Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

17 de Julio de 2012

Invitaciones

Leer en público es un acto muy estresante. Siempre pensé que el luto y el amor exigen silencio o una palabra que sale apenas, las únicas palabras que pueden pronunciarse aunque con culpa y vergüenza, las escasas palabras que pasaron las aduanas. En general, cuando hay lecturas de poesía, los que son muy jóvenes y […]

Germán Carrasco
Germán Carrasco
Por

Leer en público es un acto muy estresante. Siempre pensé que el luto y el amor exigen silencio o una palabra que sale apenas, las únicas palabras que pueden pronunciarse aunque con culpa y vergüenza, las escasas palabras que pasaron las aduanas.

En general, cuando hay lecturas de poesía, los que son muy jóvenes y los que son muy ancianos leen sin medirse y hay que aplaudirlos o quitarles el micrófono. Hay otros que leen como barítonos o actores de teatro. Pero mucha gente que asiste a las lecturas de poesía va a hueviar, a tomarse un copete, a sapear. Por eso yo no leo casi nunca, o sólo en lugares que garantizan una mínima calidez. Cuando adolescente iba a esos lugares punkosos en donde se arrojan objetos y gritan cosas, ahora no. He detectado que hay cierto insano voyeurismo en escuchar a De Rokha con esa voz que parece precisamente el tronar carraspero de una micro del ex recorrido Pablo de Rokha: ronca y adolorida, llena de gente maltratada y humillada. Cerca de la revolución, el pueblo pide sangre.

Eso quieren, quieren sentir la voz adolorida de Anne Sexton o Sylvia Plath o John Berryman –todos suicidas–, ver el cinturón con el que se ahorcó Alfonso Alcalde. Ni hablar de cómo en Chile parasitan del oficio de los versitos documentalistas, novelistas, etc: el cartero de Neruda, el pedicuro de Neruda, la heroína colorina, ex poetas que publican novelas, documentales varios sobre poetas como animales de circo en donde éstos aparecen destrozados, haciendo escenas a lo Shane Macgowan, raja de curados.

Quizás es por eso que las imágenes de Neruda feliz les molestan a algunos: simplemente no toleran la alegría. O esperan alguna extravagancia, este va a salir con alguna punkeada o alguna cosa de viejo excéntrico. Dicen que a Auden le miraban las pantuflas que no se sacaba nunca, o que esperaban que Dylan Thomas se cayera como pico de curado en el escenario. Me entero por las redes sociales de personas que leen en público casi todas las semanas en contextos en donde nadie se escucha con nadie. Hay que tener mucha juventud o mucha resistencia para hacer eso. Al menos en algunas partes pagan, pero pagan por un animal de circo, como dice Sexton.

¿Por qué es la pelea por lo de Guadalajara? ¿Por un pasaje de avión? Es un infierno imaginarse a la gente del mismo oficio en un avión, o tener que ser testigo de transas de todo tipo, sexuales por ejemplo, canjes de sexo por ediciones, de cátedras por páginas en la prensa, o peor aún: ver cómo algunos sapos se fijan en esas transas, o en cómo bebió tal o cual, o en la desesperación de fulana por entregarle los manuscritos a no sé quién, en el apatotamiento y en todo el mundo súper nervioso rodeado de miradas horrendas. ¿Para estar en un espacio así se pelean? Todos sabemos que el casting fue completamente arbitrario y corrupto, que las cosas funcionan así, pero que se lo recuerden a uno a cada rato no articula nada, no es político ni ayuda a resistir, no es placentero ni otorga un espacio de sueño y belleza genuina: es puro merequetengue. Es como la campaña para sacarle el IVA a los libros.

No había ninguna escritora, ningún poeta mujer, hombre o gay, en un país que hace gárgaras con Mistral y cuya narrativa parasita de eso: novelas y documentales sobre Lihn, Neruda, etc. Todo antinatural, pauteado, tieso. Y con un horrendo olor a Concerta y el truquito de poner figuras de la tele para conquistar clientela.

Anne Sexton, en un artículo donde declara beber compulsivamente por nervios antes de leer, dice que una vez lloró en un recital y que desde entonces su agente la presentaba como un verdadero animal de circo, la poeta que llora cuando lee sus poemas. Desde entonces se negó a leer en público y publicó una nota argumentando por qué no iba a leer más. Personalmente, prefiero la dictadura de la sala de cine. Ahí no ves al actor tan cerca, está oscuro y tampoco ves a los demás espectadores. Prefiero eso. Prefiero el vidrio que separa al preso de la visita en estos casos.

Algunos amigos músicos y escritores, muchos mayores de 60 años, me cuentan sobre las experiencias que tuvieron al recibir invitaciones a estas famosas lecturas. Copié los mails y les agradezco a las personas que me los facilitaron, previa condición de que omitiera todo nombre propio, pues algunos son muy viejos y no están para tonterías. Aquí van dos:

1.- Hola, me llamo X, estudié en la Facultad Y e hice un magister en la Universidad Z de XY, estoy haciendo un trabajo sobre literatura chilena, me interesan especialmente la marginalidad y el dolor, no he leído absolutamente nada de tu obra pero un profesor me dijo que tu obra era lo contrario al tema que me interesa, de manera que la necesito para contrastar mi trabajo, por favor envíame todos los PDF y Word con tus archivos, pero por sobre todo necesito que me respondas en dos días el cuestionario adjunto. Por favor sería ideal que me enviaras copias escaneadas de las portadas de todos tus libros a la dirección X. Por cierto, no he leído nada tuyo, pero ahora voy a googlear algo. Ya te escribo un mail más largo y nos conoceremos un día.

2.- Hola loquilla, estamos organizando unas lecturas en un local del centro, y queremos que vengas porque aunque yo no te he leído, a un loco y una loca de la facultad les encantan tus cosas. Van a leer 15 poetas y cinco narradores, algunos de los cuales hacen performances como envolverse en nailon y emitir sonidos de asfixia para demostrar eso mismo, la asfixia del neoliberalismo. Ven nomás, poetisa, a veces suenan los vasos y hasta ponen música de fondo, pero hay buena onda aunque a veces hay alguna pelea.

Notas relacionadas