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Opinión

25 de Julio de 2012

“No cometer… la insensatez de decir que el premio nacional no me interesa”

Reconocido, entre otros, con el prestigioso Premio Casa de las Américas (1975), el poeta y editor sureño Omar Lara suena como posible ganador del Premio Nacional de Literatura 2012. Aquí discurre sobre sus inicios, su labor a cargo de la incombustible revista Trilce, su pasada por la cárcel en dictadura (por error) y su posterior exilio en Rumania.

Francisco Arias
Francisco Arias
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Foto: Francisco Arias

“Quiero mi sour seco y crudo, la otra vez no anduviste ni cerca”, le dice Omar Lara al mesero del bar de un conocido hotel de Concepción, locación de esta entrevista. El garzón tiene que volver a la mesa más de una vez a comprobar que el poeta, habitué del lugar, estuviese conforme. Y es que luego de haber pasado parte de su exilio en el Perú, Lara sabe distinguir un buen pisco sour de uno regular o malo. A estas alturas, el autor de libros como “Oh, Buenas Maneras”, “El viajero imperfecto” y “Voces de Portocaliu” y creador de una de las revistas de poesía más importantes del país (Trilce, que está pronta a cumplir 50 años), así como del valioso sello editorial LAR, sabe bien lo que quiere.

Creciste en Nueva Imperial, un “pueblito polvoso y fatigado” según tus propias palabras, ¿cómo fuiste a parar a la literatura?
-Nací en Nohualhue, un lugar cercano a Nueva Imperial, donde viví hasta los dos o tres años. Luego me fui a Imperial, donde me crié con mis abuelos campesinos. El pueblito era sobre todo lluvioso, lluvia que a la postre confabuló para que amara los libros. Las entretenciones de los niños eran el fútbol y, como era zona mapuche, la chueca. Mi abuelo nos hacía las bolas de madera para jugar. Tenía un amigo muy enfermo, que se lo pasaba en su casa y por lo mismo era un gran lector.

¿Y?
-A través de esa relación comencé a leer con más interés. De todo, las clásicas revistas de ese tiempo, como El Simbad, El Peneca con las ilustraciones de Coré, el Okey, donde en ese tiempo salía la serie Condorito. También El Cabrito, más instructivo, el Billiken, que llegaba de Argentina de la mano del infatigable maestro Constancio Vigil, el Fausto, antecedente indirecto de las teleseries por sus truculentas historias en capítulos. Después entramos a las novelas de vaqueros, de detectives, a Salgari y Verne, entre otros.

¿Cuáles fueron tus primeras lecturas?
-La novela chilena. Clásicos como Blest Gana, las novelas de Diego Muñoz, de Volodia Teitelboim, de Sepúlveda Leighton, “Tierra Fugitiva” de Manuel Guerrero, el padre del profesor posteriormente asesinado por la dictadura. Todas las que de alguna manera tenían que ver con los problemas sociales de Chile. También apareció por ahí Tancredo Pinochet, autor de una entretenida novela, “Autobiografía de un Tonto”. Neruda era una especie de mito para nosotros, con su paso por la cordillera y la persecución de la dictadura de González Videla.

¿Cómo nació la revista Trilce?
-Del Liceo de Nueva Imperial me fui al Colegio Universitario de Temuco, una de las sedes que en ese tiempo instaló la U de Chile como una manera de descentralizar la educación. Entre los cursos que ofrecía estaba la pedagogía en castellano, carrera que finalmente no logró tomar impulso, así que nos mandaron a la U Austral de Valdivia. Entre tanto, yo había tratado de acercarme a un grupo de poetas llamado Puelche, pero me dijeron que no recibían niñitos y me fui de ahí muy enojado, decidido a formar mi propio grupo, cosa que hicimos con algunos poetas jóvenes que ya estábamos encandilados con César Vallejo. El 25 de marzo de 1964 formamos el Grupo Trilce de Poesía. Con el grupo nació la revista, que se mantiene hasta hoy.

Has dicho que la revista fue creada “para jugar un poco, para no aburrirse en el invierno valdiviano”. ¿Cual es el balance después de casi 50 años de vida?
-Trilce aglutinó a un grupo de poetas valdivianos y fue capaz de articular una estrategia de trabajo, revisión y encuentro con lo más importante que sucedía en el país poético de ese tiempo. No por nada se nos llamó la capital de la poesía chilena de los 60. Fuimos un grupo que creía en la tradición y nunca nos dio por un rupturismo gratuito o por la pretensión de establecer una poética competitiva. Nunca me propuse o imaginé crear una revista que haría historia en la poesía chilena. Éramos jóvenes juguetones, pero a la vez serios. A los pocos meses de formarnos como grupo comenzamos a hacer las llamadas Hojas de Poesía Trilce. Incluso hicimos una antología de la poesía del grupo, que fue prologada por Jaime Concha, uno de los más lúcidos e informados estudiosos de la poesía chilena e hispanoamericana.

¿Y luego?
-Al segundo año de vida se nos ocurrió convocar a lo que, con algo de pomposidad, llamamos el Primer Encuentro de la Joven Poesía Chilena, con la intención de estudiar la obra de poetas de la generación inmediatamente anterior a la nuestra. Nosotros no comenzamos nuestro trabajo poético matando al hermano, al padre o al tío, si no que los llamamos para conocerlos y aprender. A ese primer encuentro llegaron Jorge Teillier, Enrique Lihn, Efraín Barquero, Armando Uribe, Alberto Rubio, David Rosenmann Taub, Miguel Arteche, quienes fueron presentados por estudiosos de la talla de Luis Bocaz, Alfonso Calderón, Jaime Giordano y Hugo Montes, entre otros.

GOLPE Y CÁRCEL

Luego vino el Golpe y tu posterior pasada por la cárcel en Valdivia, ¿cómo lo viviste?
-Esa mañana estaba en mi casa, me enteré del Golpe por la radio. Ya había terminado mi época de estudiante y trabajaba en el departamento de extensión de la U Austral, que cerró sus puertas y empezó a operar, desde sus oficinas centrales, en la elaboración de listas de quienes debían ser perseguidos y expulsados de la institución. Ahí se abrió la caja de Pandora y todas las pequeñas pasiones, los rencores y las envidias pasaron a dominar la situación. Claro, para algunos era la gran ocasión de escalar posiciones, de agarrar el puesto que en otras condiciones no hubiesen obtenido.

¿Y tú?
-Caí preso en los días de fiestas patrias y en la cárcel me encontré con amigos y compañeros de la universidad. Desde el decano de Facultad de Filosofía y Humanidades, el brillante Guillermo Araya, profesores de alta figuración intelectual, estudiantes comprometidos con la UP. Entre ellos mis amigos y compañeros René Barrientos y Alexis Krauss, asesinados semanas después junto a otros cinco o seis prisioneros. Imposible olvidar esos momentos: asomados a los ventanucos de sus celdas, en el segundo piso, cantaban en las tardes canciones de lucha y esperanza.

Luego debiste partir al exilio.
-Me fui a Perú, donde viví siete meses, siete meses duros y plenos sin embargo. Viví allí eso que llamamos solidaridad y fraternidad. Yo quería regresar en ese mismo instante a Chile pero me habían condenado a 40 años de cárcel. Según me enteré, había un dirigente campesino llamado Luis Lara y yo me llamo Luis Omar Lara. Este dirigente estaba acusado de asaltar retenes, de atacar a una patrulla de carabineros, en fin. Me adjudicaron todo su nutrido prontuario y me condenaron a 40 años. Finalmente logré salir de Chile y me quedé en Lima. Allá publiqué un libro con un gran pintor chileno que se llama Juan León, libro que fue publicado por la imprenta de Juan Carlos Mariátegui, hijo de José Carlos Mariátegui. Eso me mantuvo ocupado por un tiempo. A pesar de las gestiones de algunos amigos como el poeta Carlos Germán Belli y de un sacerdote amigo, que me buscaban un trabajo en el ministerio de Educación, opté por irme a Rumania.

¿Por qué Rumania?
-Tenía varias opciones. Había una oficina de Naciones Unidas que organizaba estos desplazamientos y ordenaba un poco el paisaje del exilio. Opté por Rumania por cuestiones meramente subjetivas. Yo había tenido un curso en la universidad sobre la obra de un gran escritor rumano, Mircea Eliade. Recibía en Valdivia algunas revistas rumanas. Y unos años antes había pasado unas semanas en Bulgaria y Checoslovaquia. Me parecieron lugares apacibles y culturalmente muy vivos.

¿Como se las arregla un escritor chileno en ese país?
-Yo tenía ya cuatro hijos pequeños y debía pensar en ellos y en su educación. La educación de los países del área socialista era muy buena. Aposté un poco a ciegas y no me arrepiento. Y siempre con la obsesiva idea de regresar pronto a Chile. Me fui a estudiar a la Universidad de Bucarest, me gradué como profesor de español y rumano. Allá hice amistad con el poeta Tito Valenzuela y vivía un joven que después se hizo muy famoso como cineasta, Luis Vera. Tuve la suerte de hacer amistad con algunos de los más importantes poetas rumanos como Marin Sorescu, Nikita Stanescu, Ion Caraion, Stefan A. Doinas, Dinu Flamand, entre muchos otros. Empecé con ellos un trabajo de traducción que me permitió vivir y compenetrarme de una cultura en verdad excepcional.

A propósito de la dictadura, ¿qué piensas de la polémica por el Museo de la Memoria?
-Lo que hace ese museo no puede estar en discusión. La memoria de los pueblos es sagrada, tanto en sus momentos máximos de esplendor como también en sus desaciertos históricos. ¿De qué otro modo conocernos y aprender?

“Y LA TOQUÉ”

¿Que defenderías y qué criticarías de tu poesía?
-Más que defender mi poesía se me ocurre destacar, en coincidencia con el ensayista Luis Bocaz, quien se refiere a mí como un intelectual de la zona austral del continente, que ha contribuido a la búsqueda de una originalidad cultural desde la posición menos favorable, que es la provincia. En cuanto a mi poesía marcaría como un hecho apreciable mi lealtad a un proyecto gestado y sostenido desde los inicios de mi escritura, que ha evolucionado y crecido sin violencia alguna. Y si hablamos de crítica, creo que más de una vez me he apresurado demasiado en la publicación de algunos textos. Siempre digo, en broma y en serio, que del único poema que no me arrepiento es de uno que se llama “Toque de queda”, todo lo demás puede ser precario, vulnerable y criticable.

¿Cómo es ese poema?
-“Quédate / Le dije / Y la toqué”.

Al revisar textos sobre tu trabajo, hay una constante que habla de una poesía cargada de ternura, ternura como práctica. ¿Cómo lees eso? ¿Lo compartes?
-Cuando Saramago recibió el premio Nobel, declaró que el ser que más influyó en su literatura fue su abuelo campesino, que cuando supo que iba a morir salió al campo y abrazó a todos los árboles que había plantado, para despedirse. Yo también pienso en mi abuelo, campesino y carpintero, como una figura máxima en mi vida y en mi escritura. Para mí la poesía es la mirada, y mi abuelo me entregó muchos de los elementos con que he configurado esa mirada. Hablar del abuelo, claro está, es hablar de ternura. Y la lluvia y la nostalgia y el amor, y “las camisas con una firma de la amiga”, como digo en un poema juvenil, es también ternura.

En junio recibiste el premio Rafael Alberti en La Habana, ¿Cómo fue esa experiencia?
-Ese premio proviene de Andalucía, en España. Me lo entregaron en Cuba porque este año el jurado era principalmente cubano. Estaban Miguel Barnet, César López, grandes figuras de la intelectualidad cubana. Aitana Alberti, la hija de Rafael Alberti estaba en el festival, era una de las organizadoras. Es un premio que lo han recibido personalidades como Cintio Vitier, el propio Miguel Barnet, Roberto Fernández Retamar y el colombiano Fernando Rendón.

¿Cómo viste al pueblo cubano?
-Muy alegre como siempre, pero más tranquilo, esperanzado y contento. Yo he estado varias veces en Cuba, la última vez, cuando la Feria Internacional del Libro de la Habana dedicó la muestra a Chile. Estaba la Presidenta Bachelet y fui invitado a leer.

¿Consideras a Cuba una dictadura?
-Es un tema complejo, por cierto. Un diputado y poeta cubano me dijo “yo soy un diputado cubano elegido por el pueblo”. Otro destacado intelectual y político cubano expresaba en una conferencia: “Estamos dispuestos y deseosos de conversar sobre nuestra situación y nuestro destino, pero no lo haremos con una pistola en el pecho”. Fíjate que no vi en las calles, ni en los edificios públicos ninguna fotografía de Fidel ni de Raúl. Las dictaduras son ostentosas en eso de mostrar sus líderes y héroes. Yo creo que en Cuba no hay dictadura. Que nosotros los chilenos queramos aplicar parámetros nuestros allá está fuera de lugar. Acá, si nos preguntamos quién elige, supuestamente elegimos todos, pero ¿entre quiénes elegimos? Entre dos o tres y resulta que esos dos o tres están designados.

EL NACIONAL

El viernes pasado estuviste en Puerto Montt, presentando “Lectura y Diálogo”, ocasión que sirvió para calentar motores a una posible postulación tuya al Premio Nacional ¿Cómo recibes esa opción?
-De alguna manera se manifestó el apoyo y la simpatía por mi opción al premio, pero la presentación oficial ya la hizo la U Austral de Chile, a través de su directorio y rector. Por otra parte sé que la Sociedad de Escritores de Concepción presentará un dossier y una postulación. A mí me honran estas propuestas, no cometeré la insensatez y la falta de respeto de decir que no me interesa. Pero tampoco estoy desesperado por lograrlo. Sanamente me mantengo al margen, como debe ser.

¿Quiénes están hoy también a la altura de este premio?
-Se ha mencionado bastante a Delia Domínguez y a Óscar Hahn. Sé que Elvira Hernández, una enorme poeta, fue mencionada, aunque ella al parecer se mostró reacia a la postulación.

¿Quiénes han sido los grandes ausentes de este premio?
-Enrique Lihn, Jorge Teillier, sin duda alguna.

¿Alguna premiación que te parezca discutible?
-Campos Menéndez, que de creador tenía muy poco. También Rodolfo Oroz, por nombrar sólo a dos (y para que rime).

¿Cuál es tu visión de la poesía chilena actual?
-Creo que es una poesía con muchas y buenas propuestas, un organismo muy vivo, esperanzador y potente.

¿A quiénes consideras los mejores poetas que ha dado Concepción?
-Acá han nacido o se han formado excelentes poetas. Entre los vigentes en la cotidianidad cultural puedo mencionar a Tulio Mendoza, poeta de alto registro y además un gran promotor y formador, Alexis Figueroa, que se recrea a sí mismo en cada momento de su escritura, Egor Mardones, con una poesía de gran frescura y vitalidad, Alejandra Ziebrecht, con una trayectoria diáfana y sólida. Y hay muchos más, por cierto, a quienes les ruego perdonar la omisión que es absolutamente involuntaria.

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