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Opinión

4 de Julio de 2012

Una novela escrita por sus propios protagonistas

“Nuevo Buda de la prosa norteamericana” llamó Allen Ginsberg, en la dedicatoria de Aullido, a Jack Kerouac. Viniendo de un escritor budista, es una declaración de enorme admiración literaria, sin duda, pero también de honda amistad. Y esa amistad y esa admiración no hacen otra cosa que desplegarse a sus anchas en las recién publicadas […]

Vicente Undurraga
Vicente Undurraga
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“Nuevo Buda de la prosa norteamericana” llamó Allen Ginsberg, en la dedicatoria de Aullido, a Jack Kerouac. Viniendo de un escritor budista, es una declaración de enorme admiración literaria, sin duda, pero también de honda amistad. Y esa amistad y esa admiración no hacen otra cosa que desplegarse a sus anchas en las recién publicadas Cartas: desplegarse, sí, lo que incluye replegarse –porque en ocasiones se pelean o burlan–, profundizarse –porque se van conociendo, leyendo y queriendo a medida que pasan los días, meses, años– y expandirse –porque aparecen, ya como destinatarios anexos, ya como temas de conversación, otros amigos, como William Burroughs, William Carlos Williams, Neal Cassady, Gregory Corso, Peter Orlovsky, Gary Snyder y otros–.

Casi veinte años (de 1944 a 1963) de correspondencia recoge este libro cuyo efecto de lectura fue definido pertinentemente por un crítico norteamericano como el de una novela dostoievskiana. Se asiste en estas casi seiscientas páginas al nacimiento y desarrollo de una verdadera amistad. Relatos de viajes, de introspecciones, de apuestas, intermediaciones y fracasos editoriales, discusiones en torno a lecturas, datos de drogas, intercambios de borradores, referencias a amigos y a enemigos, descubrimiento del budismo, palos de ida y palos de vuelta, favores concedidos y también favores negados, descripción de cuadros homosexuales, de tomateras, de delirios de escritura, de estrecheces pecuniarias, pelambres y recados íntimos. La vida misma, y su escritura, es la materia de este libro.

Making off de la médula de la literatura beat, Cartas puede leerse como un todo (como una novela dostoievskiana) o bien, naturalmente, por partes, a saltos, entrando y saliendo sin tapujos como Kerouac y Ginsberg pasaban sin tapujos de la vida a la literatura o, lo que para el caso es lo mismo, de la literatura a la vida. Veinte años de correspondencia no exigen, si bien lo resisten perfectamente, ser leídos de un tirón. Como sea, el libro deja para el lector una serie de ideas, anécdotas, experimentos con el lenguaje, risotadas y declaraciones de enorme interés, como aquella que en una carta de noviembre de 1952 Kerouac le lanza a Ginsberg tras haberle éste dicho que en su novela En el camino “podría haber demasiada verbosidad intrascendente”, una frase que hace pensar en las búsquedas que en los últimos veinte años ha emprendido Nicanor Parra en sus Discursos de sobremesa: “La literatura, tal como tú la entiendes cuando empleas términos como ‘verbal’, ‘imágenes’, etc., y cosas parecidas, en fin, todo el ‘aparato’ de la crítica, etc., ya no tiene nada que ver conmigo, porque lo que me hace decir ‘asqueroso pendoncete entre los juncos’ es preliterario, yo ya pensaba así antes de aprender las palabras que utilizan los hombres de letras para describir lo que hacen”.

Cartas se suma a otros libros publicados en los últimos años, como Las cartas de la ayahuasca (entre Ginsberg y Burroughs), En la carretera. El rollo mecanografiado original (la versión felizmente no editada de En el camino), Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques (divertida novela coescrita por Burroughs y Kerouac); esta sumatoria de libros recientes puede ser leída como una gran novela sobre la vida, el movimiento y los libros beat escrita por sus propios protagonistas.

CARTAS
Jack Kerouac / Allen Ginsberg
Anagrama
2012, 589 páginas

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