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Fotos: Felipe Figueroa/The Clinic

Entrevistas

4 de Enero de 2025

María Teresa Ruiz, días de retiro y discapacidad: “Me jubilé porque ya no puedo escribir ni leer”

Hace diez años la astrónoma y Premio Nacional de Ciencias Exactas comenzó a perder la visión central en ambos ojos. "Ya me cuesta ver estrellas, las veo apenas de reojo, pero cuando cierro los ojos las distingo claramente. Están en mi disco duro", cuenta. Tuvo que dejar de hacer clases después de cuatro décadas y perdió autonomía para casi todo. Pese al golpe bajo, está explorando su nueva condición con la inquietud y curiosidad de siempre: sigue dando charlas, bordando la imagen del Sol y planea escribir por voz un libro sobre la historia de la astronomía en Chile, de la que ha sido pionera y protagonista. Crítica de las ‘energías verdes’ y de Elon Musk, aquí habla también de su arribo al teatro en la obra “Kelü” y de su última cruzada, con la que busca frenar un proyecto energético que amenaza a los observatorios del cerro Paranal: “Si llega la luz no habrá cómo recuperar la oscuridad del cielo”.

Por Pedro Bahamondes Chaud
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“La reja sigue estando chueca”, pensaba María Teresa Ruiz mientras observaba a los maestros que reparaban la entrada de su casa en la costa. Iba a regañarlos por el trabajo y a medida que se acercaba notó que la reja estaba perfectamente alineada.

Regresó de inmediato a Santiago, fue de urgencia al oculista y le diagnosticaron una degeneración macular que estaba afectando rápidamente la retina y la visión central de su ojo izquierdo.

Fue durante el verano de 2015, en pleno febrero. Han pasado casi diez años, pero lo recuerda como si fuera hoy, pues a contar de ese momento la vida de la astrónoma chilena de 78 años dio un giro brusco e inesperado.

“Veo solo por los bordes del ojo. Afortunadamente, la visión periférica la tengo bien pero no logro ver lo que hay en el centro, donde uno fija la vista”, dice la Premio Nacional de Ciencias Exactas 1997 en su casa en el sector Oriente de Santiago.

“Luego vino la pandemia y empezó a fallar el otro ojo, por otro tipo de degeneración macular húmeda. Se produce cuando se revientan unas venitas que dejan una cicatriz. Al comienzo veía un poco mal, pero fueron muriendo una por una las células fotosensibles y vi cada vez menos. Con un ojo bueno uno igual funciona, y yo seguí trabajando, manejando y haciendo cosas, pero hoy ya no las puedo hacer”.

Durante ese periodo, en días de confinamiento global, María Teresa Ruiz produjo su más reciente libro, “El Sol. Conviviendo con una estrella”, publicado en septiembre de 2021. Tardó menos de un año en escribirlo y fue un proceso distinto a cualquier otro. Fernando Lund –su marido, el reconocido físico y Premio Nacional– fue un colaborador clave en este último.

“Yo escribía los párrafos y luego le pedía a él que me los leyera porque ya me costaba mucho hacerlo”, cuenta la astrónoma.

“Escribí ese libro con la urgencia que merece el tema y para que la gente se enterara y tomara conciencia de que el Sol nos puede hacer bastante bullying. Quizás no directamente a la vida, pero sí nos puede jugar una mala pasada con la tecnología de la que dependemos todos. Y más cuando estábamos en pandemia, que hacíamos todo por Zoom y lo peor habría sido quedar incomunicados”.

Semanas atrás se reportó la caída masiva de WhatsApp, Instagram y X. “Yo me reía sola”, recuerda Ruiz. “El Sol se había mandado una tremenda llamarada con partículas de alta energía que generan corrientes alrededor de la Tierra y friegan la tecnología. Cosas como esas nos van a suceder cada vez más seguido”.

¿Escribió también ese libro con la urgencia de su pérdida de la vista?
—Sí, y lo escribí a tiempo porque inmediatamente después empezó a deteriorarse rápidamente y a afectar el otro ojo. Creo que ahora me deben quedar dos células fotosensibles vivas y, cuando hago el esfuerzo, alcanzo a ver algo. Pero debo forzar mucho la vista realmente. Es agotador.

Ante la imposibilidad de leer, escribir y de observar la “cartografía del universo”, como hizo durante los últimos 50 años, María Teresa Ruiz fue desprendiéndose de a poco de sus labores académicas. Dejó de dar clases en la Universidad de Chile —donde ingresó como profesora asociada al Departamento de Astronomía en 1979 y además fue directora del Centro de Excelencia en Astrofísica y Tecnologías Afines, CATA—, redujo viajes, su participación en charlas y conferencias internacionales y las visitas a los observatorios.

Después de una prolongada tramitación, logró jubilarse recién este año. La misma casa de estudios, que fue su alma máter y de la que egresó como la primera astrónoma graduada en su historia, acaba de nombrarla Profesora Emérita.

“Me jubilé porque ya no puedo escribir ni leer, y estoy buscando la tecnología que me ayude sobre todo a esto último, porque leer es lo que más echo de menos”, se lamenta Ruiz.

“Sueño con volver a leer libros, sentir el olor de las hojas. No me gusta leer en pantalla, mucho menos los audiolibros; son la mejor manera de hacerme dormir. El placer de leer libros es algo de lo que me he tenido que olvidar”.

A pesar de su resistencia a los formatos digitales, la también autora de “Hijos de las estrellas” (1998) y “Desde Chile un cielo estrellado: lecturas para fascinarse con la astronomía” (2013) baraja la opción de volver a escribir un nuevo libro. Esta vez empleando su voz y un transcriptor automático. Quiere contar ni más ni menos que la historia reciente de la astronomía en Chile.

“Quiero hacerlo porque tengo cosas en mente que quiero escribir y esta, en particular, es una parte de la historia que se conoce poco y de la que me ha tocado ser parte. Además, la trastienda política es bastante jugosa”, desliza Ruiz.

De las paredes del living de su casa cuelgan algunos de los bordados hechos por ella misma. Son retratos familiares y otros de personajes imaginarios, comenta también la astrónoma. Sus obras son protagonizadas la mayoría por mujeres, y todas, sin excepción, tienen plasmada su firma y el año en que las hizo. “MT 1973” es el que más se repite. “Esos son de cuando estaba estudiando en Estados Unidos”, recuerda.

“He bordado desde que era joven y cuando empecé a perder la vista estaba bordando una fotografía familiar. Aparecíamos con mi marido, mi hijo y mi nuera. No alcancé a bordar a los nietos. Llevo cuatro años bordando el Sol también, aunque tampoco lo he terminado. Bordar ya no me produce el mismo placer de antes, que podía contemplar lo que estaba haciendo. Con la escritura me pasa lo mismo. Hago muchas cosas esperando que vuelvan a gustarme”.

¿Cómo está adaptándose a su nueva condición?

—Me ocupa la mayor parte del tiempo entender cómo funcionar. Uno con los años tarda más en aprender porque el cerebro se pone porfiado y yo estoy aprendiendo aún qué cosas puedo hacer y cuáles no. La frustración que produce tratar de hacer algo y no lograrlo puede ser muy grande. Asumir que hay cosas que ya no puedo hacer ha sido un primer gran paso en este proceso.

Lo que uno más extraña es la autonomía. Mi marido, con mucha paciencia, un par de veces al día, cuando anda por aquí, me lee los mails que me llegan. Los que necesitan ser respondidos rápidamente, él los contesta. Yo quisiera hacer cosas como esa pero a veces no puedo. La gente amorosamente me manda correos con letras grandes que no logro leer. Ahora les digo a todos que me envíen audios de WhatsApp porque son mensajes que sí puedo responder.

¿Su ceguera podría llegar a ser total?

—Aún puede empeorar un poco, pero yo ya perdí la visión central en los dos ojos y tengo 0.3% de capacidad visual. O sea, casi nada. Lo único que podría ayudarme es que tengo cataratas, como toda la gente a cierta edad, y el oculista estima que puedo ganar algo de visión operándome. Es probable que eso me esté jugando también en contra y que esté viendo peor de lo que podría ver. De ser así, serían mejoras chicas, no es que vaya a recuperar la vista. Lo que está muerto, está muerto no más.

¿Qué es lo primero que ve cuando cierra los ojos?

—Puedo ver lo que quiera, porque tengo mis recuerdos. Sobre todo el cielo. Ya me cuesta ver estrellas, las veo apenas de reojo, pero cuando cierro los ojos las distingo claramente. Están en mi disco duro.

Memorias de una pionera

Marcada de niña por la lectura de los ejemplares de la revista “Vidas ejemplares” que le regalaba su abuela, María Teresa Ruiz soñó con ser santa, princesa y hasta Miss Universo. No fue a ni b ni c, pero sí se convirtió en pionera y protagonista de la historia de la astronomía y el desarrollo científico en Chile. Su contribución, sin embargo, es universal.

María Teresa Ruiz fue la primera doctora en Astrofísica titulada en la Universidad de Princeton y la primera mujer en obtener el Premio Nacional de Ciencias Exactas en 1997. Fue también la primera chilena invitada oficialmente por la NASA y en ser contratada por uno de los principales observatorios del mundo, en Trieste, Italia.

Sin embargo, su más grande hallazgo lo hizo en Chile una noche de 1997, en el Observatorio La Silla, en la Región de Coquimbo, cuando descubrió la primera “enana café”. Hasta ese momento, dichos objetos estelares gigantes, del tamaño de un planeta gigante y el de una estrella pequeña, figuraban solo en libros de teoría. Ella fue la primera en distinguirlos. A la suya la bautizó “Kelu” (“rojo” en mapudungun).

El nombre inspira también el título de uno de los montajes teatrales más aplaudidos del 2024. Con dramaturgia de Ximena Carrera y dirección de Ana López Montaner, “Kelü” retrata el momento en que María Teresa Ruiz (Blanca Lewin) hizo su hallazgo y además tiende un diálogo ficticio a partir de un encuentro con la astrónoma inglesa Cecilia Payne Gaposhkin (Adriana Stuven), quien descubrió la composición del Sol.

La obra vuelve a la cartelera local del 16 al 26 de enero, al Teatro Zoco de Lo Barnechea, y luego sumará dos funciones en el GAM el 31 de enero y 1 de febrero.

“Al comienzo la obra proponía un diálogo con otra astrónoma antigua, Henrietta Swan Leavitt, otra genia, aunque a mí me parecía menos atractivo el personaje. En cambio, Cecilia Payne tuvo una historia llena de luces y sombras. Llegó a ser directora del Observatorio de Harvard pero antes de eso lo pasó bastante mal. Se apropiaron de su descubrimiento, la obligaron a no publicarlo”, comenta.

Y su propia representación sobre el escenario, ¿qué le pareció?

—Cuando conversamos al inicio con la dramaturga, ella me dijo muy claramente: “Yo no puedo hacerte a ti tal cual eres”. Así que, ese es un personaje abstracto. En el momento exacto del descubrimiento de Kelu, por ejemplo, ella luce asustada y yo en ningún momento lo estuve. Cuando me di cuenta de lo que tenía entre las manos, fue pura alegría. Estaba completamente fascinada, feliz, saltando en una pata.

“Yo no tenía celular en ese momento. Eran las 12 de la noche y no tenía a quién llamar y despertar a esa hora. Decidí entonces mandarle el espectro que había sacado en PDF a un colega escocés que trabajaba en California, con 5 horas menos. Me contestó al tiro: ‘¡Qué maravilla, encontraste una enana café! Esto va a ser algo grande’, me dijo. Yo me quedé maravillada y la seguí observando durante toda la noche hasta que desapareció detrás del horizonte”.

Su descubrimiento trajo una revolución en el campo científico, ¿qué revolución provocó en su vida, en el plano más personal?

—Me trajo muchas satisfacciones, y lo sigue haciendo. Yo había pasado 15 años trabajando sistemáticamente con las enanas blancas, investigándolas, publicando textos, y de repente aparece esta otra chiquilla, la enana café, como diciéndome: ‘Hola, aquí estoy’. Yo no la buscaba y resultó ser eso que hasta ese momento nadie había visto. Ese descubrimiento me trajo más reconocimiento que todo el otro trabajo que había hecho antes.

Obtuvo el Premio Nacional ese mismo año.

—Sí, y ha sido un tremendo honor porque implica, entre muchas otras cosas, una remuneración mensual por el aporte que uno ha hecho. Cuando gané el Premio L’Oreal–Unesco –en 2017, “por su aporte a las ciencias físicas”– también recibí un montón de plata, y dije: ‘No me lo voy a llevar a Chile’. En Francia los premios no pagan impuestos, así que decidí usarlo para viajar por Europa con mis nietos. Fui también a un par de conferencias en Estados Unidos.

Tenía ganas de hacer ese viaje familiar y no podía esperar tanto más. Primero, porque me estaba quedando ciega, y segundo, porque, quién sabe; hoy uno está bien, mañana no sé. Uno empieza a ver la fecha de caducidad muy cerca y no quiero quedarme con las ganas de hacer cualquier cosa que sí pude haber hecho. A mí me encanta dar charlas, sobre todo a niñas y niños, y siempre les digo: hagan lo que sea que quieran, no lo sueñen simplemente.

Egresada del Liceo 7 de Niñas, María Teresa Ruiz llegó a la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile. Eran 120 alumnos en su generación y solo dos mujeres.

“Nunca lo pasé mal ni me lo sufrí, a pesar de que no existía la infraestructura necesaria para que hubiesen mujeres ahí, partiendo por los baños. El único apoyo y solidaridad de género que encontré fue ahí en las secretarias. En Princeton tampoco había mujeres y solo después de un tiempo me enteré de que yo era la primera que entraba a estudiar Astrofísica ahí”, recuerda Ruiz. 

“Recuerdo que uno de mis compañeros gringos me dijo: ‘Qué buen negocio han hecho contigo en la universidad; eres mujer y latinoamericana’. Las mujeres somos mayoría en el mundo y deberíamos serlo en todo, yo creo. Si bien todos tenemos ego, las mujeres lo administramos un poquito mejor a la hora de liderar. Ha quedado demostrado que ego y testosterona hacen una pésima mezcla”, agrega.

¿Ha aumentado con los años la presencia de mujeres en la astronomía y la ciencias físicas?

—Absolutamente. Cuando yo partí no era ni siquiera el terreno de los hombres sino el de los fantasmas. No había ningún astrónomo; eran todos matemáticos, físicos o ingenieros que eran buenos para los números y trabajaban midiendo las estrellas. Pero astrónomos como tal, no había. Ni siquiera existían los telescopios para hacer el tipo de investigaciones y mediciones más sencillas que se hacen hoy en día.

Una astrónoma política sin colores

A su regreso a Chile de Estados Unidos, a fines de la década del 70, María Teresa Ruiz se encontró con un país en dictadura y un clima adverso para los astrónomos locales, que no tenían acceso a los observatorios. La prioridad la tenían los europeos.

“Pinochet, que poco y nada sabía de estas cosas, mandó al embajador de Chile en Alemania de la época, un señor de apellido Riesco, para que viera qué estaba pasando y por qué los colegas chilenos no podían usar los instrumentos”, recuerda Ruiz.

“El director de la ESO (European Southern Observatory) era un holandés muy tonto y consideraba que nosotros éramos un grupo de comunistas, que en esa época podía significar condena a muerte. Quien intervino ahí, en favor de nosotros, fue Fernando Matthei padre y su esposa (la astrónoma) Mónica Rubio”, agrega.

“La historia de la astronomía en Chile se ha construido en paralelo a los episodios trascendentales de la historia de este país. Y tanto Pinochet, como los Presidentes Aylwin, Frei, Lagos, Bachelet y Piñera aportaron muchísimo a que creciera y se profesionalizara. La colaboración y la voluntad política han sido y siguen siendo fundamentales para defender esto, que es igual que una carrera espacial, salvo que aquí la única guerra es contra la extinción del planeta, que se nos está secando”, asegura la astrónoma.

¿Cuán importante es el desarrollo científico para un país que aspira a ser desarrollado?

—Para llegar a ser un país desarrollado tenemos que aprender a hacer cosas difíciles y no conformarnos con hacer cositas que se nos dan relativamente fácil, dado el clima y este cielo que tenemos, que es un bien natural único. Para explotarlo no podemos hacerlo tampoco con dos palos. Los telescopios que se están instalando en el norte son inversiones de 2 mil millones de euros. La tecnología taiwanesa y británica que se implementó en ALMA andaba por la misma cifra. Son grandes inversiones. Chile ha crecido mucho y se refleja en el rigor de las investigaciones locales y de sus astrónomos y astrónomas, que pasamos de ser tres gatos a ser más de 200.

Un conocido enemigo de los astrónomos es el físico y multimillonario empresario Elon Musk. Actualmente, el polémico dueño de la red social X y Tesla posee más de 6 mil satélites de su compañía Starlink en órbita que dificultan la labor de los astrónomos de todo el mundo. Y no se detiene: la meta es alcanzar los 42 mil. 

“Elon Musk es, sin duda, un tipo brillante, pero nunca le he encontrado ningún atisbo de ser humano, y eso me asusta. Una buena película de terror podría tener varios clones suyos corriendo hacia la pantalla”, dice María Teresa Ruiz entre risas.

Hablando de ciencia ficción, ¿cree en la vida consciente en otros planetas y galaxias?

—Mira, en nuestra galaxia solamente hay 100 mil millones de estrellas. Y en el universo, hay más de 100 mil millones de galaxias. Además, hemos sabido que ya en los últimos 20 años que casi todas las estrellas tienen planetas. Entonces, por Dios que sería raro que no hubiera al menos una estrella y un planeta con las condiciones para albergar vida. Quizás un poco distinta a la nuestra, va a depender de la estrella y el planeta que sean, pero sería muy difícil pensar que no exista más vida.

Semanas atrás, un grupo de científicos alzó la voz por el impacto que podría tener un proyecto energético en la labor de los observatorios del cerro Paranal, en un área del desierto de Atacama ubicada a 120 kilómetros al sur de Antofagasta. Allí se encuentran los cielos más oscuros del planeta, advierte María Teresa Ruiz, una de las principales detractoras de la iniciativa impulsada por la compañía energética AES Andes.

“Estamos poniendo en riesgo un patrimonio de Chile y de la humanidad. Si llega la luz no habrá cómo recuperar la oscuridad del cielo”, comenta la astrónoma sobre la iniciativa destinada a la producción de hidrógeno verde para demanda local y exportación. Su colega astrónomo José Maza adhirió también a la campaña que busca frenar el comienzo de las obras.

“Las llamadas ‘energías verdes’ van a terminar siendo las energías más sucias que hay –opina Ruiz–. Son sucias porque diseñan campañas sucias que van en contra del progreso y del conocimiento de la humanidad, y merecería mirarlas con más detalle. Por eso estoy convencida de que el proyecto de AES tiene que parar y que no ponga en riesgo los observatorios de la zona del cerro Paranal, que además está renovando sus telescopios con una gran inversión”.

En el pasado, a la astrónoma le ha tocado tocar la puerta de los primeros mandatarios. No lo descarta tampoco en esta pasada, dice: “Yo tuve en particular mucho contacto con Lagos, primero como Ministro de Educación y luego como Presidente, también con Frei y después con Piñera. En esto no hay que tener colores, como puedes ver: hay que saber dialogar con todos”.

¿Llamará también al Presidente Boric si lo considera necesario?
—(Ríe) Obvio. Llamaré al Presidente que sea.

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