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Opinión

29 de Mayo de 2012

Terremoto Vaticano

Por El País Dicen que el Papa está “entristecido”. Cómo no entender tan humana reacción ante el lanzamiento de sus documentos secretos a la plaza pública, tres cardenales dedicados en cuerpo y alma a la identificación de cuervos, el arresto de su mayordomo con fotocopias de cartas enviadas personalmente al pontífice, la búsqueda de otra […]

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Por El País

Dicen que el Papa está “entristecido”. Cómo no entender tan humana reacción ante el lanzamiento de sus documentos secretos a la plaza pública, tres cardenales dedicados en cuerpo y alma a la identificación de cuervos, el arresto de su mayordomo con fotocopias de cartas enviadas personalmente al pontífice, la búsqueda de otra posible traidora en forma de mujer casada… ¿Y todo para qué? ¿Solo para enriquecerse?

Muchos especulan con que se trata de simples piezas usadas en las luchas intestinas de la curia. Hace tiempo que abundan las filtraciones embarazosas. Pero la gota que rebosa el vaso es un libro, Su Santidad, los papeles secretos de Benedicto XVI, donde se reproducen decenas de documentos ultrasecretos que, según sus primeros lectores, cuestionan al secretario de Estado, Tarcisio Bertone. Una semana después de la publicación del libro no solo está detenido el mayordomo papal, sino destituido el presidente del IOR (la Banca Vaticana), Ettore Gotti Tedeschi, que, a impulsos de Benedicto XVI, ha intentado limpiar el mal nombre del banco. El momento es crucial: un grupo de expertos del Consejo de Europa debe decidir en pocas semanas si el Vaticano merece pasar a la lista de Estados comprometidos en la lucha contra el blanqueo de dinero.

Mientras tanto, Paolo Gabriele, el supuesto autor del robo de las cartas del Papa, permanece en una “celda de seguridad” en alguna parte de las 40 hectáreas sobre las que se asienta el Estado del Vaticano. Reza y calla, dicen unos; colabora con la investigación, sugieren otros. Se atribuye a su confesor haber dicho que no es posible que haya traicionado al Papa y que, de ser cierto, ya no se podría creer en nada.

Llegados hasta aquí, un novelista de intriga se pondría a pensar en cómo dar continuidad a su obra: llevar las tramas hasta culminar en una revelación sensacional, o sepultarlas en el misterio, como hizo Umberto Eco con los crímenes investigados por fray Guillermo de Baskerville y su novicio Adso de Melk en una abadía benedictina. Se pasaría así de una ficción ambientada en la Edad Media al terremoto, más convulso y real, que sacude al Vaticano en pleno siglo XXI.

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