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Opinión

10 de Julio de 2012

“Le canté, le bailé y le pasé las plumas por la cara al General Pinochet”

Maggie Lay, cercana a los 60 años, luce, a punta de pesas y sin ninguna cirugía, un cuerpo que muchas jóvencitas envidiarían. Por estos días, quien fuera bailarina emblemática de los míticos teatros revisteriles Bim Bam Bum y Picaresque, sigue moviendo las plumas como antaño, actúa en teatro y trabaja como taxista en San Bernardo. Acá cuenta su vida, opina de lo que sabe y despeja mitos en torno a la relación entre agentes de la dictadura y vedettes. Sin pelos en la lengua.

Macarena Gallo
Macarena Gallo
Por

Fotos: Alejandro Olivares

Eres la única vedette de antaño que se mantiene regia a su edad.
-Soy como el último dinosaurio en extinción. Soy hija de la pata de hierro, de la dictadura, de los 80, y la última que va quedando vigente. Y es más: creo que moriré con las plumas puestas si es que me mantengo así de bien.

¿Por qué las otras vedettes habrán terminado tan acabadas?
-Las vedettes están viejas, destruidas, todas caducas, no sirven. Una está gorda, la otra está sentada en una silla de ruedas, en fin, ya pasó el cuarto de hora de ellas. A mí me queda un poco de chispa todavía. Pero un poco no más. Por algo estoy tomando una vida como actriz, porque a lo mejor de aquí a tres años no pueda lucir mi bikini como ahora. Además que las otras llevaron una mala vida: tomaron, hicieron mal uso de la noche y qué sé yo. Yo no caí en eso. Sí me tomaba mis copetitos, pero con mi marido, que era un jugador empedernido, un ludópata que murió ruleteándola.

¿Nunca caíste en las drogas?
-Las probé. Pero las encontré atroz.

¿Qué probaste?
-La cocaína y todas esas mierdas. Una vez me mandé un toque de cocaína y me quedé como tres días sin dormir. Me dejó hiperkinética. No me gustó. Pero no dejo mi cigarrito y mi vinito navegado que tomo de vez en cuando. Con esto del vino me acordé de la Violeta Parra.

¿Por qué?
-Ella era muy amiga del marido de mi tía nana, Germán Montero, que en Mosqueto tenía su departamento donde llegaba mucha gente. Y ahí conocí a la Violeta y me acuerdo que a ella le gustaba el vinito navegado y terminaba raja. A ella la vi varias veces tomando su vino navegado y tejiendo sus arpilleras. Me dio mucha pena cuando murió. Sus canciones eran tan lindas, bellas y sencillas porque ella era una mujer muy sencilla. Al que no conocí y que me habría encantado conocer es a Víctor Jara. Me encanta su tema “El cigarrito”. Una pena que lo hayan matado. Por eso cuando uno se entera de todo lo que pasó, da pena porque podría haber hecho algo. Y no lo hice.

DE TOQUE A TOQUE

¿Cuándo te enteraste de que acá pasaban cosas malas?
-En los 90, cuando viajé a Europa y me encontré con muchos chilenos exiliados que me contaron las graves violaciones a los derechos humanos.

¿Cómo era bailar de toque a toque en dictadura?
-Como no podíamos salir, no quedaba otra que seguir carreteando. Se bailaba, pero no había escándalos ni problemas, porque se sabía que si quedaba la grande podían llegar los milicos y nos hacían mierda.

A los milicos le gustaban estos espectáculos.
-Sí, pero no iban tanto. Tenían su círculo. Ellos me pagaron para irles a bailar a los pingüinos, a los peladitos rasos, que estaban haciendo el servicio militar obligado en Puerto Williams.

¿Cómo estuvo eso?
-Maravilloso. Me llevaron en un cuadrimotor donde llevaban gallinas, pollos, diarios, etcétera, etcétera, y yo. Los pobres me tenían preparadas unas mesas con mantelitos blancos. Y les bailé, poh. Hartas veces me contrataron los militares para bailarles. Y pagaban bien. A los carabineros no les cobraba.

¿Por qué no?
-A ellos les bailaba gratis para que me dieran la pasada y no me molestaran. Porque ellos te paraban, te revisaban los papeles, y podías tener problemas. Es que era un tiempo muy difícil pos, mi amor.

¿Y conversabas de estas cosas con tus compañeras vedettes?
-Se conversaba, pero muy a bajo cuerda, porque no se sabía quién podía estar sapeando. Había mucha gente delatora.

¿Y te identificabas con Pinochet?
-Nunca he tenido tendencia política. Soy y siempre he sido del pueblo. Cuando decidí ser artista, opté por no meterme en esas cosas.

Se dice que le bailaste a un general. ¿A quién sería?
-A Pinochet, pues. Él mismo me eligió. Fue en un hotel, en un seminario en Antofagasta para celebrar los cien años de la Guerra del Pacífico. Y él quería ver a la Maggie Lay en vivo para la celebración.

Sin que se enterara doña Lucía, por supuesto.
-Me imagino que la ñora no se debe haber enterado. A ella no la conocí personalmente. Una vez me llamaron para el centro de madres que tenía, el Cema Chile, y no fui porque me quedé dormida. Pero te sigo contando. El general Pinochet me contrató para un evento privado, porque él no podía ir a cualquier lado y que lo vieran en un evento con una vedette, ¡cómo se te ocurre! Pinochet esa vez andaba con su plana mayor ejecutiva. Me pagó muy bien, sino no habría ido.

¿Y cómo fue el show?
-Le canté, le bailé y le pasé las plumas por la cara al general Pinochet, que quedó fascinado. “El número muy bueno”, me dijo aplaudiendo. Se tomó un whisky, se paró y se fue. Nunca más lo vi.

¿Qué te pareció él?
-Dicen que era tan malo. Pero cuando lo vi me pareció un hombre de ojos azules, muy intensos, pero de mirada fría. Para que yo lo haya hecho reír, debo haber sido muy loca.

¿Y físicamente cómo lo encontraste? ¿Encachado?
-Buenmozo, muy buenmozo.

Y terminó tan feo el pobre.
-Claro… Tampoco me inspiró temor, porque de hecho le pasé las plumas por la cara y le hice el meneo… Pero, claro, a lo mejor eso lo hice de manera inconsciente.

¿Ahora lo habrías hecho?
-Por la plata, sí.

Te deben haber criticado por eso.
-Claro. Hay muchos artistas que trabajaron en ese tiempo, como el Florcita Motuda o El Temucano, que tenían que ganarse la vida acá. A el Temucano lo llamaban los militares, le pagaban harto y cantaba “qué linda la casa chica, sácate el delantal y qué huevada”. A mí se me criticó y se me tuvo bien vetada. La gente todavía piensa que yo pertenecía al gobierno de Pinochet y que soy pinochetista como la Patricia Maldonado.

O como la Maripepa Nieto.
-No, no, no. Ella era muy buena persona pero nunca me metí con otro hombre.

¿Te refieres a Álvaro Corbalán?
-No me consta eso. Nunca supe si existió esa relación. A él nunca lo conocí. Quizás me vio bailar, pero tampoco me consta. Nunca tuve participación, comida, con ningún milico. Yo trabajaba, me iba y punto. Carreteaba con mis colas, mis bailarines, con ellos nomás.

LA FEMME FATAL

Me decías recién que no eras una devoradora de hombres. ¿Por qué no?
-Soy como la odalisca del cuento Las Mil y una Noches que, cuando la iban a matar, contaba todos los días un cuento y así hacía durar su vida. Soy entretenedora en ese sentido. No soy la femme fatal, la come hombres, como creen que somos las vedettes. Está mal entendido el concepto de vedette.

A veces se les asocia malamente con la prostitución.
-Claro. No tengo nada en contra de las putas. Ellas cumplen un rol fundamental en esta vida, sino estaríamos llenos de violadores y desgraciados que hacen daño. Pero la comparación está mala.

¿Cuál es el límite para una vedette?
-Uno, pues, mijita. Uno está para rayar la cancha. Si la cuestión es así: te vengo a cantar y a bailar, ahora si tu imaginación te lleva a otra parte, problema tuyo. Debe haber algunas que pasan ese límite, pero no soy quién para juzgar. Cada una sabe donde le aprieta el zapato. Hay miles de cabritas que hacen eso, que pegan en televisión y que no son nada. Después cuando ese cuerpito se acabe, qué calidad podrán entregar…

Tú igual tuviste tu paso por la tv…
-Sí, en los programas de Enrique Maluenda, que eran pura entretención, alegría, les daba salsa de tomates a los viejitos, era divertido. La tv era más sana. Ahora, te digo, el género revisteril está muerto. Las que se hacen llamar vedettes están en la tele para puro agarrarlas para el fideo. La tv ahora es una mierda. Dime qué programa aparte de Quiero Ser Millonario es bueno. Ninguno.

Ahora la vedette se asemeja a las chicas de Morandé con Compañía.
-Claro. O las que bailan en el caño son las vedettes.

¿Tú no bailas en el caño?
-No. Nunca bailaría el caño. A los hombres les encanta, pero a mí no. No me gusta, además que encuentro que está pasado a choro y todo manoseado, porque todas se refriegan en ese palo, jajaja.

En tu época, ¿de qué se valían las vedettes?
-No nos hacíamos cirugías. Esas cosas vienen a posteriori.

Pero imagino que igual se ponían sus rellenos.
-Claro, los panchitos. Era un sostén duro de metal o de cartón al que en su interior le colocábamos unas almohaditas. Eran sostenes con pillería. Eran maravillosos, porque nos levantaban todo. Ninguna tenía cirugía ni prótesis. Perdona, pero voy a ser bien sincera contigo y bien pesá, ahora se les dice vedettes a cabras que están todas siliconeás, con potos y tetas plásticas, cabras sin ningún valor.

Puro envoltorio.
-Tú crees que una Luis Vuitton vale más que el que pueda cantar una linda canción. No. No es que sea una resentida, pero así lo veo. Las vedettes están en extinción. En estos momentos no hay material, la palabra vedette la tienen muy mal empleada. Yo digo el día que se mueran estas niñas van a haber dos pelotas de siliconas enterradas, porque no creo que los gusanos se las vayan a comer. Yo me voy a cremar.

¿En serio?
-Sí. Y estas cabras van a tener que hacer lo mismo. Si no imagínate: van a quedar potos y tetas dentro del ataúd, entre medio del esqueleto. En todo caso, sería hipócrita si te dijera que no me hecho ninguna cirugía. Me hice pero sólo para estirarme las patitas de gallo. Es envejecer con dignidad.

¿Le temes a la vejez?
-No me gustaría verme mal de vieja. No quiero verme fea. Además que me cuido tanto. Y por eso en la cara me he puesto inyecciones y bótox que no me gusta, porque me deja sin expresión. Pero no me he puesto tetas. Son naturales. Las tengo un poco caiditas, pero igual se mantienen crujientes. Hago pesas, tengo los brazos y las piernas fuertes. Me maquineo tupido y parejo. De hecho, para que veas que no estoy mintiendo, te voy a mostrar porque las cirugías se notan (muestra las tetas y la guata). Ninguna cicatriz.

¿Y para ti Marlén Olivarí es una showoman?
-No, no, canta como las pelotas.

¿La Pamela Díaz?
-Tampoco. Dime qué hace la Pamela Díaz. Habla puras cabezas de pescado.

¿La Tatiana Merino?
-Por ahí la cosa cambia. Ella canta, baila y actúa. Me encanta. Y no hay más. Las otras creen que por ponerse plumas son vedettes. Como la Blanquita Nieves que no canta y hace unos sketch imbéciles que no tienen ninguna trascendencia.

LOS QUESITOS Y EL TAXI

Dices que un secreto para estar así es haberte reinventado. ¿De qué manera lo has hecho?
-De peluquera, dueña de casa, de muchas cosas.

Te metiste en el negocio de los quesitos chantas para cosméticos.
-Sí, pero en esa cuestión no tuve nada qué ver. Mi hijo fue engañado por esa madame.

La gente te fue a tirar las cajas de quesitos a tu casa.
-Fue tremendo. Un gran golpe para mi vida.

Después de eso, ¿no quedaste con trauma con el queso?
-Eran hediondas las huevás. Teníamos la casa pasá a quesitos. Una locura.

¿Cómo llegaste a ser taxista?
-Siempre me han gustado los autos y un amigo me dio la idea de manejar un taxi. Primero estuve de chofer, porque es difícil conseguirse la patente, además que el ambiente es súper machista. Mis colegas me mandaban a cocinar, a planchar, ándate a la conchesumadre, pero no a manejar. Pero me impuse. Ahora hago el recorrido desde San Bernardo al centro, me meto por partes súper cototudas. Y tengo dos taxis, pero ahora con chofer.

¿Te han asaltado?
-Una vez un chico me dijo “déme todas las moneas” y yo le dije por qué mejor no te llevai el auto si lo tengo asegurado y le pasé las llaves del auto. Le dije llévatelo, llávatelo, pero me guardai unos repuestos. Pero no quiso. Me dijo “puta qué es cuática, si le estoy pidiendo una moneas nomás”. Y no se lo llevó. Se fue con 500 pesos nomás. Lo bueno es que después habló con todos los cabros bandidos y le dijo que a la rucia no la tocaran porque era buena onda. De ahí nunca más me han asaltado.

En los tacos, ¿qué haces para no aburrirte?
-Escucho música, no me estreso ni echo puteadas como otros taxistas que se ponen a adelantar como locos sin ningún respeto por los que llevan al lado.

Leí que te gusta Einstein.
-Claro que sí. Tuve un tiempo en que pasé por una bipolaridad cuando murió mi esposo. Pasaba de la risa al llanto. Pero descubrí a Einstein, que dice que cuando dos estrellas colapsan y explotan, se forma una depresión, y para salir de esa depresión cambian de paisaje y forman una estrella más bonita. Y Einstein me enseñó que la mejor manera de olvidar la depresión es cambiar de paisaje.

¿Cómo llegaste a ese cruce de Einstein con la depresión?
-Es que he estudiado, soy medianamente culta, pues.

¿Qué otras cosas lees?
-Ahora no tengo mucho tiempo para leer. Pero antes leía bastante. Leía el Corín Tellado, decía la ridícula, jaja. No, mentira, leía revistas, libros, historia de Chile, física. Me gusta Oscar Wilde y “El hombre del clavel verde”, y Charles Dickens… Me gustan los cuentos infantiles de Gabriela Mistral… Me gusta también toda la música, sobre todo la clásica que me fascina, tengo todos los grandes clásicos de Tchaikovsky, Mozart, Beethoven, que me relajan, así como escucho la música ochentera y el rock metal fuerte.

¿Cómo qué?
-Metallica me encanta: es tan fuerte y penetrante. Pero escucho música dependiendo del estado anímico. Un día puedo despertarme escuchando Mozart y acostarme con Metallica. O al revés. No te digo que soy media bipolar.

Hay mujeres a las que no les gusta el trabajo de las vedettes.
-Las feministas que no se pongan tan tontas graves. Si el cuerpo humano es bonito, además que Dios nos trajo al mundo en pelota. No hay por qué se tan tajante con el tema del cuerpo.

Estás actuando en una obra de travesti.
-Fue difícil hacer ese papel. Es de un travesti del puerto que está en la cárcel. Es tremenda la historia. Habla de la discriminación que viven a diario por culpa de los nazis, de los cabezas rapadas que le dicen, que se creen la raja y una raza superior, pero de adónde si los chilenos son más feos que la cresta.

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