Comisión de Pórtico. Fue por esos peldaños que Moreira se sacó la chucha. (Así he oído que se dice). En el salón plenario del Congreso Nacional, los diputados y presidentes de partidos traficaban con chapitas, unas de apoyo (“Chile Cumple”) y otras en recuerdo de la ex presidenta de la república, Michelle Bachelet (“Estoy Contigo”). Piñera entró nervioso. Se le notaba por los gestos faciales y por ciertos movimientos eléctricos en los brazos, contra natura constreñidos.

Entre los invitados a la fiesta se vivían momentos de tensión, a causa de las habladurías con que los miembros de uno de los bandos intentaban deshonrar a la reina sagrada del bando contrario. Evelyn Matthei asegura que si no hubo mocha fue gracias al socialista Escalona, actualmente a la cabeza del senado. En la testera, dicho sea de paso, se le veía mucho más elegante que de costumbre. Osvaldo Andrade, el presidente de su partido, quería sangre, o al menos escupitajos.

A Sebastián Piñera le vino bien el romadizo con que llegó a leer la cuenta pública. Le bajó las defensas, lo fragilizó, de modo que sus primeras palabras, quizás como nunca antes en su vida, consiguieron establecer contacto con almas chilenas. Pidió perdón con la cara de un niño amonestado, si no convencido, al menos arrinconado. Los sorbeteos de nariz colaboraban con los aires de arrepentimiento. Nunca dijo, sin embargo, por qué pedía perdón. ¿Por no ser lo popular que se había creído? ¿Por permitir que los suyos atacaran a Bachelet? ¿Por no haber sabido calmar los ánimos callejeros? ¿Por haberse pasado de cachetón?

Al terminar el discurso volvió a disculparse, pero tampoco entonces explicó de qué. ¿Con qué culpa carga el presidente? De lo realizado hasta aquí, un mandatario concertacionista habría tenido bastante para jactarse: inscripción automática y voto voluntario, ley de uniones civiles, darle el vamos a la discusión de una reforma tributaria, una mejor legislación para la empleadas domésticas, el sueldo ético… El problema es que para nada de esto fue elegido por sus partidarios más cercanos, de modo que no pudo celebrarlos como triunfos. Eran todas pretensiones que los gobiernos anteriores se supone que tuvieron, y no fueron capaces de llevar a cabo. Si Piñera termina con el sistema binominal, habrá sido el más progresista de los últimos gobiernos, a pesar de los suyos, y quizá incluso de sí mismo. “No basta con hacer las cosas correctas, también hay que hacer correctas las cosas”, dijo en cierto punto de su alocución, frase sin duda misteriosa, casi oracular, que tal vez explique este fenómeno.

Comienzo a creer que Piñera era el hombre que Chile necesitaba para estos momentos: un político inhábil, con poco control sobre sus huestes y las contrarias, que le permitiera a las fuerzas contenidas desbordar sus cursos, sin tanto dique. Por otra parte, como su mayor ambición es ser querido, no cuenta con el carácter para contradecir terminantemente los cauces liberados. El retorno de Michelle Bachelet, en cambio, representa todo lo contrario. Con tal de recuperar el poder, la oposición entera buscará el abrigo de sus faldas, y muchos ríos volverán al embalse. No es mocosería temerle al estancamiento.

La perorata presidencial continuó débil y poco auspiciosa. El énfasis que, en sus primeros párrafos, prometió poner en la educación, se chingó en el camino sin propuestas atrevidas ni nada que invitara a pensar un viraje en nuestro actual sistema mercantil. Ni siquiera reorientó la conversación, subrayando algún objetivo primordial. “Quien no sabe hacia donde navega, no conoce los vientos favorables”, leí hace tiempo en las rocas de un embarcadero portugués.

Quizás ahí esté el centro del problema, la razón por la cual nada de lo que diga alcance a convencer: sucede que, a estas alturas, no es de parches de lo que queremos hablar, sino de un cambio en la ruta, el paso de un estadio de desarrollo social a otro mucho más inclusivo y democrático. Respecto de cómo generaremos la energía, por ejemplo, no dijo nada. A mí me dio la impresión de que había demasiados intereses económicos involucrados como para abordar un nuevo plan nacional, diseñado con un criterio político y de bien común, en lugar del remate a que actualmente está entregado el concepto de crecimiento y nuestros recursos naturales. No es mucho lo que cabe esperar del timonel, pero los marineros andan tan amotinados, que vaya uno a saber en qué puerto termina este barco. Hay ocasiones en que no es el capitán, sino los vientos los que mandan.

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